lunes, 23 de febrero de 2009

El ser del mexicano

(Leído en el espacio "Columna Política" del programa radiofónico Micrófono Abierto de la estación XEI en Morelia, Michoacán, el jueves 19 de febrero de 2009)


Muchos estudios se han hecho sobre la forma de ser de nosotros los mexicanos. Algunos han generado polémica, como el publicado por Alan Riding titulado “Vecinos distantes”; o bien las ediciones de Oscar Lewis que levantaron ámpula: “Antropología de la pobreza” y “Los hijos de Sánchez”.

Agotaría este espacio que se me concede en Micrófono Abierto si continuara citando otros títulos, cuando el interés que me anima estriba en compartir con ustedes la caracterización que surge sobre nuestro modo de ser y que hasta cierto punto nos explica frente a los acontecimientos.

Los mexicanos no sabemos trabajar en equipo. El individualismo nos domina y sólo nos manifestamos solidarios cuando la tragedia nos alcanza. No somos previsores. Nuestra conducta se ajusta a la inmediatez.

Por eso destacamos en los deportes individuales pero no en los de conjunto. En el pasado el boxeo fue nuestra identidad deportiva por excelencia. Tuvimos campeones mundiales en el ring de los combates. También recordamos a Humberto Mariles, Joaquín Capilla, Felipe “El Tibio” Muñoz, José “El Sargento” Pedraza, Pilar Roldán, Daniel bautista, Raúl González, Soraya Jiménez, etcétera.

Ahora, nos sentimos orgullosos de la atleta Ana Guevara; las golfistas Lorena Ochoa y Diana Cantú; el maratonista Germán Silva y el taekwondoín michoacano Guillermo Pérez. Sin embargo, en deportes que se practican en equipo como el futbol, volibol o basketbol somos una nulidad debido a nuestra tendencia personalista.

La envidia y el egoísmo se entronizan en nuestros centros de trabajo porque ahí “todos nos sentimos generales”. Nos aterra el temor de vernos superados por el compañero que tenemos al lado y no negamos a ser sus colaboradores porque siempre deseamos la primicia para sentirnos reconocidos.

Esto da paso a la desconfianza. La corrupción en que nos debatimos nos ha hecho desconfiar de todo y de todos. No creemos en los otros sólo en el yo.

Nuestras instituciones no están honradas por las personas que las representan. Vemos a los ministros de justicia dando bandazos, a unas autoridades electorales anodinas y cobardes; y todos somos víctimas del autoritarismo y arrogancia de quienes ostentan un poquito de poder. Por eso desconfiamos hasta de nuestra sombra.

Estamos viviendo una proceso de descomposición social drástico. La pobreza está elevando sus porcentajes a niveles peligrosos. Cinco millones de jóvenes no asisten a las escuelas ni tienen trabajo y están siendo reclutados por los traficantes de drogas. De 450 mil egresados de nuestras instituciones superiores, únicamente 45 mil encuentran acomodo en el mercado laboral. El 60 por ciento del producto interno bruto del país, se encuentra en manos del 10 por ciento de la población. Y todo lo aguantamos estoicamente.

Hemos sido educados en el dirigismo. Sólo protestamos y nos movilizamos si encontramos quién vaya al frente. De lo contrario, nos conformamos con la catarsis de la denuncia.

En una reunión o asamblea, nadie quiere hablar, porque sabe que a quien hace uso de la palabra le habrán de cargar el peso de la representación. No sabemos conducirnos bajo las direcciones colectivas. No sabemos construir redes de apoyo.

¿Y del relajo? Bueno, éste y otros elementos que nos caracterizan lo trataremos en otra oportunidad.

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