Francisco RIVAS-LINARES
“Como tendencia general de todos los hombres, destaca un perpetuo e impaciente deseo de poder y de más poder, que solamente cesa con la muerte. Y esto no se debe al mayor placer que se espera sino al hecho de que el poder no puede garantizarse sino buscando aún más poder.” Hobbes
La esquizofrenia, como trastorno mental que se manifiesta con cambios o mutaciones en la personalidad del individuo, ha cobrado coto de establecimiento en las conductas de quienes viven los delirios del poder absoluto.
Pautados por una deformación perceptiva de la realidad, una persona dominada por los síntomas esquizofrénicos antepone la práctica del poder al ejercicio de la autoridad. Y el resultado es una acentuada disfunción social.
El frenesí del poder de la testosterona lo imponen como dominio. La razón y el buen juicio quedan en la aridez del abandono. Dueños del destino ajeno, ellos deciden un día ser filantrópicos y al siguiente los leviatanes.
El modelo institucional del poder es el Estado, un poder que supuestamente debería tener como razón de su existencia atender los intereses de la totalidad; más, al ser pervertido, sólo escucha a una élite o clase social. Y aquí encontramos las dos enfermedades del poder: la corrupción y la impunidad.
¿Qué está sucediendo en nuestro país? ¿Cómo nos ven nuestros gobernantes? ¿Qué somos nosotros para los responsables de impartir justicia? Ante la praxis de un poder esquizofrénico, estas y muchas otras preguntas nos deben obligar al ejercicio del análisis crítico.
La falsa conciencia de la realidad ha fertilizado las nuevas estructuras del poder, una composición que impide comprender la complejidad del todo social, sus factores, el contexto, el entorno, en fin.
Por eso Felipe Calderón se ciega ante la pila de cadáveres cosechados diariamente. Por eso su indolencia ante las consecuencias trágicas que padecen las familias. Y luego nos culpa de tener una percepción diferente a la suya, una percepción rígida, invariable y por lo tanto dogmática. El parte militar, el informe judicial y el interés político, le han construido una falsa conciencia, introduciéndole rasgos esquizofrénicos a su quehacer político.
Las ideas mágico-religiosas han sustituido al proceso comprobatorio de sus argumentos. Ya no le importa explicar con la objetividad del demócrata, sino que engaña con la subjetividad del autócrata.
La fidelidad es la condición sustantiva que exige de sus colaboradores. Así asegura la aplicación exacta de sus dictados, los cuales están desligados completamente de los hechos. Y ante la ineficacia ventea las culpas, convoca a los medios para dar noticia de las buenas venturas, exhorta al paisanaje para unirse al orfeón de los halagos y descalifica a quienes osen criticarle.
La metástasis de la esquizofrenia política alcanza a todos los poderes. Así tenemos un poder judicial cuyos ministros deciden conforme a sus veleidades dominantes. Resoluciones para la repulsa social han sido su marca de casa. También cargamos a cuestas con un congreso totalmente desdibujado por sus diputados y senadores, quienes sucumben en las negociaciones de pasillo. Un congreso que solapa las arbitrariedades y no se atreve a legislar para imponer cotos.
Concluyo. Nuestra casta de politicastros está ajena y distante del pueblo. Chapulines que parasitan en la hacienda común de la nación, se han galvanizado con la desvergüenza y el cinismo. Hoy la ciencia del buen gobierno se escenifica en el tinglado como una parodia con los esquizoides.
Tenemos que dejar nuestra estrechez de acción. Es un deber liberarnos de la dominación de los políticos acomodaticios. Es necesario defender al Estado Mexicano. Sólo el pueblo podrá hacerlo. Empecemos por desechar los medios manipuladores, que hacen de los comunicados oficialistas decretos de veracidad y expulsemos a los navajeros de la política, ahora enemigos de la concordia y del sentido común.
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