jueves, 16 de diciembre de 2010
Porque todo se ha jodido... ¡QUE SE VAYAN TODOS!
Francisco Rivas Linares
El dramaturgo y poeta alemán Bertol Brecht, escribió a principios del siglo pasado lo siguiente: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.”
Si aludo inicialmente al dramaturgo Bertol Brecht, es porque en estos tiempos aciagos en que nos debatimos, resulta una obligación ineludible instruirnos en asuntos sobre política; entendida ésta, como el conjunto de actividades que se emprenden para dirigir nuestras acciones en beneficio de la sociedad.
Todo grupo social cifra sus objetivos de bienestar y conforme a ellos decide y actúa. Al elegir un líder, confía en su experiencia y su indispensable prudencia para que los conduzca al alcance pleno de tales objetivos. Pero cuando el líder es dominado por sus vísceras, entonces rompe los equilibrios sociales y cunde el desorden inevitable auspiciado por su locuacidad y ceguera.
Si consideramos que el espacio donde se libra la lucha por la dignidad humana es la política, debemos sacudirnos la modorra de nuestro analfabetismo y procurar, más que la noticia, la información que nos ilumine la conciencia.
Los analfabetos políticos juzgan los actos de gobierno por sus efectos más no por los factores que los provocan. Expresan opiniones sin elaborar juicios y por lo mismo, evitan las discusiones que giren en los entornos de la política. Prefieren callar y se aíslan de su “condición terrenal y planetaria.”* Sin embargo no dejan de ser diversidad, aunque asuman el comportamiento de los avestruces; esto es, que ante el riesgo de perder su posición social optan por esconder la cabeza al cobijo de su indiferencia e ignorancia.
El panorama desolador que priva en nuestro país difícilmente se puede plasmar con palabras simples. La incidencia cotidiana de las masacres que rayan en actos propios de terrorismo, nos confunden en demasía. Pero en un intento de análisis pudiéramos aseverar que el contexto de la descomposición institucional, que no es fortuito, tiene como fuente de alimentación la corrupción, la cual ha penetrado todos los estamentos de la sociedad.
Otro venero que lo estimula, es la miseria en que se debaten las mayorías. La carencia de empleo suficiente y decoroso, tanto en el desempeño como en su jornal, estimula el incremento de las bases de las organizaciones criminales, las que ante la debilidad del Estado se va adueñando de los espacios territoriales.
México se ha convertido en un problema no sólo continental, sino transcontinental. La estadística de los homicidios y otros actos de la delincuencia organizada, como el secuestro y la extorción, crece de manera cotidiana a tal grado que se nos va volviendo costumbre.
Y frente a ello volvemos a replantearnos la pregunta: ¿Qué hacer? Sabemos que algo se tiene qué hacer pero a la vez ignoramos la respuesta.
Creo que debemos pensar en temas de profundidad histórica para tomar nuestro norte: Reconfigurar nuestra identidad de clase, tomar conciencia de nuestro alto grado de organización como ciudadanos y vislumbrar la posibilidad de cambiar de rumbo mediante mecanismos de resistencia pacífica.
En este tiempo coyuntural debemos hacer nuestro el grito que se escuchó en 2001 en una nación del sur americano, cuyo pueblo, ante la evidente incapacidad e ineptitud de sus políticos para resolver la crisis económica, demandaron a voz en cuello: ¡Que se vayan todos!
*Edgar MORIN
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