lunes, 9 de febrero de 2009

El último grito de la cumbancha


¡Pero qué importa la condenación eterna
a quien halló en un segundo lo infinito del goce!

Baudelaire


Puntuales, como barriletes sin viento, arribaron las huestes perredistas del Frente Amplio de Izquierda Social y el Movimiento de Bases de la tribal Alianza por la Unidad Democrática a la plaza abierta para exhibir el disfrute de lo perverso.

La traición y la deserción en feliz encuentro. La conciencia deshilachada. Tal es el resultado de un pragmatismo sin ética ni principios impuestos por Raúl Morón y Juan Pérez, quienes claudicaron a los ideales del Movimiento Democrático del Magisterio seducidos por la aspiración a una vida burguesa.

Ejercicio de una vanguardia solitaria que se siente ser la depositaria del espíritu democratizador de la CNTE, comulgaron con ruedas de molino negándose a sí mismos: “…no queremos ser violentos, por eso buscamos el consenso social porque trabajamos en las aulas”. (Miguel Ángel Fisher. La Voz de Michoacán 01/II/09)

Con las mismas palabras y los mismos acentos que se bambolean en los ámbitos de la hipocresía, los tránsfugas basurean su procedencia al utilizar los mismos timos para sobar la sensibilidad social. Se borran en su tiempo lineal como los charros, incapaces de ser cauce en su teatro de fantoches.

El diputado Morón, en una entrevista televisiva le fue cuestionado su pasado rebelde, contestando –con arrepentimiento contrito- que los años le habían hecho madurar. Sí, cuando fue dirigente del magisterio vivía seguramente en el infantilismo ideológico; pero ahora, apoltronado en la curul y encogida la neurona, se siente sazonado.

Origen es destino. Esta organización fraccionaria que se autodenomina Movimiento de Bases, ni tiene la unidad dinámica ni tiene las bases. Si la traición fue su origen, el fraude ideológico será su destino. Y sólo quienes se sientan complementarios de tal ralea, ingresarán a la tribu para conducirse en un esquema de adoración servil al poder gobiernista.

Cuando a las luchas sociales se les fija un utilitarismo para alcanzar posiciones peculiares en las barreduras de los partidos políticos, éstas se constituyen en una estribación censurable a todas luces; y sus dirigentes, privados de un sostén ideológico, terminan como entes reverenciales de lo mismo que combatieron.

Ahí se encuentran aquéllos que usufructuaron los nobles principios del magisterio democrático, Raúl Morón y Juan Pérez; personajes que no llevan dentro más que el envilecimiento de su propia existencia.

Ellos como escombro reclutan a sus idénticos y les otorgan atribuciones para deteriorar las palabras, las personas y las cosas: Villalpando, Fisher y Gil, mascarones de proa que como sonajera de orfeón aclaman a Morón, quien con jactancia de tribuno aldeano, grita: mi-presencia-no-politiza-este-acto. (La Voz de Michoacán 01/II/09)

Se les asedó el ímpetu revolucionario. Se han estandarizados y se hicieron banales. Hablan con inmediatez, aunque no trascienda lo dicho: “La seguridad nos la dan las actas firmadas y el brigadeo y consenso delegacional, 600 se declararon a favor de desconocerlo (a Artemio Ortiz), eso nos da facultad de decir que somos mayoría, muchos maestros están hartos de marchar” (La Jornada de Michoacán, 04-XII-08)

Elaboraciones verbales huecas que a final de cuentas todo es sombra, falsedad que es verídica, una mentira pasajera. Váguidos de sujetos divertidos y que divierten.

¿Cual es el espacio obsesivo de los traidores? El mundo sórdido de la ambigüedad donde proliferan las intrigas y el protagonismo arrebatado. Pobres. Han encontrado la infinitud de su goce sin importarles la condenación eterna. Ojala que el Movimiento de Bases sea la última carcajada de la cumbancha.

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