Francisco RIVAS LINARES
“La imagen miente sobre todo si se saca de
contexto y se le agrega una voz con lo que el informante quiere difundir, esto
puede hacer que el televidente tenga sólo percepciones deformadas y vaya
perdiendo la capacidad de abstracción y con ella la posibilidad de distinguir lo verdadero y lo falso.” Giovanni Sartori. La sociedad teledirigida.
Todo parece indicar que
pertenecemos a una sociedad teledirigida. El binomio televisa-tvazteca nos ha
implantado nuevos estilos de vida cuya sustantividad no sólo se manifiesta en
tendencias compulsivas hacia la adquisición de
bienes superfluos, sino que también abonan a la sustitución de aquellos
valores sociales que fortalecen la armonía relacional entre los integrantes del
conglomerado social, tales como la solidaridad, el respeto, la responsabilidad,
la honradez, la cooperación, la intercomunicación, etc.
Ahora priva la desconfianza, el
deseo insano, la indiferencia, el distanciamiento; todo nos resulta ajeno y
nada nos ocupa que no sea lo circunscrito a nuestro entorno familiar. Vivimos
en competencia sostenida por lo acumulativo. El SER queda supeditado al TENER.
El “tanto tienes, tanto vales” es el
paradigma dominante en la cotidianidad social.
El proyecto de estupidización de las masas se va
imponiendo a conveniencia de quienes ostentan el poder. Han preferido
consolidar los referentes visuales que se ofrecen a través de la televisión,
antes que estimular la capacidad cognitiva de las personas. Así tendrán
garantizada una sociedad disciplinada y obediente, sin capacidad para entender
conceptos o comprender abstracciones; una sociedad constituida por hombres que
dejan de interesarse por lo inteligible para prestar mayor
interés por lo visible; es decir, hombres video-formados.
La omnipresencia de los medios
audiovisuales ha configurado un perfil novedoso del mexicano. Los estímulos que
proyectan subliminalmente manipulan nuestras respuestas a tal grado que el
subconsciente domina la respuesta final. El mejor ejemplo de lo que asevero lo
podemos encontrar en el último proceso electoral, cuyo resultado, a partir del
lenguaje de la percepción, salta a la vista: la consolidación de la kakistocracia o el gobierno de los
peores.
Por eso escuchamos con frecuencia
la invocación a la imagen del
gobierno, de la ciudad, del país. Ante las expresiones tonitronantes y
tumultuarias que efectúan estudiantes, trabajadores, obreros, campesinos, etc.,
los agoreros oficialistas se desgarran las vestiduras y sentencian el deterioro
de la imagen que repercutirá en el factor económico, pues
para ellos las protestas no constituyen un problema social, sino estrictamente
monetario.
Y aparece el recurso del engaño:
la imagen estimulando realidades ficticias. Más aún si ésta se acompaña por una
descripción oral de locutores, cómicos y actores sistémicos. El bullying, la
humillación, el grito, el doble sentido, el acomodo, la edición, en fin,
constituyen sus recursos para divertir (¿?), inducir o provocar a las audiencias.
Pero la regresión ha ido cobrando
tal agudeza a partir de la década de los noventas con la consolidación de la
mujer-objeto, la mujer-cosa, la mujer como símbolo sexual, dando origen a la culocracia.
La mujer pasa de su composición
total a un trasero que se personifica y se convierte en protagonista, “… un
efecto especial que antes había que esconderlo pero que hoy sólo esconde
nuestra raquítica realidad”, así lo define el sociólogo francés Jean
Baudrillard. Y asegura que “… se ha construido un mundo en el que todos vivimos
obsesionados con la perfección (del culo) y en el que la autenticidad fue
reemplazada por una copia transmitida por televisión.”
Este factor adicional ha
provocado tal sustracción de la realidad que impide la reflexión en los asuntos
que repercuten severamente en el entorno social y familiar. Y la televisión lo
ofrece, nos lo pone al alcance para colonizar nuestras conciencias, para
entorpecer el entendimiento.
Al filósofo argentino José Pablo
Freinmann se le atribuye el neologismo que nos ocupa y en el marco de la presentación de su último
libro titulado “Filosofía política del poder mediático”, dictó la conferencia
“Reflexiones sobre el poder, los medios y la culocracia”, en la que expuso… “el
trasero de la mujer, bajo el pretexto de una hipermodernidad, es utilizado como
la imagen hegemónica en la modalidad informática y como parte del proceso de
estupidización paulatina y progresiva que sufre nuestra sociedad
contemporánea.”
Los espectáculos televisivos son
presentados con “… formas femeninas totalmente cosificadas y presentadas como
un ideal a conseguir… shows degradantes y vacíos en el que se observan ideales
tiránicos, inorgánicos y falsos…” Y se pregunta el filósofo “… ¿en dónde radica
el problema? Contestándose para sí: “en la parcialización del ser humano, en
pretender captar la esencia de una persona y definirla por una parte de su
cuerpo. Estamos acudiendo a la más grave frivolidad y superficialidad cultural.
No importan los sueños, proyectos y deseos de tal o cual individuo, sino sólo
sus pectorales, senos, traseros y su capacidad de baile o comicidad.”
Hay una canción que se refiere al
tema. Comparto con ustedes dos de sus párrafos:
“La culocracia que nos dirige /
la que corrompe / y se ríe de tu credo. / La culocracia que nos empuja / que
nos obliga / que sólo importa / a quien vas a votar.
“La culocracia / la que te tranza
/ la que te mata / y que soborna sueños. / La culocracia / que nos seduce / te
muestra un culo / y te quita todo / todo lo que pensas.”
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