martes, 22 de abril de 2014

La culocracia: Un referente para la mediatización






Francisco RIVAS LINARES

 

 

“La imagen miente sobre todo si se saca de contexto y se le agrega una voz con lo que el informante quiere difundir, esto puede hacer que el televidente tenga sólo percepciones deformadas y vaya perdiendo la capacidad de abstracción y con ella la posibilidad  de distinguir lo verdadero y lo falso.” Giovanni Sartori. La sociedad teledirigida.

 

Todo parece indicar que pertenecemos a una sociedad teledirigida. El binomio televisa-tvazteca nos ha implantado nuevos estilos de vida cuya sustantividad no sólo se manifiesta en tendencias compulsivas hacia la adquisición de  bienes superfluos, sino que también abonan a la sustitución de aquellos valores sociales que fortalecen la armonía relacional entre los integrantes del conglomerado social, tales como la solidaridad, el respeto, la responsabilidad, la honradez, la cooperación, la intercomunicación, etc.


Ahora priva la desconfianza, el deseo insano, la indiferencia, el distanciamiento; todo nos resulta ajeno y nada nos ocupa que no sea lo circunscrito a nuestro entorno familiar. Vivimos en competencia sostenida por lo acumulativo. El SER queda supeditado al TENER. El “tanto tienes, tanto vales” es el paradigma dominante en la cotidianidad social.


El proyecto de estupidización de las masas se va imponiendo a conveniencia de quienes ostentan el poder. Han preferido consolidar los referentes visuales que se ofrecen a través de la televisión, antes que estimular la capacidad cognitiva de las personas. Así tendrán garantizada una sociedad disciplinada y obediente, sin capacidad para entender conceptos o comprender abstracciones; una sociedad constituida por hombres que dejan de interesarse por lo inteligible para prestar mayor interés por lo visible; es decir, hombres video-formados.

 
La omnipresencia de los medios audiovisuales ha configurado un perfil novedoso del mexicano. Los estímulos que proyectan subliminalmente manipulan nuestras respuestas a tal grado que el subconsciente domina la respuesta final. El mejor ejemplo de lo que asevero lo podemos encontrar en el último proceso electoral, cuyo resultado, a partir del lenguaje de la percepción, salta a la vista: la consolidación de la kakistocracia o el gobierno de los peores.

 
Por eso escuchamos con frecuencia la invocación a la imagen del gobierno, de la ciudad, del país. Ante las expresiones tonitronantes y tumultuarias que efectúan estudiantes, trabajadores, obreros, campesinos, etc., los agoreros oficialistas se desgarran las vestiduras y sentencian el deterioro de la imagen  que repercutirá en el factor económico, pues para ellos las protestas no constituyen un problema social, sino estrictamente monetario.

 
Y aparece el recurso del engaño: la imagen estimulando realidades ficticias. Más aún si ésta se acompaña por una descripción oral de locutores, cómicos y actores sistémicos. El bullying, la humillación, el grito, el doble sentido, el acomodo, la edición, en fin, constituyen sus recursos para divertir (¿?), inducir o provocar a las audiencias.

 
Pero la regresión ha ido cobrando tal agudeza a partir de la década de los noventas con la consolidación de la mujer-objeto, la mujer-cosa, la mujer como símbolo sexual, dando origen a la culocracia.

 
La mujer pasa de su composición total a un trasero que se personifica y se convierte en protagonista, “… un efecto especial que antes había que esconderlo pero que hoy sólo esconde nuestra raquítica realidad”, así lo define el sociólogo francés Jean Baudrillard. Y asegura que “… se ha construido un mundo en el que todos vivimos obsesionados con la perfección (del culo) y en el que la autenticidad fue reemplazada por una copia transmitida por televisión.”

 
Este factor adicional ha provocado tal sustracción de la realidad que impide la reflexión en los asuntos que repercuten severamente en el entorno social y familiar. Y la televisión lo ofrece, nos lo pone al alcance para colonizar nuestras conciencias, para entorpecer el entendimiento.

 
Al filósofo argentino José Pablo Freinmann se le atribuye el neologismo que nos ocupa y  en el marco de la presentación de su último libro titulado “Filosofía política del poder mediático”, dictó la conferencia “Reflexiones sobre el poder, los medios y la culocracia”, en la que expuso… “el trasero de la mujer, bajo el pretexto de una hipermodernidad, es utilizado como la imagen hegemónica en la modalidad informática y como parte del proceso de estupidización paulatina y progresiva que sufre nuestra sociedad contemporánea.”

 
Los espectáculos televisivos son presentados con “… formas femeninas totalmente cosificadas y presentadas como un ideal a conseguir… shows degradantes y vacíos en el que se observan ideales tiránicos, inorgánicos y falsos…” Y se pregunta el filósofo “… ¿en dónde radica el problema? Contestándose para sí: “en la parcialización del ser humano, en pretender captar la esencia de una persona y definirla por una parte de su cuerpo. Estamos acudiendo a la más grave frivolidad y superficialidad cultural. No importan los sueños, proyectos y deseos de tal o cual individuo, sino sólo sus pectorales, senos, traseros y su capacidad de baile o comicidad.”

 
Hay una canción que se refiere al tema. Comparto con ustedes dos de sus párrafos:

“La culocracia que nos dirige / la que corrompe / y se ríe de tu credo. / La culocracia que nos empuja / que nos obliga / que sólo importa / a quien vas a votar.

“La culocracia / la que te tranza / la que te mata / y que soborna sueños. / La culocracia / que nos seduce / te muestra un culo / y te quita todo / todo lo que pensas.”

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