lunes, 29 de agosto de 2011

Las televisoras y la verdad invertida



Foto: La Jornada

Francisco RIVAS LINARES


“Todos queremos ser héroes
de anécdotas triviales.”
Jorge Luis Borges


1.- El 24 de marzo del presente año, la organización Iniciativa México y las dos empresas que constituyen el duopolio televisivo en el país (Televisa y TvAzteca) convocaron a un acuerdo de medios para fijar criterios en torno a la cobertura informativa de la violencia.

La intención la cifraban en evitar convertirse en voceros involuntarios de la delincuencia organizada. Para lograrlo, consideraron necesario “…proponer criterios editoriales comunes para que la cobertura informativa de la violencia que genera la delincuencia organizada con el propósito de propagar el terror entre la población no sirva para esos fines.”

El acuerdo de marras fue considerado como una toma de posición ante el entorno violento que nos rodea. Una posición que llegó, incluso, a calificarse como actitud de censura voluntaria.

2.- Televisión Azteca hizo una apología de la suspensión abrupta aplicada a la transmisión del partido Santos-Monarcas; y amparándose en los contenidos del multicitado acuerdo, lanzó un comunicado en el que expresa que “…ni el rating, ni la búsqueda de una primicia están por encima del respeto a nuestra audiencia, el respeto que le tenemos a usted. Para nosotros era más importante no alarmarlo y no caer en la desinformación, y mostrar imágenes que podían no ser aptas para sus hijos…”

Luego la tragedia del Casino Royale de Monterrey cimbró nuestras cuerdas más sensibles, engendrándonos una mezcla de emociones. Pero al duopolio televisivo le causó mella a sus acuerdos. El olvido amañado de los buenos propósitos. ¿Demencia? ¿Hipocresía? Tal vez ambas. Se olvidaron del respeto que le tienen a su audiencia.

Al modo de Juan Orol, cuyo estilo cinematográfico se considera como muestra de lo que no debe hacerse en asuntos gangsteriles, Televisa y TvAzteca proyectaron el siniestro como performance adocenado, suficientemente perverso en aras de alcanzar el rating y la primicia que tanto negaban.

Con fondos musicales propios del cine negro, proyectaron a la audiencia un tour con vistas diversas sobre la tragedia, “imágenes que podían no ser aptas para (nuestros) sus hijos.” La voz engolada de sus conductores buscaba crear diferentes efectos en los oyentes, como el de “propagar el terror entre la población.”

La hicieron asunto editorial de noticiero, cuya durabilidad no fue de un día. La repetición sostenida para efectos de rating se mantuvo por varios días, explotando el morbo y engendrando un corpus en el que llegara a compartirse la angustia y la depresión.

La verborrea de políticos y empresarios se agregó a la tragedia. Las televisoras se convirtieron en pasarelas para politicastros y politiqueros, exponiendo remedios y chiquiadores al país enfermo de violencia.

Amnistías y treguas reclamaban los unos. Rigorismo en la fuerza del Estado demandaban los otros. En tanto las víctimas fueron banalizadas, condenadas al grito placero, a la demanda cacerolera.

3.- La fuerza expresiva de la televisión es contundente, pues al combinar imagen y sonido le hacen superior a los demás medios. Su influencia es decisiva. Por algo suelen decir los políticos que quien no sale en televisión, simplemente no existe.

Los mensajes que emite son almacenados en el subconsciente del receptor, sometiéndolo a un control desproporcionado al convertirlo en ente dócil y manejable. La respuesta -a los mensajes- fluye de manera automática e imprevista, y en el caso que nos ocupa puede traducirse en violencia y agresión.

Imágenes editadas, música de ambiente negro, hipócritas políticos y hueras convocatorias a la unidad, forman los elementos de la verdad invertida. Con tales elementos pretenden instalarnos en la sociedad del espectáculo donde domina la autocracia del rating. Habrá que volver a la lectura de Guy Debord para explicarnos muchas cosas.


POR UNA SOCIEDAD SIN AGACHADOS: ¡NO MÁS SANGRE! ¡BASTA DE SANGRE!

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