Francisco RIVAS LINARES
Cuando una persona es detenida
por agentes que actúan en nombre del Estado y éste lo niega ante los familiares
o instituciones defensoras de los derechos humanos, ocultándola a propósito
para negarle la protección de la ley, estamos frente a un delito conocido como desaparición forzada.
Esta práctica cobró notabilidad
durante la segunda guerra mundial, al adoptarla los nazis en los territorios
ocupados en Europa, para infundir temor a quienes ofrecieran resistencia a la
permanencia y avance de sus tropas
Los desaparecidos por el Estado
nunca llegan a recobrar su libertad. Y es más, ni siquiera se llega a conocer
cuál habrá sido su destino, salvo quienes ejecutaron el “levantón” pero que al
amparo de la impunidad que el propio Estado les obsequia, se niegan
sistemáticamente a dar información al respecto.
Las víctimas de la desaparición forzada quedan a merced de sus
captores. Padecen torturas físicas y psicológicas sumamente brutales que en
ocasiones les provoca la muerte. De ser así, se inhuma el cadáver de manera
clandestina y nunca más se vuelve a saber de ellas.
En 1969 se registró en los
anales delictivos el primer desaparecido por las fuerzas del Estado Mexicano.
Su víctima, un maestro de escuela que pugnaba por la justicia en favor de los
pobres, de los desposeídos. Su nombre: Epifanio Avilés Rojas, miembro de la
Asociación Cívica Revolucionaria. Él fue detenido por elementos del Ejército
Mexicano el 19 de mayo del año referido en Coyuca de Catalán, Guerrero, iniciándose, de hecho, con esta práctica de lesa
humanidad. Gustavo Díaz Ordaz era el
presidente de la república y por eso se le atribuye la instauración de dicha
estrategia.
Luego viene la época denominada
Guerra Sucia, periodo que abarca de 1970 a 1980 y en el cual se registraron mil
200 casos de personas desaparecidas. El Estado utilizó esta práctica para reprimir movimientos opositores. Así, de
1970 a 1980, los desaparecidos sumaron 1,200 personas.
En estos tiempos actuales, las
cifras resultan espeluznantes: 13mil 195 durante el sexenio de Felipe Calderón
y 7mil 615 de la actual administración. Del total, 20 mil 810 personas desaparecidas,
en cuyas dos terceras partes podrían tener participación agentes del Estado,
esto es policías municipales, estatales o federales, o miembros del ejército.
La
organización internacional independiente Human Rights Watch que se dedica a la
investigación, defensa y promoción de los derechos humanos, ha llegado a la
conclusión de que en la presente administración se registra un promedio de 17
desapariciones por día y que de mantenerse este índice, llegaría a superar el
número de casos que el de Felipe Calderón Hinojosa.
La
estrategia que se aplica se va consolidando en su fracaso. A las declaraciones
optimistas de los gobiernos federal y estatal, se opone la realidad que viene
sembrando dolor y luto en miles de hogares.
En
diciembre de 2006 la ONU adoptó la Convención Internacional para la Protección
de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas y México lo suscribió
el 6 de febrero de 2007. No obstante, su opacidad para reconocer la gravedad de
este problema, denota negligencia rutinaria denota que este delito es tolerado
e incluso fomentado por algunos poderes públicos y privados.
A
manera de introducción, citaré al
periodista y fotógrafo Fernando de Alarcón: “En muchos aspectos, vivimos en la
era de la derrota del pensamiento y eso hace necesario su rescate y fomento, no
a través de la arenga ni del discurso colectivo, sino por medio de la reflexión
individual y la creación de resonancias esenciales en la verdad humana que nos
distingue y justifica.”
Como se aprecia, Fernando de
Alarcón demanda la necesidad de rescatar nuestra facultad de pensamiento, el
cual se encuentra enajenado por distractores irrelevantes creados a propósito por el
sistema del poder. Reflexionar sobre nuestro entorno, el contexto en que
estamos inmersos, siempre analizados bajo los factores causales.
Expresado lo anterior, esta es
mi propuesta para la reflexión:
Nuestro país se convulsiona en
un contexto demasiado complejo. Abundancia de temas que nos obligan a
prestarles atención pero que por su vastedad corremos el riesgo de extraviarnos
entre exposiciones confusas y diametralmente opuestas. Todas propiciadas por
las clases dominantes y los monopolios de la información: Televisa y TVAzteca.
Los mecanismos de control aplicados
por las élites de los poderes políticos y económicos, tales como los
distractores para desviar nuestra atención de las reformas que ellos van
decidiendo, como la energética, la laboral, la pensionaria, la educativa, las
telecomunicaciones, en fin, enrarecen los ámbitos de la justicia social; y esta
desigualdad va rompiendo los equilibrios en la medida que la corrupción, rasgo
esencial de nuestro sistema, se ensaña con los más desprotegidos.
Confunde ser testigos del
encarcelamiento y/o desaparición de luchadores sociales, en tanto que
personajes de la mafia delinquen en libertad arropados por el sistema. Confunde
la demagogia con que se expresan quienes ostentan el poder, pretendiendo
convertir su verdad en una verdad absoluta que nadie debe cuestionar.
Confunde la indecencia con que manipulan
los recursos del erario público, a fin de adjudicarse salarios y prestaciones
de elevado monto. Confunde la siembra de evidencias y fabricación de delitos
para callar las voces incómodas al sistema. Confunde su complicidad criminal
cuyo código guerrero es exhibir como trofeo de guerra al contrario.
Parodiando a Sartre, la
violencia gira en redondo. Un día hace explosión en Uruapan, al día siguiente
en Lázaro Cárdenas, después en Morelia, Zitácuaro, La Piedad, Zamora… los
vientos sembrados levantando tempestades y el Estado devorado por su propia
incapacidad.
No nos apropiemos de sus
mentiras, no apostemos a los milagros. Rompamos nuestros miedos y venzamos al
silencio. Rompamos con esta estructura autoritaria. Atrevámonos a pensar,
porque si no pensamos, si no reflexionamos, no salvaremos nuestra vida.
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