sábado, 11 de diciembre de 2010

Teletón o instrucciones para el sentimentalismo indoloro



Luis Ramírez Trejo.Revista emeequis. Periodismo indeleble.

"…es mucho más fácil solidarizarse con el sufrimiento que con el pensamiento."
Oscar Wilde
El cabello brilla como acabado de bolear. Él es alto, fuerte, de hombros anchos, una especie de jugador de futbol americano venido a conductor. Padece desde joven una patología en el músculo risorio que le obliga a sonreír cada cinco segundos: la dentadura de alabastro es el símbolo perfecto para las marcas de dentífricos. Marco Antonio Regil no sólo es guapo, es elocuente y séntido en el discurso:
Me duele, me duele mucho (y Marco pestañea para que duela más). A pesar de todo lo que hemos visto (y los ojillos de Marco se entrecierran). A pesar de todo lo que hace el Teletón año con año (y a Marco se le escapa una lágrima de reproche). Me duele porque no entiendo (y todo en Marco tiembla en convulsiones: la voz, la mejilla, la cadera, los testículos). No entiendo qué más tenemos que hacer para convencer a la gente que tiene su corazón duro (y Marco dice “duro” con desdén de telenovela). ¿Qué necesitamos hacer para lograr que ustedes levanten el teléfono y marquen y den un donativo al Teletón? (y Marco sorbe mocos, carraspea con la flema atorada). ¿Qué tenemos que hacer? (y Marco levanta los ojos preguntando al cielo). ¡No puedo creer que en hora y media no vamos a poder celebrar llegar a la meta! (y Marco grita como un Pedro Infante clamando por Torito). Me siento frustrado, desesperado, triste (y Marco gime, ¡por favor, ¡por favor!, ¡no me dejes!). ¡Marquen, por favor! ¡Ayuden al Teletón! (y Marco es Medea: llora como plañidera, reprocha como Pimpinela, se retuerce como gusano en sal, se ahoga, patalea, se sofoca y después… sonríe).
Marco baja la cabeza, la barbilla encajada en el pecho, los ojos en blanco, la Madre Teresa tirita bajo su smoking.
Marco Antonio Regil se retira desconsolado, la cámara acompaña su pena; su sonrisa, beatífica y congelada, da la bienvenida a Lucero. La promiscua novia de todo un continente le entra al quite; el sentimentalismo es su especialidad.
El proceso de sentimentalización se acelera, se apropia frenéticamente de sus víctimas. Hay un ideal, hay símbolos: una ilusión prefabricada. El ideal es obvio: la caridad desinteresada; los símbolos son muchos, por ejemplo, un niñito con las piernas apropiadamente deformadas. Pablito fue seleccionado porque es locuaz, simpático, fotogénico y de pilón canta bien. La realidad dolorosa de los niños con discapacidad es suplantada, reducida, simplificada, vendida y empaquetada en una cajita de ilusión tipo McDonalds con un corazón morado y la foto de Pablito.
El publico conmovido obtiene su recompensa. La ilusión rasurada de complejidades le da el placer de la sencillez. Las realidades complejas son siempre inquietantes; las versiones simplistas y edulcoradas son accesibles, cómodas, incluso deliciosas. El Teletón no sólo vende artistas, publicidad y entretenimiento, incluye en un solo y mágico acto comercial, el sentimiento de sentirnos bondadosos y caritativos al ayudar a Pablito. El acto egotista, narcisista de consumo incluye un espejo truqueado que arroja siempre una cara de generosidad.
¿Le gusta la oferta? ¿No le convence? Si llama en los siguientes dos suspiros se lleva el paquete “Teletón all inclusive”. Este paquete, además de todas las ventajas que ya le mencionamos, ofrece comodidad y olvido. Comodidad para sentirse bien ayudando a Pablito… siempre y cuando Pablito sea un ideal lejano y no impida cambiarle de canal a la hora de la telenovela o el futbol, y siempre y cuando no se lo encuentre en la puerta de su casa. Además, se lleva por el mismo precio las pildoritas de olvido. ¿Quién quiere recordar que la tremenda situación de injusticia que viven niños como Pablito y sus familias es perpetuada por quienes, como Televisa, concentran el poder económico y rechazan a toda costa cambiar un sistema que les beneficia y que sume en la miseria a familias como la de Pablito? ¿Quién desea acordarse de que su donación le permite a Televisa y demás patrocinadores evitar la molestia de pagar impuestos que podrían ser aplicados a atender –¡oh, ironía de la vida!– a niños discapacitados? La memoria en este caso es pura mala educación.
El sentimentalismo del Teletón no es más que un atajo por los laberintos emocionales. La discapacidad como instrumento de moda produce una solidaridad epidérmica, tan profunda como un chapoteadero.
Al final el público sentimentalizado es degradado y convertido en esponjita gelatinosa que lo único que sabe es absorber lágrimas de telenovela. Un público apático, conformista, a salvo de lidiar con la dolorosa realidad que no se exhibe en la pantalla chica. Un público en que toda respuesta emocional genuina, compleja, variada, activa, es reemplazada por ese simulacro de solidaridad, ese chisguete de lágrima, ese melodrama de autoindulgencia: esa cajita pestilente con forma de corazón llamada Teletón.

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