martes, 25 de junio de 2013

Intelectuales públicos y telectuales



Por Rafael Barajas, El Fisgón
Publicado en el diario La Jornada on line el 23/06/2013


Cuentan que, en tiempos de Luis Echeverría, un viejo gobernador priísta contrató a un joven intelectual marxista para que le hiciera los discursos. El escritor, en un acto de provocación, redactó un discurso radical que hablaba de “lucha de clases” y “explotación”, y concluía con un llamado a las masas a luchar contra el régimen. El político revisó el discurso antes de leerlo en público y le hizo al provocador una sola petición: “Ponle más de eso que no se entiende.”

Desde siempre, en México, la gente del poder ha buscado a intelectuales para que le articulen sus discursos y por ello los adula, aunque los ve con cierto desprecio.

El intelectual público

Sin duda, los intelectuales han tenido un papel muy importante en la vida de México, en especial cuando asumen la figura del intelectual público. Un intelectual público es el que desempeña un papel activo ante los problemas de la sociedad; es un ser reflexivo que descifra fenómenos complejos y puede opinar sobre ellos; es a la vez un pensador independiente, alejado del poder, un divulgador y un activista en asuntos de interés general. Tiene mucho en común con el comunicador y con frecuencia su papel se confunde con el del periodista.

Desde los tiempos de fray Servando Teresa de Mier, México ha contado con valiosos intelectuales de ese tipo. Muchos próceres de la Reforma cumplieron ese papel y, en las últimas décadas, en este rubro han destacado personalidades notables como Elena Poniatowska, con su denuncia de la represión al movimiento estudiantil y de la guerra sucia; Carlos Montemayor, con su alegato a favor de los indígenas; Carlos Monsiváis, en defensa de múltiples causas que van del respeto a la diversidad sexual a la defensa del voto; Fernando del Paso, con su plegaria contra la intolerancia del clero, y el poeta Javier Sicilia, que llama a detener la ola de violencia desatada por la “estrategia de seguridad” del gobierno.

El Telectual

Desde hace años, en México, los dueños de los consorcios masivos de comunicación han entendido la importancia del intelectual que actúa y tiene voz pública. Así, hemos visto cómo muchos de los grandes consorcios mediáticos han buscado crear sus propias figuras y para ello impulsan la carrera de gente que tuvo, en un momento dado, cierto prestigio académico o intelectual. Lo único que piden estos consorcios es que estos intelectuales entiendan y le den forma al discurso del poder económico y político. Estos personajes, al igual que los intelectuales públicos, asumen una postura activa ante los problemas de la sociedad, son activistas en asuntos de interés público, su papel se confunde con el del periodista y son figuras públicas por su alta exposición mediática. Sin embargo, no hay que confundirse. Estos informadores no son intelectuales públicos, sino intelectuales orgánicos del poder con exposición mediática, voceros de intereses poderosos, locutores de consorcios. Los empresarios los llaman “comunicadores”, pero como trabajan más para la televisión que para el intelecto, la gente ha dado por llamarles los telectuales. En la era neoliberal, estos señores han hecho de su habilidad para construir discursos un negocio muy sólido, y elaboran discursos a la medida del poder en turno.

Algunas perlas de la telectualidad nacional

A diferencia de los intelectuales públicos, los telectuales no son figuras éticas en la medida en la que defienden intereses y manejan, casi siempre, una agenda oculta; no son entes independientes (sin la tele o la radio se desvanecen); no cultivan ideas más que en la medida en la que le sirven al sistema; no buscan hacer avanzar la libertad y el conocimiento humanos, y cuando dicen “hablar por la sociedad”, en realidad expresan la opinión de los poderes fácticos.

Suelen ser gente brillante y por eso se sienten con la autoridad de defender las tesis más insostenibles. Por ejemplo, en su ensayo Un futuro para México, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda diagnostican que hoy México padece de “soberanismo defensivo”; poco después, los cables diplomáticos de la embajada de Estados Unidos filtrados por Wikileaks documentaron que la actual clase gobernante mexicana tiene la compulsión por ceder voluntariamente la soberanía.

Enrique Krauze no se queda atrás y publica, después de las elecciones de 2010, un texto en El País de España, en el que afirma que México está al fin entrando en la normalidad democrática: “elecciones presidenciales y legislativas limpias; un Instituto Federal Electoral confiable […] una Suprema Corte de Justicia independiente, cuyos fallos han sido respetados de manera universal […] libertad de expresión sin cortapisas en medios impresos y electrónicos”, y concluye: “Ahora la democracia mexicana podrá seguirse consolidando.” No hay peor analista que el que no se quiere enterar. Si no fuera por los asesinatos de varios candidatos, por la intromisión del narco que llevó a la prensa a hablar de narcoelecciones (¿Y tú, por qué cártel vas a votar?”), por las amenazas de atentados en las casillas de votación, por las incontables denuncias de fraude, por el financiamiento ilegal y abierto de empresarios a ciertos candidatos, por los dictámenes del Tribunal Electoral que dieron por buenos votos de casillas que no fueron instaladas, por la intromisión del Ejecutivo en las elecciones internas de un partido ajeno al suyo, por el monopolio informativo que ejercen Televisa y TV Azteca y por muchas, pero muchas otras lindezas semejantes, Krauze podría tener razón.

Hace unos días, en el periódico Reforma, Krauze escribió contra “la intolerancia política […] presente en los correos electrónicos, los blogs, las redes sociales […] en la política editorial de algunas publicaciones” y articulistas, y ahí alerta que esta intolerancia “se ha convertido en odio”. En su texto, Krauze afirma: “El odio proviene directamente de la impugnación (injustificada, en mi opinión) que se hizo al resultado de aquellas elecciones [y de los que rechazan] a la actual política de seguridad” en su “esencia” y que, al hacer esto, diluyen o relativizan la culpa de los criminales. Así, para Krauze, lo preocupante de la violencia en el país no es la ola de terror y sangre que asuela a ciudades como Juárez o Culiacán, sino la intolerancia política de ciertos articulistas (¿para qué hablar de 35 mil muertos, si podemos ir a esencias como el odio? ¿Quién rechaza la “esencia” –no los métodos y la estrategia– de la actual política de seguridad? ¿Quién diluye o relativiza la culpa de los criminales? ¿Qué tan infiltrados están los criminales en el poder?)

Si no hubiera tantas pruebas del fraude de 2006 (que van desde llamadas telefónicas de la Gordillo a gobernadores para negociar el voto, hasta actas adulteradas); si no estuviera tan documentada la alianza que urdieron el PRI y el PAN a espaldas de los electores; si Fox no hubiera declarado que “cargó los dados” –desde la Presidencia– contra López Obrador, tal vez se podría opinar –como Krauze– que la impugnación de esas elecciones es injustificada. Pero lo que es incuestionable es que el entonces ocupante de Los Pinos se negó a hacer un recuento de votos a pesar de que nunca pudo demostrar que ganó limpiamente esas elecciones.

Cuando Krauze plantea que el odio proviene “del rechazo a la actual política de seguridad”, está acusando de irracionales y violentos a los que cuestionan la estrategia del gobierno. Si la violencia del gobierno no hubiera desatado la de la delincuencia; si no hubiera miles de denuncias contra el Ejército por violaciones a los derechos humanos; si la ONU no hubiera pedido sacar al Ejército de las calles; si no hubieran sido asesinados tantos defensores de derechos humanos; si no hubiéramos tenido tantos “daños colaterales” que lamentar; si los ciudadanos que denuncian a los delincuentes no fueran entregados a ellos por quienes juraron preservar su anonimato; si el plan de seguridad combatiera el lavado de dinero; si las policías, el gobierno y la clase política no estuvieran infiltradas por el crimen organizado; si tantos analistas no hubieran advertido desde un principio de los riesgos de militarizar al país; si esa militarización no fuera anticonstitucional; si no hubiera decenas de denuncias (entre ellas las del relator de la ONU) de que se combate a todos los cárteles menos a uno; si el propio Calderón no hubiera reconocido que equivocó la estrategia pero no la cambió; si esa política no tuviera relación alguna con las decenas de miles de muertos, los miles de “levantones” y otros tantos miles de desaparecidos, entonces la acusación de Krauze podría tener algún sustento.

Pero eso no parece importarle a Krauze, pues su discurso es el del poder y el poderoso no tiene por qué argumentar. Las críticas contra la intolerancia política de la izquierda radical son viejas, han sido también bandera de un sector de la izquierda y, en gran medida, las compartimos. Sin embargo, usar hoy ese discurso contra los críticos del plan de seguridad se traduce en una acusación maniquea e infundada: “Quien no está con la política de seguridad de Calderón, está con el crimen organizado.” Ese sí que es un discurso de intolerancia política, una declaración de odio que nadie merece y lleva implícitas una amenaza y un chantaje inaceptables. Son dignas de un intelectual orgánico que opera para el poder.

sábado, 22 de junio de 2013

Brasil-México: Antítesis de una expresión.





Francisco RIVAS LINARES


 
El hombre es el ser único con capacidad para hacer y escribir historia. Y la historia tiene un sentido. El sentido más profundo de la historia, nos dice el filósofo José Pablo Feinmann, es el de la rebelión del hombre contra el poder.
 
Brasil se está cimbrando con la organización espontánea del pueblo. Reclaman del poder el gasto excesivo que invierte en la organización del campeonato mundial de futbol 2014 y su evento preparatorio, la Copa de Confederaciones.
 
Decenas de miles de personas han ganado las calles para protestar contra el incremento en las tarifas del transporte público, las estructuras financieras y políticas, la corrupción y el despilfarro. Y lejos de censurar las protestas legítimas del pueblo, su presidenta, Dilma Rousseff, exclamó: “Las voces de las calles deben ser escuchadas”.
 
Luiz Inacio Lula da Silva, su antecesor, aseveró: “Que nadie en su sano juicio se oponga a las movilizaciones.” Y otro expresidente, Fernando Enrique Cardozo, señaló: “Los gobernantes deben entender el porqué de los acontecimientos.”
 
México es la antítesis de lo que ocurre actualmente en Brasil. Aquí las “voces de la calle” no son escuchadas. Aquí se censuran las movilizaciones invocando la “buena imagen” de la ciudad. Aquí se desgarran las vestiduras por los contenidos de las demandas. Aquí se cuantifican las pérdidas monetarias que ocasionan los rebeldes al poder. Aquí las protestas se ven como un problema económico, no como un problema social. Aquí, nuestros gobernantes no entienden el porqué de los acontecimientos.
 
Ya en colaboraciones pasadas me he referido a las dos opciones que tenemos para juzgar los sucesos y acontecimientos. Recordemos… Si un suceso lo juzgo a partir de lo que perciben mis sentidos, estaré expresando una opinión. Pero si lo que percibo lo juzgo después de hacer uso de mi capacidad de raciocinio, identificando las causas que provocan las expresiones de inconformidad, los factores y agentes que influyen en su manifestación, entonces ya no expresaré una opinión, sino un juicio.
 
La sociedad se rebela contra los hombres del poder (económico o político), cuando éstos se deshumanizan y ocasionan dolor y sufrimiento. Es entonces cuando la sociedad se estimula y rompe los diques de control emprendiendo acciones que le permitan transformar su entorno.
Freire, autor de la Pedagogía del Oprimido, nos dice que para poder explicar y mejorar nuestra realidad, tenemos que adentrarnos primero en ella. Tomar conciencia, es decir, darnos cuenta de esa realidad. Y a partir de ella, trascender.
 
Los hombres del poder temen que la sociedad se organice. Los hombres del poder suelen demandar al pueblo que utilice los cauces institucionales para plantear sus demandas, a sabiendas de que los ritmos de la burocracia son impuestos por ellos, haciéndola dilatada, lerda y tortuosa.
 
Cualquier planteamiento de justicia que el pobrerío les demande, lo sofocan con sus ritmos y enredos; y cuando el pobrerío reacciona, lo etiquetan para desprestigiarlo, les aplican la ley de Herodes, les engendran el miedo con torturas y desapariciones, abortando –a la mala- su rebeldía. Para ello tienen a su servicio a los medios de difusión masiva. Y tienen a su servicio voces mercenarias que repiten y repiten adjetivos para inhabilitar liderazgos y cancelarles su derecho a soñar. Por eso la expresión popular que surgió en el movimiento de los Indignados y que suena amenazante: Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.
 
Las dolencias sociales cimbran las estructuras del poder montado en el trípode autoritarismo, impunidad y fraude. Más, a pesar de todo, es el pueblo y sólo el pueblo  el que cambiará el rumbo de la historia.
 
POR LOS DESAPARECIDOS DE MICHOACÁN: ¡VIVOS DE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS!
 
 
 

jueves, 6 de junio de 2013

México y la OCDE




Francisco RIVAS LINARES

 
 
En la columna política del viernes anterior, contrapuse al reclamo reiterado de la calidad en la educación a la de otros servicios de carácter público en los que tal demanda es tibia, si no es que nula. En su párrafo último expresé: “…ya es tiempo de cuestionar la calidad en todos los aspectos de la vida ciudadana. Calidad en la democracia, calidad en los empleos, calidad salarial, calidad de los servicios públicos, calidad en la impartición de justicia, calidad en las personas del poder político, etc.”
 
Tres notas publicadas en el transcurso de la presente semana fortalecen lo planteado en la columna política de referencia: la primera de ellas –de fecha 26 de mayo- en la que se dan a conocer los “onerosos salarios” -así calificados- de los 39 altos mandos del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), los cuales oscilan entre un millón 900 mil pesos y los 2 millones 400 mil pesos anuales.
 
La segunda noticia publicada el 29 de mayo, hace referencia a un informe de la OCDE titulado “¿Cómo va la vida?”. En él se dan a conocer un conjunto de datos que ubican a nuestro país en situación francamente deleznable; y que, no obstante, el mexicano vive en completa felicidad.
 
La tercera noticia se publicó el día de ayer y se refiere a la impunidad en que siguen inmersos los responsables de la debacle financiera en que se debate nuestra entidad.
 
Los acuerdos políticos se han constituido en un broquel protector para quienes abusando del poder disponen de la hacienda pública a contentillo. Así tenemos que no sólo los funcionarios del Cisen se han fijado salarios elevadísimos. Ya se ha difundido la cuantía de los ingresos de los ministros, legisladores, funcionarios de primer nivel como Secretarios de Estado, Subsecretarios, Directores y Jefes de Departamento, etc.
 
Desde que llegó al gobierno el lic. Fausto Vallejo Figueroa, quedó al descubierto los elevados desfalcos que los funcionarios anteriores dejaron en las áreas bajo su responsabilidad. Se les ha identificado con nombre y apellido y los probables montos económicos de los que dispusieron, dejándolos en la presunción de haber cometido diversos delitos penales.
 
Y sin embargo… no ha pasado nada. Ante la falta de información, todos recurrimos a ejercer nuestro derecho a la especulación. Entre políticos, todos se protegen entre sí, haciendo válido el viejo dicho, surgido de la filosofía popular, que dice: perro no come perro.
 
La OCDE registró en el informe ¿Cómo va la vida? que los mexicanos trabajan 474 horas más, anualmente, que los que pertenecen a cualquiera de los otros países integrantes de la Organización; es decir, los mexicanos trabajan 2,250 horas al año y aquéllos 1,776 horas en promedio.
 
Lo anterior debería reflejarse en mayores ingresos para los primeros, que son quienes más trabajan. Sin embargo, el mismo estudio refleja una diferencia pronunciada por cuanto las remuneraciones, pues en tanto que los trabajadores mexicanos, según la OCDE calcula, reciben 9 mil 885 dólares por año, los de los otros países tienen una remuneración de 34 mil 466 dólares anuales, lo que hace una diferencia abismal de 24,581 dólares.
 
Cuando el trabajo es mal pagado, éste se califica como explotación laboral, misma que se da en dos situaciones: 1) el abuso por parte del empleador; y 2) precariedad laboral. Esta última conlleva inseguridad, incertidumbre y falta de garantía en las condiciones de trabajo. Cabe recordar que en el mes de abril del presente año, se dio a conocer que el salario de los trabajadores chinos era mayor en un 19.6% que el de los mexicanos.
 
En inseguridad.  México encabezó la lista de homicidios, pues de acuerdo a los datos registrados entre 2002 y 2013 la tasa de homicidios pasó de 7 por cada cien mil habitantes, a 23.7.
 
Pese a lo que se informa, declara la propia OCDE en el estudio de referencia, que “Los mexicanos somos los más felices ciudadanos de todas las naciones integrantes de dicha organización”. ¡Qué manera de faltarnos el respeto!
 
Por los desaparecidos de Michoacán: Vivos se los llevaron. Vivos los queremos.