Francisco
RIVAS LINARES
Todo
lo que se opone a la razón, es absurdo. La conducta de los dictadores
eliminando a sus opositores, es absurdo. Hitler asumió una conducta absurda
ordenando el exterminio de los judíos. La Operación Cóndor que los dictadores
del cono sur aplicaron durante las décadas de 1970-1980, fue un absurdo. Las
tácticas dilatorias y tramposas que aplican los gobernantes para provocar a sus
críticos y disidentes, es absurda. El bloqueo de calles y avenidas, tanto como
el secuestro y destrucción de autobuses y vehículos, es absurdo. Quien osa
enfrentarse a una masa intoxicada de adrenalina y embestirlos con su vehículo
en un arranque de ira, es absurdo.
Cuando
a una sociedad se le extravía el horizonte, se desquicia y grita ¡sálvese quien
pueda!, es una sociedad que ha caído en el absurdo. Lo absurdo es, pues, lo
disonante, lo ilógico, el sinsentido.
Hemos
llegado a la sociedad absurda. Una sociedad dominada por quienes tienen menos
escrúpulos, una sociedad en la que impera la ley del más fuerte. Una sociedad
amenazada por delincuentes de diversa calaña. Una sociedad donde la justicia se
ha prostituido. Una sociedad en la que los pobres –que son los más- son más
pobres y los ricos –que son los menos- más ricos, es una sociedad absurda.
La
sociedad que aplaude el impulso criminal de un iracundo, es absurda. La
sociedad que destila un odio enfermizo azuzando, incluso, al crimen, es una
sociedad absurda. El sistema de justicia que obtiene confesiones bajo tortura,
que encarcela inocentes bajo el simplismo de entregar resultados, es un sistema
absurdo. Si como afirma el sociólogo
Walter Frederick Buckley “… un sistema educativo cuyo eje rector se
sustenta en metas competitivas en lugar de metas cooperativas y comunitarias,
movidas por propósitos enaltecidos, será una sociedad desgarrada y asfixiada
por la falta de legitimidad”, agregaría yo que se trata de un sistema absurdo
propio de una sociedad absurda.
Hemos
arribado a la conformación de una sociedad dominada por dos valores: el valor
economicista y el valor utilitario. En ambos valores domina el individualismo
cuya conducta se circunscribe a un mero afán de acumulación de bienes
materiales, al consumo compulsivo; y peor aún, a la cosificación de las
personas a quienes se les da fines de uso.
De
seguir por la trayectoria del absurdo, caeremos irremediablemente en el
escepticismo. Nada nos importará. El YO dominará al NOSOTROS y estaremos a
punto de hacer realidad lo que el filósofo francés Albert Camus se planteara:
“La existencia humana no tiene sentido por lo que buscarlo es algo inútil. El
que la existencia sea absurda significa que da igual lo que hagamos o elijamos,
pues de todas formas seguimos siendo indiferentes para un mundo y una realidad
que de suyo no posee ningún sentido.”
En
la Columna Política del 19 de diciembre del año anterior, el tema expuesto fue
la estupidez. Cité al historiador italiano Carlos María Cipolla quien define al
estúpido como aquél que al causar daños a otros, se perjudica a la vez a sí
mismo.
Y
en este tinglado de absurdos que tantos estúpidos han montado, sólo nos van
dejando un rastro de basura con calor de incendio.
1 comentario:
Buen análisis de una realidad que no vemos, porque no somos capaces o porque no queremos verla.
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