viernes, 11 de abril de 2014

Hacia una sociedad absurda






Francisco RIVAS LINARES

 

Todo lo que se opone a la razón, es absurdo. La conducta de los dictadores eliminando a sus opositores, es absurdo. Hitler asumió una conducta absurda ordenando el exterminio de los judíos. La Operación Cóndor que los dictadores del cono sur aplicaron durante las décadas de 1970-1980, fue un absurdo. Las tácticas dilatorias y tramposas que aplican los gobernantes para provocar a sus críticos y disidentes, es absurda. El bloqueo de calles y avenidas, tanto como el secuestro y destrucción de autobuses y vehículos, es absurdo. Quien osa enfrentarse a una masa intoxicada de adrenalina y embestirlos con su vehículo en un arranque de ira, es absurdo.

 

Cuando a una sociedad se le extravía el horizonte, se desquicia y grita ¡sálvese quien pueda!, es una sociedad que ha caído en el absurdo. Lo absurdo es, pues, lo disonante, lo ilógico, el sinsentido.

 

Hemos llegado a la sociedad absurda. Una sociedad dominada por quienes tienen menos escrúpulos, una sociedad en la que impera la ley del más fuerte. Una sociedad amenazada por delincuentes de diversa calaña. Una sociedad donde la justicia se ha prostituido. Una sociedad en la que los pobres –que son los más- son más pobres y los ricos –que son los menos- más ricos, es una sociedad absurda.

 

La sociedad que aplaude el impulso criminal de un iracundo, es absurda. La sociedad que destila un odio enfermizo azuzando, incluso, al crimen, es una sociedad absurda. El sistema de justicia que obtiene confesiones bajo tortura, que encarcela inocentes bajo el simplismo de entregar resultados, es un sistema absurdo. Si como afirma el sociólogo  Walter Frederick Buckley “… un sistema educativo cuyo eje rector se sustenta en metas competitivas en lugar de metas cooperativas y comunitarias, movidas por propósitos enaltecidos, será una sociedad desgarrada y asfixiada por la falta de legitimidad”, agregaría yo que se trata de un sistema absurdo propio de una sociedad absurda.

 

Hemos arribado a la conformación de una sociedad dominada por dos valores: el valor economicista y el valor utilitario. En ambos valores domina el individualismo cuya conducta se circunscribe a un mero afán de acumulación de bienes materiales, al consumo compulsivo; y peor aún, a la cosificación de las personas a quienes se les da fines de uso.

 

De seguir por la trayectoria del absurdo, caeremos irremediablemente en el escepticismo. Nada nos importará. El YO dominará al NOSOTROS y estaremos a punto de hacer realidad lo que el filósofo francés Albert Camus se planteara: “La existencia humana no tiene sentido por lo que buscarlo es algo inútil. El que la existencia sea absurda significa que da igual lo que hagamos o elijamos, pues de todas formas seguimos siendo indiferentes para un mundo y una realidad que de suyo no posee ningún sentido.”

 

En la Columna Política del 19 de diciembre del año anterior, el tema expuesto fue la estupidez. Cité al historiador italiano Carlos María Cipolla quien define al estúpido como aquél que al causar daños a otros, se perjudica a la vez a sí mismo.

 

Y en este tinglado de absurdos que tantos estúpidos han montado, sólo nos van dejando un rastro de basura con calor de incendio.

1 comentario:

Unknown dijo...

Buen análisis de una realidad que no vemos, porque no somos capaces o porque no queremos verla.