miércoles, 23 de julio de 2014

Luis Spota. Vigencia en el poder político




Francisco RIVAS LINARES

Cuando Luis Spota tuvo la oportunidad de conocer los laberintos del poder en México, escribió y publicó entre 1975 y 1977 cuatro libros cuya serie es conocida como “La costumbre del poder”. Sus títulos son: Retrato hablado; Palabras mayores; Sobre la marcha; y El primer día.

 

Naturalmente que no obvian en calidad sus otras novelas, destacando, sin lugar a dudas, la primera de ellas “Casi el paraíso”, publicada en 1956. Pues bien, en su tetralogía “La costumbre del poder”  contextualiza la sucesión presidencial en nuestro país, con sus argucias y trampas para alcanzar los sufragios necesarios. Temas tan abominables como la corrupción, el nepotismo, la impunidad y las turbiedades sindicales cuyos lastres aún seguimos arrastrando en pleno siglo XXI, son descritos de manera sencilla y bajo fórmulas claras y precisas.

 

Las marrullerías de los políticos, sus componendas con los empresarios, los militares y el clero, Spota los deja al descubierto. Más en un paralelismo imaginario, bien pudiéramos agregar, en nuestros tiempos, las componendas con la delincuencia organizada.

 

En la tetralogía la tesis es que el mandatario omnipotente no cambia, sólo muda de máscara y se sostiene sobre los mismos aparatos que sus antecesores y se encarga de que las cosas funcionen de ese modo.

 

Es notable la vigencia de las obras citadas. Cabría la leyenda anticipatoria “cualquier parecido con la realidad, es simple coincidencia”, aunque lamentablemente en el caso de Michoacán, nuestro estado,  no aplicaría, pues nuestra realidad ratifica lo que Spota registra en sus obras referidas.

 

Víctima de la intromisión arrebatada del ejecutivo federal, una guerra violenta fue engendrada por Felipe Calderón. Quedó para el registro de la memoria la imagen de un presidente beligerante vestido de militar, declarando la guerra a las mafias del narco que se encontraban diseminadas por el territorio michoacano. La fecha: 11 de diciembre de 2006. El lugar: Apatzingán.

 

Tres estudios cualitativos (2008, 2011 y 2012) con grupos de enfoque en Morelia, Uruapan y Zamora, realizados por la Dirección General de Opinión Pública de la Presidencia de la República, tuvieron como propósito que los michoacanos evaluaran su gestión. Los resultados denotaron un desastre cabal y absoluto. Los michoacanos nos sentimos traicionados.

 

Estos estudios fueron publicados por la revista emeequis, misma que obtuvo una copia  por medio de la Ley de Acceso a la Información Pública.

 

Y llegó el licenciado Fausto Vallejo. Entre tumbos y palos de ciego, siempre se lamentó de la quiebra técnica en que se encontraba la hacienda pública. Entre cifras contradictorias se perdía, mientras la seguridad se descuidaba. Nunca procedió en contra de los responsables. Dimes y diretes se cruzaban los godoyistas y los fautistas dejando a la ciudadanía en la ambigüedad. El caso de Humberto Suárez López tiene un olor a vacilada.

 

Y vuelve la intromisión del Tlatoani designando un comisionado. Desde su arribo dio la impresión que nuestro estado estaba siendo gobernado desde el centro, con la complacencia de los tres poderes. Fausto Vallejo fue blanco del escarnio público con adjetivos denigrantes, comenzando así la crónica de una renuncia anunciada que ahora se concreta.

 

¿Qué sigue ahora? La pugna de los políticos por amarrarse al poder. Arrebatos y luchas intestinas. En tanto Michoacán, entre jirones, seguirá tejiendo su red de agujeros.

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