miércoles, 27 de mayo de 2009
De "Rambos" y resistencias
La espectacularidad de los operativos aplicados por la policía federal y el ejército en el combate a la delincuencia organizada, lleva implícita la intencionalidad propagandística electorera a favor del Partido Acción Nacional.
También subyace la determinación de distraer nuestra atención de otros asuntos que nos golpean, con tanto o más rigor, que el que se deriva del supuesto combate a la delincuencia susodicha.
No me detendré, por lo tanto, en formular comentario alguno sobre los acontecimientos últimos que se han desarrollado al respecto, tanto en Zacatecas, Morelos y –por supuesto- nuestra entidad.
El escritor mexicano Carlos Montemayor, el lunes anterior declaró lo siguiente: “La resistencia retórica del país nos impide comprender a qué grado la crisis del narcotráfico y de las organizaciones guerrilleras en México constituye ya un preámbulo de guerra civil”.
No es la primera ocasión que tenemos conocimiento sobre las probabilidades altas de quedar atrapados en una guerra civil, cuya causalidad la encontraríamos en los factores que han incidido en la crisis social vaticinada: desempleo, pobreza extrema, inequidad en la riqueza, carencia de un patrón de desarrollo, mercado laboral restringido, ausencia de ética en la función pública e inmoralidad en la casta patronal, entre otros.
La resistencia retórica como preámbulo de la guerra civil, debería ser motivo suficiente para ejercitar nuestra capacidad reflexiva. ¿Cuáles serían las consecuencias de una guerra civil? La respuesta parece obvia: hambre, dolor, sufrimiento, sobremortalidad, expatriación, represión masiva y sangrienta, bombardeos, abandono del país, destrucción de la cultura… en fin, un escenario dantesco que trascendería nuestra imaginación.
Los hilos de la tolerancia se van tensando drásticamente. La inoperancia del sistema partidista en nuestro régimen electoral, se ha evidenciado repetidamente. Y sin embargo, no hemos sido capaces de construir una estructura social opositora que frene pacíficamente a la jauría rapaz que nos gobierna.
El debate real está inhibido. Nos conformamos con el grito quejumbroso como catarsis y desahogo personal. Y en esta anomia política se dejan pasar cosas que en un régimen auténticamente democrático, provocarían al menos el rubor y la vergüenza de las élites.
Dejemos de albergar para siempre nuestros sentimientos de miseria.
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