Hay dos versos de Roberto Villarino que figuran en el Poema II de su libro “Cantar de la Memoria”, los cuales dicen: “No se odia por ira. / Se odia por impotencia”. Después viene un verso complementario y explicativo: “Para saber que la mentira encarna”.
Mucho se ha censurado las formas de reclamar del magisterio democrático. Sin embargo, pocos se cuestionan la razón de tales arrebatos, puesto que los mecanismos de la información mediática envenenan la realidad y engañan al entendimiento.
En una sociedad presionada por las decisiones torcidas de los grupos dominantes, no es el maestro el único crispado por el coraje frente a la indiferencia de estos burócratas de áura diabólica, quienes sienten el placer de definir el destino de la población.
Muchos funcionarios y gobernantes que se encuentran para servir a la sociedad, levantan su ego sobre un pedestal, reclamando la genuflexión de quienes se acercan para demandar, reclamar, pedir o rogar.
Estos perdularios poco a poco se van fortaleciendo en los espacios oficineros. Son oficiosos y ladinos, pues convierten el engaño en su instrumento favorito de trabajo. Son el síndrome del embuste y la hipocresía y estimulan el tortuguismo con una urdimbre de enredos. Constituyen una masa enajenada que tiene miedo a la responsabilidad de decidir en favor del bien común; y para no exponer su “futuro político”, se arrebujan en el pesebre de los adocenados.
Lo hasta aquí expuesto, me servirá de sustento para lo siguiente:
El magisterio democrático ha estado denunciando reiteradamente la incursión deshonesta de una de las corrientes del PRD con ánimos de sembrar la discordia y el divisionismo. Me refiero a la Alianza por la Unidad Democrática.
Ha quedado expuesta la manera burda como fue designada la titular de la Secretaría de Educación en el Estado. Se han evidenciado los enredos egomaníacos de los aliancistas convertidos en mascarones de los galeotes del asalto. Ellos están empeñados en socavar el espíritu de lucha de la Coordinadora de los Trabajadores de la Educación, ofreciéndoselo en bandeja al Tlatoani. Y en un claro ajuste a las circunstancias, igualmente reclaman para sí un poder a conveniencia para obtener las canonjías de los favores del Gran Ídolo.
Un gobernante que se encapsula en sus decisiones “a palo dado”, que miente al aseverar que la designación de la Secretaria de Educación fue tomada en ejercicio de sus facultades (sic), cuando es de sobra conocida la manera como le fue impuesta, es un gobernante prisionero de su ego.
Los enredos burocráticos que se han manifestado para atender los conflictos, sólo dan ejemplo de lo tortuoso que se impone a la humillación de la espera. Y los retornos levantan ámpulas de impotencia y enojos.
Pero mantendremos el legado de la persistencia, de la condensación lírica del aliento, del ansia y el calor de la sangre. Seguiremos con el fascinador espíritu de la lucha, esa rebeldía natural ante la significación del retroceso. Eso es lo que nos ha mantenido erguidos frente a la severidad de las adversidades.
Diremos pues los mismo, lo repetido hasta el cansancio. Lo repetido y lo repetible: Para saber que la mentira encarna, vamos a desembarazarnos de este fardo con la esperanza del alivio.
Mucho se ha censurado las formas de reclamar del magisterio democrático. Sin embargo, pocos se cuestionan la razón de tales arrebatos, puesto que los mecanismos de la información mediática envenenan la realidad y engañan al entendimiento.
En una sociedad presionada por las decisiones torcidas de los grupos dominantes, no es el maestro el único crispado por el coraje frente a la indiferencia de estos burócratas de áura diabólica, quienes sienten el placer de definir el destino de la población.
Muchos funcionarios y gobernantes que se encuentran para servir a la sociedad, levantan su ego sobre un pedestal, reclamando la genuflexión de quienes se acercan para demandar, reclamar, pedir o rogar.
Estos perdularios poco a poco se van fortaleciendo en los espacios oficineros. Son oficiosos y ladinos, pues convierten el engaño en su instrumento favorito de trabajo. Son el síndrome del embuste y la hipocresía y estimulan el tortuguismo con una urdimbre de enredos. Constituyen una masa enajenada que tiene miedo a la responsabilidad de decidir en favor del bien común; y para no exponer su “futuro político”, se arrebujan en el pesebre de los adocenados.
Lo hasta aquí expuesto, me servirá de sustento para lo siguiente:
El magisterio democrático ha estado denunciando reiteradamente la incursión deshonesta de una de las corrientes del PRD con ánimos de sembrar la discordia y el divisionismo. Me refiero a la Alianza por la Unidad Democrática.
Ha quedado expuesta la manera burda como fue designada la titular de la Secretaría de Educación en el Estado. Se han evidenciado los enredos egomaníacos de los aliancistas convertidos en mascarones de los galeotes del asalto. Ellos están empeñados en socavar el espíritu de lucha de la Coordinadora de los Trabajadores de la Educación, ofreciéndoselo en bandeja al Tlatoani. Y en un claro ajuste a las circunstancias, igualmente reclaman para sí un poder a conveniencia para obtener las canonjías de los favores del Gran Ídolo.
Un gobernante que se encapsula en sus decisiones “a palo dado”, que miente al aseverar que la designación de la Secretaria de Educación fue tomada en ejercicio de sus facultades (sic), cuando es de sobra conocida la manera como le fue impuesta, es un gobernante prisionero de su ego.
Los enredos burocráticos que se han manifestado para atender los conflictos, sólo dan ejemplo de lo tortuoso que se impone a la humillación de la espera. Y los retornos levantan ámpulas de impotencia y enojos.
Pero mantendremos el legado de la persistencia, de la condensación lírica del aliento, del ansia y el calor de la sangre. Seguiremos con el fascinador espíritu de la lucha, esa rebeldía natural ante la significación del retroceso. Eso es lo que nos ha mantenido erguidos frente a la severidad de las adversidades.
Diremos pues los mismo, lo repetido hasta el cansancio. Lo repetido y lo repetible: Para saber que la mentira encarna, vamos a desembarazarnos de este fardo con la esperanza del alivio.
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