lunes, 8 de diciembre de 2008
Elogio a un escupitajo
In memoriam. Al luchador impecable y
congruente con su formación ideológica
y sus convicciones políticas:
Maestro Othón Salazar.
Un escupitajo sobre la humanidad de lo falso, es lo que motivó a los legisladores a desgarrarse las vestiduras. Un escupitajo de quien le resultó inevitable comunicar el desprecio, hacia quien ha perdido la estimación por conducirse con mendacidad voluntaria, enmarcó la indignación fingida a lo que consideraron ultraje común. Porque Morón es el Congreso, Morón es el Poder Legislativo en Michoacán.
Pero las masas también se han desarrollado como sujetos con soberanía propia para connotar, en un escupitajo, la significación del comportamiento hipócrita con que se conduce el presidente de la Junta de Coordinación Política. Un escupitajo que no conlleva un código específico, pero sí una significación subyacente que relaciona todos los estados emocionales de una masa que ha sido traicionada y que se sintetiza en el desprecio.
Envueltos en la fascinación de lo ruidoso, quienes dicen legislar desplegaron en la prensa denuncia pública (su denuncia pública) para demandar el respeto de los agraviados por su indiferencia, esa displicencia que matizan con una expresión rasa: damos respuesta “en la medida de lo posible”. Más el respeto se otorga como un reconocimiento a la persona por su buen juicio y comportamiento recto, algo de lo que Raúl Morón optó por declinar por el analfabetismo político disciplinario, por lo tribal para alcanzar el poder per se.
Sin embargo en su ambición, cayó en el más despectivo de los decadentismos: la transacción de la conciencia, resumen brutal de la perturbación de la dignidad. ¡Y a esto le llama pragmatismo! Una execrable ruptura con la racionalidad para refugiarse en las ideologías provisionales y convenencieras.
Y aquí el derrumbe de lo que fue Raúl Morón. Por eso el escupitajo, a lo que representa, a lo que simboliza.
El olvido necesario es el paradigma conductual de este diputado. Una década atrás él mismo comandaba las huestes de la Coordinadora en una simulación propia de los tartufos de tinglado. Se cobijó con la consigna pragmática y lucrativa que Borges dejara inscrita: “no es que fuera desleal sino que cambia de lealtad frecuentemente”.
Pero la insurgencia en las luchas sociales no admite retrocesos porque sus principios se deben cumplir siempre por una elemental razón: la vergüenza. Y el diputado Raúl definió su opción en el “chapulinismo” político, en el esquema de las conductas uniformes de quienes son gobierno. Perdió la vergüenza para extraviarse en la comodidad que otorga el apoltronamiento curulesco. Y aquí está su cosecha: el repudio, el desprecio de las masas que en un escupitajo quedó signado.
Su límite racional lo transgredió al pretender inventariar a su tribu a quienes luchan en las calles contra el poder discrecional de los politicastros. Sabiduría de idiota, pues ignoró que la convicción y el valor ético siguen fortaleciéndose en los combates de la insurgencia social, con la dual rectoría del pensar y el conocer. Y la pasión no quita conocimiento. Y el pensar ahonda el sentir.
Ahora el diputado Raúl Morón está condenado a vivir la peor de las miserias: el desprecio. Que lo viva en la fascinación del poder, ese poder que engendra entreguismos y simplismos, quietud y pasividad. Que lo disfrute.
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