martes, 12 de agosto de 2014

Diputados "hueseros"






Francisco RIVAS LINARES



El 27 de septiembre de 1960, el presidente Adolfo López Mateos dirigió un mensaje a la nación con motivo de la nacionalización de la industria eléctrica. En uno de sus párrafos lanzó el siguiente exhorto:

“Pueblo de México, los dispenso de toda obediencia a sus futuros gobernantes que pretendan entregar nuestros recursos energéticos a intereses ajenos a la nación que conformamos. Una cosa obvia es que México requiere de varios años de evolución tecnológica y una eficiencia administrativa para lograr nuestra independencia energética; sería necio afirmar que México no requiere de la capacitación tecnológica en materia eléctrica y petrolera. Pero para ello ningún extranjero necesita convertirse en accionista de las empresas públicas para apoyarnos.

Sólo un traidor entrega su país a los extranjeros; los mexicanos podemos hacer todo mejor que cualquier otro país.”

Las leyes secundarias que concretaron la reforma energética fueron cabalmente aprobadas el 6 de agosto. La aplanadora mecánica integrada por los partidos PRI, PAN, PVEM y PANAL obedecieron fielmente los ordenamientos dictados por el poder económico, consumándose lo que el presidente López Mateos calificara como una traición.

Los aprobantes se incomodan con dicha adjetivación, pues no se aceptan como tales. Pero el estilo impuesto para desarrollar el trabajo legislativo lo justifica. La arrogancia que adquirieron a partir de una fingida mayoría, a la que grotescamente le llamaron “consenso”, llevó, incluso al diputado Arturo Escobar, del PVEM, a espetar sin rubor alguno desde la tribuna de la Cámara: “… si no les gusta la decisión que estamos tomando, ganen la mayoría en las elecciones”, olvidando este partido ‘bisagra’ su existencia parasitaria.

La regla de la democracia es el mandato de la mayoría. Sin embargo, la mayoría no siempre tiene la razón. En una mesa de debate participan cinco personas, tres de las cuales son estúpidos y las dos restantes son sabios. A la pregunta, ¿cómo pueden tres estúpidos ganarles a dos sabios? La respuesta sería: Por mayoría.

La mayoría puede estar equivocada; y lo que es más, puede ser injusta con la minoría. De sobra conocemos los cómos y lugares en que se construyen sus mayorías las cámaras legislativas: pasillos, restaurantes, oficinas privadas, etc. La cooptación es uno de los recursos que bien aplican quienes ostentan el poder.

A Porfirio Díaz se le atribuye la genialidad de la cooptación, según nos expone el Doctor en Historia José Antonio Crespo “… al grado de que durante su gobierno surgió el término “hueso” para referirse a algún cargo público, pues decía que para acallar a los opositores había que ofrecerles algún puesto o prebenda: Perro con hueso no ladra ni muerde.”

Sin embargo, a pesar de lo expuesto, negarnos a la aceptación de las decisiones mayoritarias no implica negarnos a la regla de la democracia por antonomasia. No. En casos, como el que me ocupa, a lo que nos negamos es a la aceptación de las ordenanzas absolutas que surgen de una mayoría tramposa que cuida de sus intereses particularísimos. A los actos de gobierno de una mayoría que se toma atribuciones de decidir sin consultar a sus representados. A esa mayoría que se niega a respetar los valores de igualdad y libertad de los ciudadanos que son inherentes a la democracia.

Si la política democrática implica tener disposición para ponerse a prueba, ¿por qué negarse a consultar a la ciudadanía en actos tan trascendentales como lo constituyen las leyes secundarias que regirán el petróleo y la electricidad?

La democracia no sólo se funda en la discusión, sino también en la consulta ciudadana. Se nos sigue negando el derecho a la democracia directa a través del referéndum, el plebiscito y la iniciativa popular, al amparo del falaz argumento de que vivimos una “democracia representativa”.

Ante los acontecimientos que nos vienen imponiendo, ellos, los del poder, ignoran el dolor que nos están infringiendo a diario con sus ajustes, sus políticas neoliberales, sus torturas parapoliciales y su desprecio por nuestras vidas. ¡Ya Basta!

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