miércoles, 3 de septiembre de 2014

De políticos incultos y mediocres.



Francisco RIVAS LINARES


El arte y la ciencia de gobernar ha sido un tema de interés desde los tiempos clásicos de la filosofía griega. Pensadores trascendentales como Aristóteles y Platón ya discernían en torno a tan complicado asunto, en el ánimo de encontrar una explicación al quehacer político.

 

Si gobernar es considerado como un resultado de la dicotomía arte/ciencia, definitivamente nuestros políticos se encuentran fuera de tales considerandos.

 

Incultos y mediocres no tienen visión para alcanzar alturas que les permitan actuar con mesura en la toma de decisiones críticas en torno a la economía, lo social o lo político. Sus atributos personales fueron los menos que se tomaron en cuenta para lanzarlos como candidatos; sí, en cambio, su disposición para la obediencia, la disciplina partidaria, su gregarismo  a grupos o tribus adheridos al partido, su desenvolturas con habilidades mañosas, en fin.

 

Sé que más de uno habrá de indignarse con la visión que expreso sobre la identidad de los políticos. Aunque no está divorciada de la que expresa Nicolás Maquiavelo, el padre fundador de la ciencia política, quien en su obra El Príncipe subraya que: “Quien quiera tener éxito en el ámbito político habría de renunciar a toda consideración moral y humanista, so pena de ser vencido fácilmente en tan despiadada contienda; quienes tales ambiciones albergue en su alma no debiera mostrar escrúpulo alguno en recurrir a la mentira, al asesinato, la crueldad y la venganza cuando las condiciones así lo requiriesen.”

 

 Nuestro Apóstol de la Democracia, Don Francisco I. Madero lo confirma en su Manual Espirita, cuando escribió: “Es indudable que si todos los hombres de bien hicieran a un lado sus egoísmos y se mezclasen en los asuntos públicos, los pueblos estarían gobernados sabiamente y serían los hombres de más mérito y virtud los que ocuparían los puestos más elevados, y es natural que hombres así harían el bien y acelerarían la evolución de la humanidad, no sucediendo lo mismo con los hombres malvados que con tanta frecuencia ocupan dichos puestos… en tales condiciones el hombre bueno y virtuoso es víctima de toda clase de persecuciones, mientras el malvado que se amolda a la situación es recompensado.”

 

Si bien estamos conscientes de que quienes se dedican a la política, como cualquier ser humano, tienen defectos y virtudes. Sin embargo, hay cualidades predominantes como la de poseer ideales que de tan sólidos le permitan tomar decisiones en beneficio de la mayoría social. Un buen político deberá poseer cualidades que le permitan entender a la ciudadanía; claridad en las ideas para transformarlas en realidades; integridad para enfrentar los retos que el devenir de su actuación le presente.

 

Si la veracidad y la sensatez le son indispensables, nuestros políticos ni lo son ni poseen la sensatez. Se guían sólo por la dirección que les marcan, no procuran su independencia ideológica en relación a la de su partido porque prefieren anteponer el cuidado de su futuro político al de los ciudadanos que representan.

 

Hoy nuestros políticos son genuinos artistas de la trapisonda; es decir, de la discusión o riña en la que se grita y se hace alboroto; ventean mentiras elaboradas en los círculos ocultos, para agredir a sus adversarios potenciales, esos que pudieran impedir la concreción de sus proyectos.

 

El mundo de las apariencias democráticas es su hábitat donde se regodean en los contravalores que distorsionan los principios constitucionales y los derechos humanos, siempre en aras de extender sus ambiciones de dominio.

 

Y esa es nuestra condena, tener una casta de políticos aglutinados en grupos de facción, que poco o nada tienen que ver con lo que les demanda el pueblo. Por eso, en nuestro tiempo, “resulta necesario revalorar el papel que deben jugar los individuos en tanto integrantes de la sociedad y como entes encargados del ejercicio del poder público…” más aún, cuando estamos viviendo tiempos aciagos de confusión.

 

Abramos un tiempo para la reflexión sobre nuestro papel como sociedad civil, por cuanto a incidir en la gobernabilidad y la estabilidad social.

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