miércoles, 18 de marzo de 2009

Cabroñol

Cuando se hicieron públicas las conversaciones sostenidas por el gobernador del estado de Puebla, Mario Marín, con el empresario Kamel Nacif y las de éste con el coordinador de la diputación priísta Emilio Gamboa Patrón, Carlos Monsivais acuñó un término para distinguir esa forma de expresarse: El Cabroñol.

A continuación comparto con mis lectores un artículo escrito por Monsivais a propósito del tema. Vale.


Dale pa’tras, papá

Carlos Monsiváis

(Bienvenido al cabroñol)

Esa chingadera no pasa

Como otras conversaciones que alcanzan la fama instantánea (millones de comentarios arman un hemiciclo), la sostenida entre el líder moral y camaral del PRI, Emilio Gamboa Patrón, y el empresario Kamel Nacif dada a conocer en septiembre de 2006, además de su aporte a la teoría y la práctica del escándalo, ejemplifica uno de los niveles verbales de amplios sectores de la burguesía (no sólo allí desde luego, pero allí ostentosamente). En el habla aludida se vierte un proceso de los libros no leídos, de los comerciales contemplados sin tregua, del uso pragmático de la educación ("no pagamos esas colegiaturas para aprender lo innecesario"), de la reducción de vocabulario (a buen entendedor, pocas palabras sobran), y de un "idiolecto" acelerado y compulsivo que podría llamarse el cabroñol. Además de los pormenores del asunto, de las mentiras piadosas del diputado Gamboa que tanto negó conocer a Nacif, de los vínculos entre un empresario y un salvador profesional de la República, y de los negocios insondables de los poderosos, lo que llama la atención es un fenómeno lingüístico, el esplendor del cabroñol. Procedo a repetir el intercambio de todos tan oído:

G: Vamos a sacar la reforma del hipódromo, cabrón, ya no del juego... del hipódromo.

K: ¿Para qué?

G: Para hacer juego allí, cabrón.

K: ¿Cómo?... (Pausa) ¿Bueno?

G: ¿Cómo la ves?

K: No, no la chingues.

G: Entonces lo que tú digas, cabrón, por allí vamos, cabrón.

K: Dale pa'trás, papá.

G: Pos entonces va pa'atrás, esa chingadera no pasa en el Senado.

K: A güevo.

G: OK.

K: Pos a güevo.

G: Te mando mi cariño.

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Siempre se ha hablado así, y la gazmoñería no tiene el menor caso, pero el tema sobresaliente no es el de los pronunciantes masculinos cuando creen o creían estar a solas (es decir, cuando el espionaje telefónico aún no era parte de la vida de los hombres prominentes), sino el marcado por la estrechez del vocabulario. No es únicamente que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", sino que en buen número de casos el mundo se arma y desarma desde la limitación expresiva.

¿Cuáles serían las características del cabroñol? Enlisto algunas:

-identifica la conversación como un sistema cerrado donde lo que se comunica es el valor de los estados de ánimo desafiados por unas cuantas palabras.

-niega la utilidad que se les atribuía históricamente a los convencionalismos sociales. Entre las ventajas del poder, en varios niveles, se encuentra la eliminación de las disculpas y las escenificaciones de virtud.

-localiza, y en abundancia, las recompensas psicológicas en el habla "atrabancada", que no se fija en los melindres ajenos. "Si no hablo como me da la gana, no dispongo de mi gana".

-traslada el pragmatismo de la política a la conversación.

Al respecto, un segundo ejemplo, la conversación entre el empresario a su modo célebre Kamel Nacif y el ya famoso gobernador de Puebla, Mario Marín:

-Qiúbole, Kamel.

-Mi gober precioso.

-Mi héroe, chingao.

-No, tú eres el héroe de esta película, papá.

-Pues ya ayer acabé de darle un pinche coscorrón a esta vieja cabrona. Le dije que aquí en Puebla se respeta la ley y no hay impunidad, y quien comete un delito se llama delincuente. Y que no se quiera hacer la víctima, y no quiera estar aprovechando para hacerse publicidad. Ya le mandé un mensaje, a ver cómo nos contesta. Pero es que nos ha estado jode y jode, así que se lleve su coscorrón y que aprendan otros y otras.

-Ya sé, y es que estos cabrones siguen sacando mamadas y mamadas. Pero yo hice una declaración. Fui a la televisión.

-Ah, qué bueno. ¿Allá en México o acá en Puebla?

-Aquí, pero dijeron que la iban a mandar allá. Salió aquí. Y yo en el Milenio le dije, si lo quieres leer, le dije, pus al señor gobernador no le tembló la mano.

-Ni nos tiembla ni nos temblará.

-Pinche bola de ratas. ¿Qué han hecho? Qué asquerosidad es esto, ¿eh?

II

De la muerte de la censura y sus consecuencias

¿En qué momento la sociedad mexicana (póngale mayúscula para ubicar las técnicas de autoconsagración) le perdió el miedo a las Malas Palabras? ¿A qué horas desapareció la reverencia medrosa de pobres y ricos ante el lenguaje lícito, decente, respetuoso? (las negritas vienen de siglos de vigilia verbal en los santos hogares). Siempre existieron padres y madres de familia (tropicales, por lo común), que se divertían con las "voces profanas", que también y por contraste identificaban el habla modosita con la Decencia. Tan aburrida, y no se oponían al aprovisionamiento de carajos desde la infancia, que evidenciaba el andar por la calle, y de Chingadas, que mexicanizaban al más apátrida.

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En 1950, en El laberinto de la soledad, ese gran tratado mitológico, Octavio Paz describe a La Chingada:

"El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido. Nadie la dice en público. Solamente un exceso de cólera, una emoción o el entusiasmo delirante justifican su expresión franca. Es una voz que sólo se oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de pudor, de silencio o de hipocresía. Nos manifestamos tales como somos de verdad. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como hierven nuestros sentimientos. Cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en forma de alarido, de reto, de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran.

"La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas."

A esta "sacralización" se oponían los enemigos de las libertades idiomáticas que preferían -idealmente- memorizar vocablos (darle vueltas a la noria del diccionario) antes que recurrir a las expresiones "de cantina, burdel y cabaret", al repertorio del "carretonero" y "las verduleras". Pero la censura negaba la creatividad y el uso fértil del lenguaje y se quedaba las más de las veces en el homenaje a la retórica más inerte.

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En el fondo del cerco a las palabras-tabú, actúan la sexofobia y el desprecio de clase: "Así hablan los léperos, los pelados, los nacos/ Es de lo más alvaradeño (de Alvarado, Veracruz, una ciudad con fama de Meca de la Grosería)/ El tipo ese, tan elegante que se veía, era una jitomatera". En El perfil del hombre y la cultura en México (1934), el filósofo Samuel Ramos advierte en la expresión: "Tenga muchos güevos", la proclamación del ser del pelado, del que, literal o simbólicamente, no tiene con qué cubrirse. Y el propio Gamboa Patrón al defenderse con éxito póstumo le atribuye sus expresiones al gusto por lo popular. Por lo visto, no hay nada adorador del populismo más intenso que un antipopulista profesional.

A todo esto lo cubre un prejuicio fantasmagórico: las Malas Palabras ofenden porque en su seguimiento la Calle invade la intimidad, y atenta contra el pudor, ese cinturón de castidad más asunto de las familias que de las personas. Apenas hace falta decirlo: la operación entera es de una enorme hipocresía, y proviene de una certificación carcelaria de las mujeres, son los seres del oído protegible, son la inocencia resguardada en el desconocimiento del vocabulario que estruja y -ni modo- sonroja. El "Por favor, hay damas presentes" es el aspaviento que ensalza la fuerza genésica de a los jamás estremecidos por la brusquedad o la violencia de las palabrotas.

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Los últimos grandes bastiones de la Decencia a la antigua son las comidas y las cenas familiares ("Pero hijo, cómo dices estas cosas, ¿eso te enseñamos? ¡Compórtate!"), y las publicaciones, donde hasta hace poco la prudencia de impresores y directores de periódicos y revistas administraba los eufemismos. Así por ejemplo, con tal de no abusar de los puntos suspensivos que volvían tan remilgoso el "¡Hijos de la...!", se acudió a "¡Hijos de la fregada! ¡Hijos de la tostada! ¿Hijos de su guayaba! ¡Hijos de toda su grandísima! ¡Hijos de su jijurria!", la serie de reemplazos que borró de golpe el fracaso de la censura. En el principio, era la Chingada y, si somos sinceros, no hay Últimas Palabras que superan al "Ya me llevó la Chingada". Así sea.

III

Del uso de la Chingada como Identidad Nacional

Ya en la década de 1970 se transparenta la subversión o como se le diga al nuevo saber: no hay "malas palabras" sino costumbres represivas, tradiciones de la semántica respetable ("se dice glúteos, hijito"), aduanas de voces prohibidas, horror ante la sexualización del habla. Ya en crisis la censura, se normalizan las "palabras perdidas", las damas no se ofenden, los caballeros no se indignan ante la posible ofensa a las damas, y los sacerdotes ya no tosen con prudencia ante los exabruptos y perciben que ya ni siquiera escandaliza que ya no se escandalicen, y... ¡oh, dioses! El buen decir se jodió, y ni quién se acomida y lo lleve a un centro de rehabilitación. La sociedad de masas no tiene tiempo y las Voces Cultas requieren de diccionarios, de memoria, gusto y armazones prosódicos, y por eso se imponen las otras Palabras Altisonantes: "Y te vas a la Chingada en chinga porque si no aquí te chingas, pinche cabrón." Así sea.

En rigor, todo es economía verbal a muy altas velocidades. O, si se quiere, la reducción del vocabulario social y personal. Están de más los demasiados vocablos si lo que se quiere decir es siempre sencillito, el palabrerío como que no, y uno se cansa del, "¿y eso que dijiste qué quiere decir?". Por eso, mejor zas, zas, zas, y los diálogos se enfilan hacia la Chingada o el Carajo o la Mierda, lo que quede más cerca. De pronto, hablar cabroñol no es cuestión de moda sino de rapidez de trato, de la identificación de la intimidad con la repetición de las "leperadas", hablo como quiero y concentro mi querer en unas cuantas palabras y frases. Y, según los hablantes, lo que sale del forro de la licitud es franco, llano, sincero y -lo más importante- respetuoso del interlocutor, al que no se le envía a precisar el sentido de un término, a emprender "pesquisas verbales" ("¿Creerás que ese pendejo me dijo que le encantaban los estípites?"). Adiós sucesivamente al culteranismo, a las pretensiones y a la pérdida de tiempo que trae consigo, por ejemplo, saber lo que es una hierofonía o un almácigo o la homiléctica. Esas sí que son Malas Palabras, cabrón, don't fuck me, como dicen en náhuatl, y pendejo el que me oye, el que no me oye y el que se hace disimulado, güey.

Lo anterior afecta estrictamente a los que renuncian al idioma al que los autorizaría el grado escolar que ostentan, sus recursos económicos y sus logros y aspiraciones sociales, un gobernador por ejemplo, un gran empresario digamos, un coordinador de su bancada en la Cámara de Diputados podría ser.

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Cada una de las expresiones del habla quick o express o ready made dispone de tantos significados como se necesiten. Así por ejemplo, en el cabroñol inmaculado te vas a la Chingada quiere decir simultáneamente "te largas, perdiste tu inmunidad; te me ausentas pero al grito de ya; tu vigencia ha concluido, nene; tu buena suerte se pandea..." ¿Qué más? Vuelvo a la transcripción:

G (Emilio Gamboa): Papito, ¿dónde andas, cabrón?

K (Kamel Nacif): Pos aquí estoy en el pinche pueblo de los demonios, papá.

G: Pero... ¿dónde andas, mi rey?, porque hablo todo el día bien de ti, pero te pierdes, hijo de la Chingada...

K: Pues ando chingándole, no queda de otra...

Alguien, tal vez un subversivo que no avizora el valor moral del Poder Legislativo, verá en esta trascripción un manejo confuso de las edades mentales, y que los espiados sin saberlo parecen a primer oído dos niños que han visto hasta la saciedad películas de expresiones "toscas" y que, debido a esa afición, no han leído nada. Esa es una posibilidad. Otra es la práctica del habla machista unisex, una novedad de la temporada, donde la puerilidad (obligada) viene de una experiencia ya frecuente: aprender el idioma a través de las imágenes, darle al ejercicio del vocabulario el carácter de anotaciones en voz alta a la hora de la telenovela o del sexo o de los viajes largos en avión o de los telefonazos... ¡Eso es! El teléfono es un convenio donde el lugar de honor le corresponde al manejo de la voz y ya lo otro, así sean los negocios más delincuenciales, corrobora el efecto acústico. Imágenes y sonido eso sí, que a las palabras se las carga el hijo de la Chingada del viento, que todavía sopla.

Se trata de no ir más allá de lo básico, las ideas valen madre, "la filosofía de la vida" (antes tan apreciada a la Hora de la Autenticidad) vale madre, y la política vale madre, si a uno no le toca algo. Y a la madre, tan nulamente tasada en el mercado neoliberal, la reemplaza el neocantinflismo, que nada dice porque tiene la mente adiestrada por el zapping:

E (Emilio): ¿Pero vas bien?
K (Kamel): Mira, mientras estoy bien me va bien.
E: No, no, no, pero estás bien, ¿no?
K: Así es, mi rey.
E: Bueno, cuídate mucho y nos vemos pronto, cabrón.
K: ¿Y cómo estás tú, senador?

E: Uy, a toda madre. Aquí echando una comida aquí con unos senadores, y si te cuento...

¿Qué te cuento? Las frases sin contenido aspiran en el camino a volverse imágenes. Todos nos tuteamos porque eso nos acerca más a la temperatura anímica del videoclip.

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¿Por qué tal adicción a un vocabulario tan elemental en cualquier sentido? Ya son el chingomadral los que dan por agotado el idioma (estuve a punto de escribir "periclitado" con tal de incomodar) y no admiran la creatividad, el poder de improvisación, el gozo de la personalización del habla. ¿Para qué esforzarse si el significado de las conversaciones se ha trasladado y a toda velocidad, al tono, al énfasis en la dicción: "Ese tonito, ese tonito". Ni hablar, el éxito en los círculos del poder, ya copiado por los círculos de la falta de poder, le apuesta al fluir de sensaciones: ira, odio, amor, preocupación, amenaza. El sentido se fija en el tono, el principio y el fin de la jerarquía auditiva. Y el casette del encuentro Gamboa Patrón-Nacif permite vislumbrar algunas constantes del habla uniclasista de hoy, muy especialmente entre políticos y empresarios, aquí sí y en este caso, la vanguardia del proletariado.

-la cultura popular tuvo su gran momento de inspiración al crear palabras polisémicas (este término, aquí es una provocación). Al usarlas, se recupera el contacto con la esencia de la gente (la que sea).

-las antiguas "groserías" hoy son expresiones que, a la vez, describen una situación, un estado de ánimo y la flojera del que ya sólo confía en la intuición ajena.

-el cine y la vida cotidiana en Estados Unidos habitúa a la desaparición de "las groserías". Si todo es Fuck you la "grosería deja de serlo", así todavía no la impriman Time y The New York Times.

Epílogo por si hiciera falta

De la conversación entre Kamel Nacif y un periodista, Andrés:

-La semana que entra va a estar preciosa. Lo bueno es que casi nadie lee periódicos.

-No, que chingue su madre. ¿Sabes qué me dijo el gobernador? Que vengan unos pinches periodistas y que les diga que en el estado de Puebla no se van a tolerar las mentiras y las injurias. Tiene huevos, ¿eh? La trae contra los pinches periodistas.

-Pues qué bueno... qué bueno que apoye.

-Ya me entendiste. Estos pinches hijos de su chingada madre con una pluma te despedazan.

-No tuvo madre esa puta vieja -responde Andrés.

-La voy a dejar loca hasta que la señora pida paz. Y que le siga echando.

-Está bien. Usted sabe. Lo que usted me diga.

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