miércoles, 23 de julio de 2014

El fracaso de la inteligencia



Cabeza mecánica


Francisco RIVAS LINARES


Es el 12 de octubre de 1936. En el paraninfo de la Universidad de Salamanca, España se efectúa un acto celebratorio con motivo del aniversario del descubrimiento de América. Miguel de Unamuno, entonces rector de la universidad, expone su pensamiento ante los presentes; más, de pronto, exclama el militar franquista José Millán Astray y Terreros: ¡Muera la inteligencia!

 

Un grito absurdo, sin lugar a dudas, que llevaba la intensión de ofender al filósofo Unamuno y que hoy traigo a colación para la columna política de este día.

 

¡Muera la inteligencia! Tal parece que este eructo verbal es predominante entre los legisladores que se encuentran aprobando leyes reformistas como bolillos al horno: laboral, pensionaria, educativa, telecomunicaciones y, en este momento, el energético, ignorando olímpicamente las aportaciones anticipatorias que intelectuales, académicos y agrupaciones civiles nacionales e internacionales, enfatizan sobre sus preocupantes implicaciones.

 

Diputados y Senadores del PRI, PAN y Verde Ecologista, formando una falange mayoritaria abrumadora, dicho sea en sentido metafórico, han dejado de representar los intereses de sus electores para convertirse en sujetos direccionados, con predominio del pensamiento único, dictado por la élite del poder político y económico.

 

El parlamento, cuya función sustantiva no sólo se circunscribe a elaborar leyes, sino incluso controlar los abusos del poder ejecutivo, ha desembocado en la ruindad de ser un instrumento de utilería. Obedecen lo que previamente acordaron, en los comedores vip’s o la privacidad oficinesca, coordinadores y selectos enviados por quienes ostentan el poder real.

 

Cuando en las sesiones plenarias se concretan a levantar las manos para asentir la aprobación o rechazo de lo que previamente les ha sido ordenado, están pensando únicamente en su futuro político y nada o poco les importa los daños o perjuicios que estén ocasionando a la nación.

 

La retórica la esgrimen como broquel ante las críticas que desembocan. Ventean promesas que de antemano saben que serán incumplidas. Construyen ilusiones: aumento de empleos, bajas tarifarias, desarrollo y crecimiento económico, estabilidad social, etc. Son hábiles aplicadores del ordenamiento maquiavélico, si el cumplimiento de tus promesas te perjudican, y las condiciones en que se comprometieron ya no existen, no estás obligado a cumplirlas.

 

Y en un esquema de disimulos, vivimos la pena de un legislativo chato y gris. La modernidad la ven como una máscara, como un simulacro urdido por las élites y los aparatos estatales. No atienden, mucho menos analizan, las premoniciones: el despojo de las tierras por causa de utilidad pública para el beneficio de los consorcios petroleros y eléctricos, está gestando una lucha sorda entre novedosas guardias blancas y campesinos. Aplicación de técnicas tan lesivas como la fracturación hidráulica para extraer el gas atrapado en las rocas. Protección al capital privado extranjero. Aniquilación de empresas destinadas al sector productivo. Vulneración de los derechos de los trabajadores. En fin.

 

Voces como las de Adolfo Hellmund, Luis Sierra, Javier Jiménez Espriú, Luis Feyo, Beatriz Olivera, César Chávez, Miguel Soto; organizaciones como Greenpeace y Alianza Mexicana contra el fracking; académicos de la Unam, son ninguneados. Los diputados y senadores perdidos en su frenesí privatizador, seguramente harán honra a Millán Astray con su ventosa: ¡Muera la inteligencia!

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