miércoles, 20 de mayo de 2009

Crisis, crisis, crisis. ¿Qué hacer con tanta crisis?


Las crisis que identifican nuestro contexto vivencial, sacuden nuestras conciencias y nos ponen en actitud de alertas. Crisis de empleo, crisis inflacionaria, crisis sanitaria, crisis educativa, crisis política, crisis jurídica, crisis institucional, crisis en la credibilidad, crisis moral… y en el conjunto, se nos germina la crisis emocional.

¿Qué hacer con tanta crisis? ¿Qué hacer con el cinismo de funcionarios y políticos que nos mienten para ocultar su ineptitud y rapacidad? La verdad, no vemos la salida del túnel. Nos hundimos en el pantano de la corrupción y no hay quien ponga el freno para rectificar la ruta equivocada.

La cloaca esta abierta. Miguel de la Madrid aseveró que la gobernabilidad se sustenta en la impunidad. Las élites tienen patente de corzo para delinquir sin que les preocupe ser denunciados. Todos pueden vaciar las arcas públicas, cometer crímenes, anteponer su prepotencia, ser arbitrarios, regodearse en sus excrementos de tiranos sin que la ley, a la que tanto invocan, les sea aplicada para responder a la denuncia ciudadana.

La pregunta que Ignacio Ramírez “El Nigromante” se planteara en 1875 ¿Qué hacemos con los pobres? tomaría vigencia con otros cuestionamientos: ¿Qué hacemos con las crisis? ¿Qué hacemos con los diputados? ¿Qué hacemos con los senadores? ¿Qué hacemos con los gobernantes? ¿Qué hacemos con los funcionarios? ¿QUÉ HACEMOS…?

Es demencial la multitud de preguntas que nos plantea esta realidad de espanto. Es demencial, porque perdemos el norte de nuestras vidas entre los laberintos de la explotación inicua, sin encontrar respuestas aspiracionales: No queremos la violencia y nos orillan a ella. No buscamos horizontes trágicos pero nos conducen hacia ellos. No deseamos la hambruna y nos la siembran día tras día. Anhelamos la salud y nos confunden con influenzas magnificadas. Reclamamos los espacios para ganar el sustento decoroso y nos cancelan los caminos con salarios de hambre y la contracción de las fuentes de trabajo.


Nos debatimos entre lo banal y lo volátil, lo efímero de la inutilidad y la cosificación de las identidades. Nos asombra la facilidad con que se mercantiliza al hijo no nacido, en aras de fútiles aspiraciones politiqueras. Nos impacta la manipulación de la infancia al inducirlos para que expresen líneas preferenciales de carácter electorero.

¿Acaso debemos acostumbrarnos a vivir nuestra tragedia? ¿Acaso nuestro destino es repetirnos incansablemente? ¿Acaso debemos privarnos de nuestra humanidad para debatirnos en una brutal desesperanza?

Debemos negarnos a continuar con este perverso juego, con esta pasividad quejumbrosa, con esta cobardía incondicional. Debemos negarnos, en fin, a sentar plaza de tontos.

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