Francisco RIVAS LINARES
Cuando
Luis Spota tuvo la oportunidad de conocer los laberintos del poder en México,
escribió y publicó entre 1975 y 1977 cuatro libros cuya serie es conocida como
“La costumbre del poder”. Sus títulos son: Retrato hablado; Palabras mayores;
Sobre la marcha; y El primer día.
Naturalmente
que no obvian en calidad sus otras novelas, destacando, sin lugar a dudas, la
primera de ellas “Casi el paraíso”, publicada en 1956. Pues bien, en su
tetralogía “La costumbre del poder” contextualiza la sucesión presidencial en
nuestro país, con sus argucias y trampas para alcanzar los sufragios
necesarios. Temas tan abominables como la corrupción, el nepotismo, la
impunidad y las turbiedades sindicales cuyos lastres aún seguimos arrastrando
en pleno siglo XXI, son descritos de manera sencilla y bajo fórmulas claras y
precisas.
Las
marrullerías de los políticos, sus componendas con los empresarios, los
militares y el clero, Spota los deja al descubierto. Más en un paralelismo
imaginario, bien pudiéramos agregar, en nuestros tiempos, las componendas con
la delincuencia organizada.
En
la tetralogía la tesis es que el mandatario omnipotente no cambia, sólo muda de
máscara y se sostiene sobre los mismos aparatos que sus antecesores y se
encarga de que las cosas funcionen de ese modo.
Es
notable la vigencia de las obras citadas. Cabría la leyenda anticipatoria
“cualquier parecido con la realidad, es simple coincidencia”, aunque
lamentablemente en el caso de Michoacán, nuestro estado, no aplicaría, pues nuestra realidad ratifica
lo que Spota registra en sus obras referidas.
Víctima
de la intromisión arrebatada del ejecutivo federal, una guerra violenta fue
engendrada por Felipe Calderón. Quedó para el registro de la memoria la imagen
de un presidente beligerante vestido de militar, declarando la guerra a las
mafias del narco que se encontraban diseminadas por el territorio michoacano.
La fecha: 11 de diciembre de 2006. El lugar: Apatzingán.
Tres
estudios cualitativos (2008, 2011 y 2012) con grupos de enfoque en Morelia,
Uruapan y Zamora, realizados por la Dirección General de Opinión Pública de la
Presidencia de la República, tuvieron como propósito que los michoacanos
evaluaran su gestión. Los resultados denotaron un desastre cabal y absoluto.
Los michoacanos nos sentimos traicionados.
Estos
estudios fueron publicados por la revista emeequis, misma que obtuvo una
copia por medio de la Ley de Acceso a la
Información Pública.
Y
llegó el licenciado Fausto Vallejo. Entre tumbos y palos de ciego, siempre se
lamentó de la quiebra técnica en que se encontraba la hacienda pública. Entre
cifras contradictorias se perdía, mientras la seguridad se descuidaba. Nunca
procedió en contra de los responsables. Dimes y diretes se cruzaban los
godoyistas y los fautistas dejando a la ciudadanía en la ambigüedad. El caso de
Humberto Suárez López tiene un olor a vacilada.
Y
vuelve la intromisión del Tlatoani designando un comisionado. Desde su arribo
dio la impresión que nuestro estado estaba siendo gobernado desde el centro,
con la complacencia de los tres poderes. Fausto Vallejo fue blanco del escarnio
público con adjetivos denigrantes, comenzando así la crónica de una renuncia
anunciada que ahora se concreta.
¿Qué
sigue ahora? La pugna de los políticos por amarrarse al poder. Arrebatos y
luchas intestinas. En tanto Michoacán, entre jirones, seguirá tejiendo su red
de agujeros.
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