miércoles, 19 de mayo de 2010
Entre la tragedia y el deseo
“... las personas llenas de odio tienen permanentemente el sentimiento de que han sido engañadas, es un sentimiento indestructible profundamente desproporcionado respecto de la realidad. Estas personas parecen querer ser estimadas, respetadas y amadas sin límite, parecen atormentarse sin cesar por el doloroso descubrimiento de que los demás son de una ingratitud y de una injusticia imperdonables, pues no sólo no les manifiestan el respeto y el amor que se les debería, sino que incluso les olvidan; ésta es al menos su impresión”. Vaclav Havel, escritor y dramaturgo checo.
El secuestro o desaparición del exsenador Diego Fernández de Cevallos, ha dado pie para el desfogue del odio que se incuba en los ciudadanos hacia la élite política y económica. El sentimiento negativo de profunda repulsión hacia quienes ejercen el poder en detrimento del bienestar social, encuentra la coyuntura del desahogo cuando el dolor se ensaña en tales personajes o en alguno de sus familiares.
Su radicalismo se expresa en el deseo de la muerte como principio del placer de la venganza. Desean, a quienes suponen autores de su desgracia, la destrucción cabal con un tinte agresivo que les provoque dolor.
En el arrebato de las pasiones nuestra sociedad se encuentra enferma. Una sociedad que ahíta de injusticias y corruptelas le hace brotar seculares odios. Y busca los cauces para la catarsis del resentimiento y del rencor. Tales son los espacios abierto en el intenet cuya infraestructura de redes les abre la posibilidad de compartir y enriquecer su odio.
El secuestro de Fernández de Cevallos ha llenado los espacios cibernéticos de ofensas y agresiones verbales al cautivo. Deseos insanos que no se limitan al personaje, sino que van dirigidos también hacia otros que se encuentran encumbrados. Reclaman de los sicarios que vengan por otros de la élite para sentirse vengados, para sentirse liberados, para regocijarse en su dolor.
El científico Charles Darwin aseveró: “Si hemos sido o esperamos ser agredidos por alguien, ese alguien nos será desafecto; y el desafecto se convierte fácilmente en odio”. Y la sociedad ha sido agredida sistemáticamente por los selectos grupos del poder.
Cuando en su miseria la persona se ve empujada a solicitar préstamos con intereses de usura, devastando su entorno familiar, la deuda se convierte en una deuda de opresión y será calificada de odiosa. El deudor anhelará, entonces, el aniquilamiento de sus acreedores de mala fe, quienes tuvieron como objetivo la subyugación, el saqueo y el fraude.
Cuando los oligarcas se asumen como déspotas y adquieren compromisos con cargo a la comunidad sin su consentimiento previo, el compromiso se asume como odioso y es de presumirse propio de una dictadura.
La impunidad, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito, el saqueo de la hacienda pública, la indolencia y deshumanización de quienes se encuentran al frente de los servicios de salud, de educación, de seguridad; el cohecho, el chantaje, el abuso del poder, el autoritarismo, en fin, constituyen una urdimbre que nos humilla y nos provoca miedos; y la capacidad de odiar se alimenta de los miedos.
Debemos reconocer que el odio es una posibilidad latente en el ser humano; más aún en aquellas sociedades divididas que, como la nuestra, ha sido polarizada en aras de intereses del poder, contrapuesto al bienestar común.
Penosamente a Diego Fernández de Cevallos lo han convertido en el blanco del odio colectivo y la venganza, en virtud de concederle la paternidad del fracaso de la transición democrática, cuyos factores dominantes han sido el influyentismo y la concertacesión. Y si bien sus actuaciones han sido deleznables en grado superlativo, todos los políticos tienen lo suyo, aunque no con el mismo éxito.
No olvidamos la cizaña del odio que el propio Diego Fernández y Carlos Salinas de Gortari, acompañados de la oligarquía encabezada por Lorenzo Servitje, dueño de la empresa Bimbo, hicieron crecer durante las elecciones del 2006; un odio marcado por la intolerancia, el prejuicio, la falta de respeto hacia el otro y la violencia retórica, todo lo cual derivo en la expresión frívola del “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón.
Todos ellos se han convertido en fuerzas de atracción del odio. ¿Se puede hacer política con sentimiento tan extremo?
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