Cabeza mecánica
Francisco RIVAS LINARES
Es
el 12 de octubre de 1936. En el paraninfo de la Universidad de Salamanca,
España se efectúa un acto celebratorio con motivo del aniversario del
descubrimiento de América. Miguel de Unamuno, entonces rector de la
universidad, expone su pensamiento ante los presentes; más, de pronto, exclama
el militar franquista José Millán Astray y Terreros: ¡Muera la inteligencia!
Un
grito absurdo, sin lugar a dudas, que llevaba la intensión de ofender al filósofo
Unamuno y que hoy traigo a colación para la columna política de este día.
¡Muera
la inteligencia! Tal parece que este eructo verbal es predominante entre los
legisladores que se encuentran aprobando leyes reformistas como bolillos al
horno: laboral, pensionaria, educativa, telecomunicaciones y, en este momento,
el energético, ignorando olímpicamente las aportaciones anticipatorias que
intelectuales, académicos y agrupaciones civiles nacionales e internacionales, enfatizan
sobre sus preocupantes implicaciones.
Diputados
y Senadores del PRI, PAN y Verde Ecologista, formando una falange mayoritaria
abrumadora, dicho sea en sentido metafórico, han dejado de representar los
intereses de sus electores para convertirse en sujetos direccionados, con
predominio del pensamiento único, dictado por la élite del poder político y
económico.
El
parlamento, cuya función sustantiva no sólo se circunscribe a elaborar leyes,
sino incluso controlar los abusos del poder ejecutivo, ha desembocado en la
ruindad de ser un instrumento de utilería. Obedecen lo que previamente
acordaron, en los comedores vip’s o la privacidad oficinesca, coordinadores y selectos
enviados por quienes ostentan el poder real.
Cuando
en las sesiones plenarias se concretan a levantar las manos para asentir la
aprobación o rechazo de lo que previamente les ha sido ordenado, están pensando
únicamente en su futuro político y nada o poco les importa los daños o
perjuicios que estén ocasionando a la nación.
La
retórica la esgrimen como broquel ante las críticas que desembocan. Ventean
promesas que de antemano saben que serán incumplidas. Construyen ilusiones:
aumento de empleos, bajas tarifarias, desarrollo y crecimiento económico,
estabilidad social, etc. Son hábiles aplicadores del ordenamiento maquiavélico,
si el cumplimiento de tus promesas te perjudican, y las condiciones en que se
comprometieron ya no existen, no estás obligado a cumplirlas.
Y
en un esquema de disimulos, vivimos la pena de un legislativo chato y gris. La
modernidad la ven como una máscara, como un simulacro urdido por las élites y
los aparatos estatales. No atienden, mucho menos analizan, las premoniciones: el
despojo de las tierras por causa de utilidad pública para el beneficio de los
consorcios petroleros y eléctricos, está gestando una lucha sorda entre
novedosas guardias blancas y campesinos. Aplicación de técnicas tan lesivas
como la fracturación hidráulica para extraer el gas atrapado en las rocas.
Protección al capital privado extranjero. Aniquilación de empresas destinadas
al sector productivo. Vulneración de los derechos de los trabajadores. En fin.
Voces
como las de Adolfo Hellmund, Luis Sierra, Javier Jiménez Espriú, Luis Feyo, Beatriz
Olivera, César Chávez, Miguel Soto; organizaciones como Greenpeace y Alianza
Mexicana contra el fracking; académicos de la Unam, son ninguneados. Los
diputados y senadores perdidos en su frenesí privatizador, seguramente harán
honra a Millán Astray con su ventosa: ¡Muera la inteligencia!
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