La tragedia de nuestro país la podemos resumir en una sola palabra: CORRUPCIÓN. Esta se manifiesta a través de prácticas que aplicamos de manera cotidiana para obtener lo que nos proponemos, sin importarnos el daño que le hacemos a la vida institucional que nos rige.
La corrupción es el triunfo de la inmoralidad, de lo ilegítimo. Es el desprecio que sentimos por la ley. Y cuando somos víctimas de esa corrupción, nos desgarramos las vestiduras olvidando que nosotros reiteradamente hemos sido actores de la propia corrupción.
El soborno o “mordida” es la más común de nuestras corruptelas, convirtiéndola en un “impuesto regresivo” que afecta de manera considerable a los ingresos de los hogares.
Otras formas de la corrupción son el tráfico de influencias y el peculado o robo de recursos públicos, en los que destacan de manera preponderante nuestros políticos; el contrabando; la aplicación torcida de las leyes, reflejándose en el castigo a inocentes o la dilatación de la justicia; la prepotencia, el despotismo y la arrogancia de los servidores públicos; la mentira con propósitos de engaño; el fraude; la simulación; la ocultación deliberada de la información; en fin, todo un abanico pudiéramos desplegar sobre su multiplicidad.
Hay quienes aseveran que este estigma que nos supura, ya es parte de la naturaleza del mexicano. Y es que México ocupa un lugar preponderante en la corrupción a nivel mundial. En una escala de 0 a 10, nuestro país alcanzó una calificación en 2007 de 3.5
Ahora conozcamos los datos siguientes que fueron dados a conocer por la organización no gubernamental “Transparencia Mexicana” el pasado 16 de abril. Es el estudio correspondiente al año anterior.
El 2007 se presentaron más de 197 millones de actos de corrupción en el uso de servicios públicos, representando un costo de 27 mil millones de pesos para los hogares mexicanos. Esta cantidad de por sí alarmante, denota que las familias mexicanas destinaron el 8% de su ingreso al pago de mordidas en trámites y servicios.
Y estamos hablando únicamente de las “mordidas”, no de las otras formas que ya mencionamos. Lo alarmante del informe es que (cito textualmente) “de los hogares del país, los encabezados por jóvenes, así como aquellos que tienen mayores niveles educativos, siguen siendo los más propensos a participar en actos de corrupción”.
Sí… el destino ya nos alcanzó. Nuestros jóvenes están contaminados por la corrupción porque les hemos destruido la cultura de la legalidad.
Ahora bien, Transparencia Mexicana identificó a las cinco entidades más corruptas del país, que son el Estado de México, Tlaxcala, Puebla, Morelos y el Distrito Federal. Y las menos corruptas son Colima, Aguascalientes, Guanajuato, Nayarit y (para nuestra satisfacción) MICHOACÁN.
Pero no dejaremos de enunciar lo que consideramos como causas que originan la corrupción: bajos salarios; sistema de justicia débil; inconsistencia de las leyes; educación deficitaria; carencia de un código de ética; y la más importante, IMPUNIDAD.
Lo chistoso es que no nos gusta que otras personas nos vengan a decir este defecto que nos lacera. Nos enojamos con quién o quiénes se atreven a señalárnoslo y, con insultos de por medio, los corremos. Somos unos intolerantes cuando nos quitan las máscaras.
Eso le ocurrió al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Amerigo Incalcaterra por haber denunciado la corrupción que se regodea en la Comisión Nacional de Derechos Humanos. O el año pasado, con el embajador de Canadá, Marc Perron, quien también fue expulsado por haberse quejado públicamente de la corrupción mexicana. Son casos que nos avergüenzan en el concierto internacional.
Pero no todo está perdido. Hay una frase de Séneca que dice: “La corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos”. Mejoremos, pues, la estructura formativa del género humano. No nos acostumbremos a la corrupción porque perderemos la sensibilidad. Hagamos una reflexión sobre nuestros criterios y nuestra conducta. No olvidemos que la corrupción crece si no la detenemos a tiempo.
La corrupción es el triunfo de la inmoralidad, de lo ilegítimo. Es el desprecio que sentimos por la ley. Y cuando somos víctimas de esa corrupción, nos desgarramos las vestiduras olvidando que nosotros reiteradamente hemos sido actores de la propia corrupción.
El soborno o “mordida” es la más común de nuestras corruptelas, convirtiéndola en un “impuesto regresivo” que afecta de manera considerable a los ingresos de los hogares.
Otras formas de la corrupción son el tráfico de influencias y el peculado o robo de recursos públicos, en los que destacan de manera preponderante nuestros políticos; el contrabando; la aplicación torcida de las leyes, reflejándose en el castigo a inocentes o la dilatación de la justicia; la prepotencia, el despotismo y la arrogancia de los servidores públicos; la mentira con propósitos de engaño; el fraude; la simulación; la ocultación deliberada de la información; en fin, todo un abanico pudiéramos desplegar sobre su multiplicidad.
Hay quienes aseveran que este estigma que nos supura, ya es parte de la naturaleza del mexicano. Y es que México ocupa un lugar preponderante en la corrupción a nivel mundial. En una escala de 0 a 10, nuestro país alcanzó una calificación en 2007 de 3.5
Ahora conozcamos los datos siguientes que fueron dados a conocer por la organización no gubernamental “Transparencia Mexicana” el pasado 16 de abril. Es el estudio correspondiente al año anterior.
El 2007 se presentaron más de 197 millones de actos de corrupción en el uso de servicios públicos, representando un costo de 27 mil millones de pesos para los hogares mexicanos. Esta cantidad de por sí alarmante, denota que las familias mexicanas destinaron el 8% de su ingreso al pago de mordidas en trámites y servicios.
Y estamos hablando únicamente de las “mordidas”, no de las otras formas que ya mencionamos. Lo alarmante del informe es que (cito textualmente) “de los hogares del país, los encabezados por jóvenes, así como aquellos que tienen mayores niveles educativos, siguen siendo los más propensos a participar en actos de corrupción”.
Sí… el destino ya nos alcanzó. Nuestros jóvenes están contaminados por la corrupción porque les hemos destruido la cultura de la legalidad.
Ahora bien, Transparencia Mexicana identificó a las cinco entidades más corruptas del país, que son el Estado de México, Tlaxcala, Puebla, Morelos y el Distrito Federal. Y las menos corruptas son Colima, Aguascalientes, Guanajuato, Nayarit y (para nuestra satisfacción) MICHOACÁN.
Pero no dejaremos de enunciar lo que consideramos como causas que originan la corrupción: bajos salarios; sistema de justicia débil; inconsistencia de las leyes; educación deficitaria; carencia de un código de ética; y la más importante, IMPUNIDAD.
Lo chistoso es que no nos gusta que otras personas nos vengan a decir este defecto que nos lacera. Nos enojamos con quién o quiénes se atreven a señalárnoslo y, con insultos de por medio, los corremos. Somos unos intolerantes cuando nos quitan las máscaras.
Eso le ocurrió al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Amerigo Incalcaterra por haber denunciado la corrupción que se regodea en la Comisión Nacional de Derechos Humanos. O el año pasado, con el embajador de Canadá, Marc Perron, quien también fue expulsado por haberse quejado públicamente de la corrupción mexicana. Son casos que nos avergüenzan en el concierto internacional.
Pero no todo está perdido. Hay una frase de Séneca que dice: “La corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos”. Mejoremos, pues, la estructura formativa del género humano. No nos acostumbremos a la corrupción porque perderemos la sensibilidad. Hagamos una reflexión sobre nuestros criterios y nuestra conducta. No olvidemos que la corrupción crece si no la detenemos a tiempo.
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