Francisco RIVAS LINARES
Ahora
que comienza la contienda electoral, escuchar hablar a los políticos –de
cualquier partido- sobre transparencia y buena fiscalización, nos provocan risas y enojosos escarnios.
Y
es que escuchar a estos personajes tan singulares, dicho tal calificativo por
su proclividad hacia la corrupción, citar clichés expresivos como “te lo firmo
y te lo cumplo”, “aplicar el peso de la ley”, “nadie por encima de la ley”, “se
investigará hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga”, etc., cuando
tenemos a ojos vista que son ellos, precisamente quienes tienden trampas y
truquean las leyes a su antojo, para asegurarse la impunidad en su
enriquecimiento inexplicable, no da motivo más que para eso: la mofa y la
indignación.
El
rigor del discurso pierde sentido en las voces de estos merolicos engañabobos.
Se refieren a la pobreza como el flagelo mayor a combatir. Prometen crear
empleos dignos y bien remunerados, cuando a ocultas se reúnen con los dueños
del poder económico para decidir restringir los ingresos al máximo de sus
obreros.
La
simulación es su bastión para el engaño. Rostro y buen humor presumen durante
la campaña. Destilan optimismo para generar confianza. Tiempos únicos para la
identificación igualitaria con los miserables. Ese es el verdadero rostro de la
contienda electorera.
Dos
senadores y un diputado han sido los favorecidos por las cúpulas de sus
partidos políticos para competir por la conquista de El Solio de Ocampo. Tres
“chapulines” que son auténticos saltimbanquis, artistas de la trapisonda politiquera.
Tres legisladores que se olvidaron de las
funciones intrínsecas del representante popular para caer en un entreguismo
abyecto ante el ejecutivo federal mediante un remedo de pacto para el perjuicio
de sus representados.
Estamos
conscientes que no somos –y nunca lo hemos sido- los auténticos electores.
Somos, quizás, votantes, pero no elegimos. Los partidos políticos se encargan
de distribuirse las ínsulas de poder y luego nos los presentan como opciones
únicas para que en las boletas hagamos una falsa expresión preferencial a
través de un cruce.
Y
eso es suficiente para el engaño, para hacernos creer, tal es su supuesto, que
nos hemos convertido en participantes y
coadyuvadores de los destinos de la patria o del estado, pero que a final de
cuentas todo es sombra, una extraña sombra que nos quitará el derecho de exigir
justicia frente a la miseria extrema y la desesperanza que nos sacude.
Las
elecciones son pues un elogio a la falsedad, un elogio a la mentira duradera de
la que más temprano que tarde sufrimos sus consecuencias. Una pugna entre los
que “no entienden que no entienden” los problemas que aquejan a los ciudadanos,
pues atraídos por el poder arbitrario, han caído en la anorexia de la razón.
(Columna
Política 20 de febrero 2015)
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