miércoles, 16 de noviembre de 2011

Frente a la resignación, la indignación



(Foto: La Jornada)

Por: Francisco RIVAS LINARES

“La resignación es una de nuestras virtudes populares.
Más que el brillo de la victoria nos conmueve
la entereza ante la adversidad”.
(Octavio Paz. El laberinto de la soledad)


Y después de todo, ¿qué es la democracia para los michoacanos? ¿Cómo entendemos el factor democracia nosotros, los mexicanos?

Si nos atenemos a lo que se observa cíclicamente cada seis o tres años, la democracia quedaría reducida al acto de sufragar, nada más. Cruzar una boleta para hacernos creer que estamos eligiendo, cuando de antemano sabemos que son los partidos políticos los que se reservan el privilegio de seleccionar los candidatos.

Diez horas constituyen el espacio temporal de nuestra credulidad. Diez horas en que nuestra ingenuidad es persuadida de que vamos construyendo la democracia, para volver después a la actitud testimonial y quejumbrosa.

Constituimos una sociedad líquida. La precariedad de nuestros vínculos humanos consolida nuestra individualidad. Y entonces, por el temor a perder lo poco que se tiene, preferimos ajustarnos, como cualquier líquido, al molde que se nos destine.

Por eso funcionamos con cualquier político que se entronice. Por eso nos plegamos a sus dictados convertidos en leyes. Por eso nos conformamos que hayan tomado al país como su cosa nostra al estilo siciliano.

En la vida del escritor y Premio Nobel de Literatura Bernard Shaw, hay un pasaje anecdótico que traigo a mi memoria. Una delegación irlandesa lo buscó para hacerle saber lo mucho que sufrían por las decisiones de su gobernante. Los escuchó pacientemente. Cuando los quejosos le solicitaron consejo, sólo atinó a decirles… “Ser maltratado no es un mérito”.

En el alcance significativo de tal expresión, les estaba conminando a rebelarse, a la desobediencia de los ordenamientos injustos, a negarse a ser tratados como sujetos-objetos condenados a la resignación.

Y esa es nuestra pena, tener enquistada la resignación por el miedo social que nos han engendrado, un miedo que debilita nuestra capacidad de reacción. El adoctrinamiento sostenido a que nos someten los medios, van eliminando nuestra capacidad reflexiva. Y nos arrastran hacia un laberinto de miedos para inhabilitarnos, para deteriorar nuestros impulsos libertarios.

Ser maltratado no es un mérito, y para destruir tal mito, empecemos por juntar nuestros miedos, familiarizarnos con ellos para abatirlos. Hablemos del miedo a la muerte, a ser desaparecido, a la miseria, al desempleo. Hablemos del Miedo a gritar, a callar, a la soledad, a protestar. Cuántos miedos llevamos como pesados fardos en nuestros hombros. Miedos creados desde los ámbitos del poder para mantenernos con la cerviz gacha, miedos para implantarnos la lógica de la sumisión.

Mi escrito no es convocante al heroísmo individual. Mi escrito llama a la conformación de una sociedad autogestionaria que deje de delegar en los políticos temporaleros la proyección de su destino.

Cambiemos la resignación por la indignación y responsablemente construyamos juntos nuestra cultura emancipadora.

POR UNA SOCIEDAD SIN AGACHADOS: ¡NO MÁS SANGRE! ¡BASTA DE SANGRE!

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