jueves, 2 de diciembre de 2010

El fracaso inútil ( ¿o idiota? )




Francisco Rivas Linares

La inteligencia maquiavélica se define como una capacidad de ejercer dominio sobre los demás, con formas de manipulación y defraudación y el uso de estrategias de disimulo, mentira y engaño.

Las personas que tienen tal capacidad, deberán creer sus propias mentiras para lograr embaucar con eficacia; y así, acomodando la realidad a sus propias intenciones y a las necesidades de los demás, se hacen más persuasivos y logran encubrir sus errores y grandes limitaciones.

Los políticos y líderes sociales cultivan la inteligencia maquiavélica para salvar circunstancias adversas y evadir sus responsabilidades, cuando fracasan en los objetivos cifrados en sus intereses. Al efecto, asumen actitudes defensivas falseando la información y la imponen con acomodos que rayan en lo ridículo.

La frustración que sufrieron 23 mil 144 aspirantes a ocupar una de las cuatrocientas plazas que oferta la Secretaría de Educación en el Estado, estimularon el espíritu maquiavélico de los principales organizadores, quienes en sus afanes justificatorios se esmeraban con larguezas declarativas, tocando incluso los dinteles del cantinflismo. Todo para disimular sus deficiencias y embaucar a los ingenuos.

Y aunque les despierte enojos el término, se debe calificar como un fracaso organizativo. Denota la ausencia de asesores ordenados y la presencia de personas irresponsables, quienes restándole importancia al acontecimiento fueron demasiado confiados y aplicaron estrategias ocurrentes. No se adaptaron a las demandas propias del evento; y al no cumplirse tareas, se fueron al despeñadero un conjunto de esfuerzos arrastrando capital humano y económico.

Pero, ¿qué fue lo que pasó? ¿Dónde quedaron las “reglas claras con procedimientos normativos” que aseguraban tener ya establecidos? Para tales interrogantes cabrían dos respuestas: O su fantasía les bloqueó la realidad, haciéndoles suponer que todo estaba bajo estricto control, o falló la supervisión para el cumplimiento de tareas, disminuyendo considerablemente las posibilidades del éxito.


Y llegó la debacle. La improvisación y el desorden quedaron instalados surgiendo las confusiones que provocaron enojos y desahogos verbales.

Ahora invocan al olvido con expresiones clásicas como dar vuelta a la hoja y ver hacia adelante. Comodina forma para sesgar la rendición de cuentas a que está obligado todo servidor público.

La cuantificación en pérdidas económicas no se deben circunscribir a lo invertido por la Secretaría de Educación, cuyo monto asciende a 600 mil pesos, también se deben agregar los gastos que realizaron los 23 mil 144 aspirantes. Si se calcula un promedio de 600 pesos por persona para traslados, alimentación, hospedaje, etc., la suma resulta sorprendente: 13 millones 886 mil 400 pesos .Y llegaríamos al colmo si se considera el costo del trabajo por horas que fue desperdiciado.

Pero los fracasos son huérfanos y en este país de la impunidad no se fincarán responsabilidades. Por eso activaron su maquiavelismo armando un bochinche de mentiras y engaños. Repartieron culpas a granel: a los impresores, al modelo económico, a la logística, a la certeza del proceso, a la lluvia, en fin. Y ya enfadados, soltaron dos declaraciones autoritarias: “No es el gobierno el que debe generar empleos” y si hay más críticas para el próximo año lo hacemos cerrado y se acabó.

Algunos diputados hicieron tibias declaraciones. El comité de transparencia hizo mutis. Y a los solicitantes, pueblo al fin necesitado de trabajo, se les dio la humillación de ser burlados, ordenándoles, además, gastar otros 13 millones 886 mil 400 pesos para el próximo 11 de diciembre.

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