martes, 26 de enero de 2010

Entre el crimen y el rating deportivo


La televisión no es un anexo; es sobre todo una
sustitución que modifica sustancialmente
la relación entre entender y ver”
Giovanni Sartori. “Homo videns”

En una sociedad definida por los comportamientos económicos de sus individuos, es difícil impulsar cambios profundos que logren la liberación de las ataduras del mercado; cambios que deberán darse, inicialmente, en la conciencia, para reflejarse en los procederes sociales.
En el ámbito del capitalismo, surge el hombre mercancía. Es el hombre que supone que todas las operaciones deberán darse en el binomio compra-venta y que por lo tanto es un ser fácilmente manipulable. Un ser al que se le trampea con engaños y se le induce a tener conductas impuestas desde niveles altos. Los medios masivos de la comunicación resultan ser un instrumento perfecto para alienar a los individuos.
El hombre mercancía, ya despojado de su pensamiento autónomo, queda atrapado en las cuñas publicitarias que lo alimentan en su deseo febril de consumo. Es despojado de sus valores para fijarle un costo y lo arrastran a los dinteles de la esclavitud, pues cada paso que dará será en obediencia al amo.
Para lograr el control de estas masas, se les crean falsos ídolos. Son personajes a los que se les adjudican cualidades y méritos en exceso a fin de proyectarlos como ejemplos. Y así son aceptados por las masas, para sumarse en el sin sentido.
Pues bien, en este contexto nuestro referente actual es Salvador Cabañas. Ayer lo fueron otros. Hoy es un personaje investido en la tragedia.
Los opinólogos de la farándula deportiva nos han llevado a perder la objetividad de los acontecimientos que ocasionaron la agresión a este notable deportista.
Furibundos comentarios para inflamar las neuronas de los aficionados, sueltan vientos de linchamiento contra las autoridades de gobierno del Distrito Federal. En 1999, Televisión Azteca hacía lo propio con el asesinato de Paco Stanley. Hoy Televisa lo hace con el atentado a Salvador Cabañas.
Fanatismo y desprecio, inmoralidad y estulticia, suelen constituir revoltillos poco recomendables para propiciar el equilibrio que se exige en estos acontecimientos.
Ante un país convulso por la inseguridad cotidiana, hechos como el que me ocupa no deberían ser deformados para sustraernos de la posibilidad del análisis, bajo los principios de la causalidad.
La opinión dirigida promueve y defiende intereses; y Salvador Cabañas es un interés económico de la empresa del señor Azcárraga, Televisa. El jugador representa una inversión en millones de dólares que, obviamente, se habrán perdido ante el infausto acontecimiento.
Pero les queda el raiting deportivo que lo elevarán con el escándalo. Arrastrarán a las masas (ya abrieron el estadio Azteca para que los aficionados llevaran una ofrenda, un recuerdo, un fetiche, algún símbolo religioso, etcétera) para que desahoguen su pasión por el ídolo.
El distractor no pudo llegar en mejor momento: el tráfico de influencias y nepotismo que se le descubrió a la prima política del señor Calderón, Mariana Gómez del Campo; y el empleo de un exguerrillero bisagra del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, el salvadoreño Joaquín Villalobos, quien ahora se ostenta como propagandista del gobierno federal y a quien se le adjudica el asesinato del poeta Roque Dalton, pasaron desapercibidos.
Además, la exigencia de justicia en el caso de Salvador Cabañas, contrasta con la indiferencia que se trató el asesinato de la defensora de los derechos humanos, Josefina Reyes Salazar, perpetrado el pasado 3 de enero en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Pero… en fin. Todos tenemos dos alternativas en la vida: Ser sujetos u objetos de la historia. Que cada quien decida su opción.

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