miércoles, 21 de julio de 2010

Y el "hijo desobediente" terminó por ser el presidente del desastre



Francisco RIVAS LINARES

“Quítese de aquí mi padre que estoy más bravo que un león, no vaya a sacar la espada y le traspase el corazón” Corrido “El hijo desobediente”, como tal se hiciera llamar Felipe Calderón en sus ritos de campaña electoral.



El sector patronal expone sus propuestas económicas. La clase política discute la posesión de jerarquías de gobierno. Los funcionarios imponen estructura a fin de mantenerse en las preferencias de los “jefes”. Los líderes sindicales radicalizan los mecanismos de control. Pero el pueblo, en el que se deposita la fuerza auténtica del poder para torcer rumbos equivocados, se encuentra al margen de cualquier índice de justicia. No es escuchado, a pesar de la estridencia de sus reclamos. Es ninguneado, no obstante que en él debería radicar la optimización del ejercicio del poder, según el texto constitucional.

El grito “Todo el poder al pueblo” se queda en el reduccionismo del reclamo. Es lo único que nos resta: gritar, solicitar, exigir, protestar, pedir o demandar. Luego viene el silencio de la frustración, el coraje reprimido, la gestación del odio. Y ante la ineficaz exigencia de justicia, se invoca la venganza.

La Confederación Patronal de la República Mexicana y el Consejo Coordinador Empresarial se mantienen en su innoble empeño: imponernos el IVA en los alimentos y las medicinas. Pretenden remitir al Congreso de la Unión una propuesta con ese propósito, para que sea discutida y aprobada en su próximo Periodo Ordinario de septiembre.

Pasados los tiempos electoreros, las necesidades del pueblo retornaron a su consabido plano secundario. Vuelve, pues, la normalidad. Y la normalidad es gobernar para los pocos en detrimento de los muchos. La justicia social no se concreta, porque la impunidad favorece a quienes tienen para comprarla.

Los padres de la Guardería ABC esperaron 14 meses para ser atendidos por Felipe Calderón. No llevó en sus alforjas la justicia, sino dinero para comprar el dolor de quienes, huérfanos de sus hijos, demandan castigo para los responsables de su tragedia.

Si la ley, como norma jurídica, es regulatoria de nuestra convivencia, el gobierno la pervierte y con chicanerías obsequia protección a delincuentes de casimir inglés.

Los electricistas mantienen su expresión de protesta pacífica. La huelga de hambre de Cayetano Cabrera y Miguel Ibarra los ha puesto en el bordo de un fatal desenlace. Y Calderón, influido por el salinismo cínico, ni los ve ni los oye. Es duro de entendederas. Pero si se tratara de personajes de utilería para su insulsa campaña mediática, ya tendría, seguramente, la cobertura nacional.

Primar la justicia es deber de todo gobernante. Una justicia natural, inherente a la condición humana. Una justicia basada en el conocimiento derivado del juicio ético. Más pedirle esto a un gobernante espurio, es tanto como reclamarle rapidez mental al hombre de cromagnon.

Cansados de los predicadores políticos, se replantea la pregunta: ¿Qué hacer? ¿Qué hacer con un gobernante que llegó a Los Pinos sin –al menos- un instructivo, tomando decisiones a palos de ciego? Nos debatimos entre la ansiedad, el disgusto y la frustración. Y en tal circunscripción sólo estaremos cosechando pobreza.

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