Francisco RIVAS LINARES
El arte y la ciencia de gobernar
ha sido un tema de interés desde los tiempos clásicos de la filosofía griega.
Pensadores trascendentales como Aristóteles y Platón ya discernían en torno a
tan complicado asunto, en el ánimo de encontrar una explicación al quehacer
político.
Si gobernar es considerado como
un resultado de la dicotomía arte/ciencia, definitivamente nuestros políticos
se encuentran fuera de tales considerandos.
Incultos y mediocres no tienen
visión para alcanzar alturas que les permitan actuar con mesura en la toma de
decisiones críticas en torno a la economía, lo social o lo político. Sus
atributos personales fueron los menos que se tomaron en cuenta para lanzarlos
como candidatos; sí, en cambio, su disposición para la obediencia, la
disciplina partidaria, su gregarismo a
grupos o tribus adheridos al partido, su desenvolturas con habilidades mañosas,
en fin.
Sé que más de uno habrá de
indignarse con la visión que expreso sobre la identidad de los políticos. Aunque
no está divorciada de la que expresa Nicolás Maquiavelo, el padre fundador de
la ciencia política, quien en su obra El
Príncipe subraya que: “Quien quiera tener éxito en el ámbito político
habría de renunciar a toda consideración moral y humanista, so pena de ser
vencido fácilmente en tan despiadada contienda; quienes tales ambiciones
albergue en su alma no debiera mostrar escrúpulo alguno en recurrir a la
mentira, al asesinato, la crueldad y la venganza cuando las condiciones así lo
requiriesen.”
Nuestro Apóstol de la Democracia, Don
Francisco I. Madero lo confirma en su Manual
Espirita, cuando escribió: “Es indudable que si todos los hombres de bien
hicieran a un lado sus egoísmos y se mezclasen en los asuntos públicos, los
pueblos estarían gobernados sabiamente y serían los hombres de más mérito y
virtud los que ocuparían los puestos más elevados, y es natural que hombres así
harían el bien y acelerarían la evolución de la humanidad, no sucediendo lo
mismo con los hombres malvados que con tanta frecuencia ocupan dichos puestos…
en tales condiciones el hombre bueno y virtuoso es víctima de toda clase de
persecuciones, mientras el malvado que se amolda a la situación es
recompensado.”
Si bien estamos conscientes de
que quienes se dedican a la política, como cualquier ser humano, tienen
defectos y virtudes. Sin embargo, hay cualidades predominantes como la de poseer
ideales que de tan sólidos le permitan tomar decisiones en beneficio de la
mayoría social. Un buen político deberá poseer cualidades que le permitan entender
a la ciudadanía; claridad en las ideas para transformarlas en realidades;
integridad para enfrentar los retos que el devenir de su actuación le presente.
Si la veracidad y la sensatez le
son indispensables, nuestros políticos ni lo son ni poseen la sensatez. Se
guían sólo por la dirección que les marcan, no procuran su independencia ideológica
en relación a la de su partido porque prefieren anteponer el cuidado de su
futuro político al de los ciudadanos que representan.
Hoy nuestros políticos son
genuinos artistas de la trapisonda; es decir, de la discusión o riña en la que
se grita y se hace alboroto; ventean mentiras elaboradas en los círculos
ocultos, para agredir a sus adversarios potenciales, esos que pudieran impedir
la concreción de sus proyectos.
El mundo de las apariencias
democráticas es su hábitat donde se regodean en los contravalores que distorsionan
los principios constitucionales y los derechos humanos, siempre en aras de
extender sus ambiciones de dominio.
Y esa es nuestra condena, tener
una casta de políticos aglutinados en grupos de facción, que poco o nada tienen
que ver con lo que les demanda el pueblo. Por eso, en nuestro tiempo, “resulta
necesario revalorar el papel que deben jugar los individuos en tanto
integrantes de la sociedad y como entes encargados del ejercicio del poder
público…” más aún, cuando estamos viviendo tiempos aciagos de confusión.
Abramos un tiempo para la
reflexión sobre nuestro papel como sociedad civil, por cuanto a incidir en la
gobernabilidad y la estabilidad social.
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