Francisco RIVAS LINARES
El Partido Revolucionario Institucional
regresó al poder bajo la égida declarativa, sólo declarativa, de ser un partido
diferente al que nos gobernó durante más de 70 años. Para probarlo enarboló su
demagogia tradicional, aplicó sus procedimientos fraudulentos tradicionales e
hizo destacar la presencia de sus políticos tradicionales. (Ironizo)
Regresó el PRI, aunque no el
mismo, pues el actual es más intrincado y perverso.
De manera que el cuento
premonitorio de Augusto Monterroso se cumplió: “Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí”. Aunque si bien es cierto que este partido de marras nunca
se fue de los dominios territoriales de la política, casos emblemáticos Ulises
Ruíz, Mario Marín, Humberto Moreira, Fidel Herrera, Tomás Yarrington y su
sucesor Eugenio Hernández, abusó ahora de la candidez que se engendra en la
pobreza, esa pobreza que estimula el imaginario con una suma de creencias. Una
pobreza creada exprofeso por sus iguales: El Partido Acción Nacional.
Ahora quedamos atrapados en un
alud reformista. Y ya sabemos, por experiencia, que las reformas que promueven
los políticos siempre van en beneficio de quienes ostentan el poder económico y
en detrimento de las mayorías.
Expresiones tan trilladas como
las que encierran la idea de modernización, desarrollo y empleo, ya son tan primitivas que nadie las
cree, salvo aquéllos que aún se encuentran inmersos en la ignominia y el
rastrerismo.
Las reformas se justifican en
esos conceptos tan abstractos. Una modernización que no encuentra puerta de
entrada en tanto la corrupción siga en el trono de la impunidad. Un desarrollo
que no tiene bases sólidas por la falta de transparencia y claridad en la
información. Y una generación de empleos que ya encontró canceladas sus
posibilidades con la reforma laboral que Felipe Calderón nos endosó en las
últimas horas de su desgobierno.
Tenemos en puerta la reforma
energética. El discurso es el mismo desde los tiempos de Salinas de Gortari:
“Es necesario ejecutar reformas estructurales para conformar el México
moderno”. Y con tal garlito, aceleró las privatizaciones ya iniciadas con el
tecnócrata Miguel de la Madrid.
Y así se entregó al capital
privado la telefonía, las comunicaciones viales (lo que antes fue Caminos y
Puentes Federales), las aerolíneas, la petroquímica, el ramo siderúrgico (Altos
Hornos de México), las cadenas hoteleras, los medios de radiodifusión
(Imevisión, dando lugar a TvAzteca) y la banca, quedando sólo Banorte con
capital mexicano.
Ahora les urge entregar cabalmente
Pemex y la CFE. Y los legisladores, como las mulas de noria, siguen con la
misma cantaleta: Modernización, desarrollo y mayores y mejores empleos.
Suelen compararnos con otros
países. Obviamente son comparaciones truculentas, pues las establecen a modo
para justificar sus traiciones al pueblo. Nos dicen que tomemos ejemplos de Cuba
y Dinamarca que ya tienen abierta la inversión privada en asuntos petrolíferos,
pero callan los índices de corrupción que tienen dichos países, y que
comparados con el nuestro, México está purulento. De conformidad con el último informe
de Transparencia Internacional, de los 174 países que son evaluados con una
escala de 0-100, Dinamarca es de los menos corruptos al lado de Finlandia y
Nueva Zelandia con 90 puntos y Cuba ocupa el lugar 58 con 48 puntos, en tanto
que México se ubica en el lugar 105 con 34 puntos y es líder en América Latina,
junto con Bolivia, en este tópico vergonzante.
Ya es tiempo que los políticos reciban
una lección, demostrándoles que sus estratagemas verbales están muy trilladas y
que su retórica institucional ya es caduca. De la CFE hablaré en mi próxima
colaboración.
POR LOS DESAPARECIDOS DE
MICHOACÁN: ¡VIVOS SE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS!
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