miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Votar para qué?




Francisco RIVAS-LINARES

"México nunca será un país fascista: lo salva la corrupción"
Luis Buñuel.

La necedad se define como un acto terco e imprudente. El adjetivo se aplica a quienes suelen actuar fuera de toda lógica o buen juicio.

Un gobernante, en el ámbito de la democracia, ejecuta los ordenamientos que le dictan sus gobernados. Por eso la designación de Poder Ejecutivo. Dicho poder lo ejercen desde los presidentes municipales, los gobernadores estatales y el presidente de la república. Ellos son los mandatados, quienes están para obedecer a sus mandatarios, es decir, al pueblo.

Las expresiones y demandas de la ciudadanía, se hacen llegar -a modo de propuestas y solicitudes- a través del Poder Legislativo. Diputados y Senadores están obligados, en consecuencia, a escuchar las solicitudes y requerimientos de sus representados para traducirlos en dictámenes y/o proyectos.

El Poder Judicial se deposita en la Suprema Corte de Justicia, la cual está constituida por once ministros designados por el Senado, previa propuesta del Presidente de la República.

Nuestra Constitución, máximo ordenamiento jurídico de nuestro país, establece que la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo, del cual dimana todo poder público y se instituye para beneficio de éste, quien además tiene el derecho inalienable de alterar o modificar en todo tiempo la forma de su gobierno.

La forma es un conjunto de cualidades que determinan el modo de ser o hacer algo; esto es, el modo de comportarse y de actuar. Si los gobernantes actúan en detrimento de los derechos de sus gobernados, éstos tendrán el derecho de modificar o alterar tales comportamientos.

Establecidos los conceptos anteriores, expongo:

Quienes dicen gobernarnos, no se sienten mandatados sino mandatarios. Ellos se erigen como los depositarios de la legalidad; y envueltos en el síndrome del hacendado, ven a sus gobernados como peones que para lo único que sirven es para legitimarlos mediante el sufragio.

Su necedad les hace gravitar en torno a la irracionalidad, tienen comportamientos ilógicos y –ya fuera de sí- descalifican a quienes osen criticarlos. Están ajenos y distantes de sus gobernados, son indiferentes y regañones con el pueblo.

Los legisladores no representan a nadie. Sólo se representan a sí mismos y sus partidos. Nunca atienden las demandas del pueblo. Legislan al vapor, en los pasillos y en los comedores de restaurantes de postín. No se atreven a ser contrapeso al ejecutivo, aunque éste tenga sembrado de cadáveres al país.

El sistema de justicia se encuentra de cabeza. Y en ello han contribuido, considerablemente los ministros de la Suprema Corte, hoy bien llamada, irónicamente, suprema corta, en alusión a los dislates en que han incurrido al momento de pronunciar sus dictados.

Si el concepto de la justicia resulta ser indispensable para la construcción de un régimen democrático, el parto de los magistrados resulta ser un esperpento que ha traído consigo la reafirmación de un gobierno autócrata, ignorante de las voces de sus gobernados.

Y todavía hay quienes declaran tener confianza en tal o cual funcionario, político o gobernante. Tal actitud no denota esperanza, sino las ganas de creer para justificar su dejadez.

Y en este contexto de necios, saboteadores y rateros de la voluntad popular, me pregunto: ¿Votar para qué?

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