El término pedagogía se entiende –por extensión semántica- lo que enseña y educa, método de enseñanza. Tolerancia denota …indulgencia, respeto y consideración hacia las maneras de pensar, de actuar y de sentir de los demás, aunque estas sean diferentes a las nuestras.
Entendidas las dimensiones significativas de los términos que dan sentido al título del presente trabajo, principiaré con una aseveración: La tolerancia debe ser escudo para evitar herirse en los momentos de mayor porfía, de embates más duros, de diálogos más acalorados. Ese escudo hace que la convivencia sea posible de tal suerte que pase del terreno personal al social.
Transitamos por senderos diversos. En ocasiones coincidimos. En otras tantas disentimos. Ser diverso es lo que nos permite avanzar, pues en la oposición se da el movimiento. Coincidir cabalmente paraliza. Disentir cabalmente nos promueve.
Cuando en Francia se acuñó el concepto de pensamiento único, fue con el propósito de fijar una posición de resistencia ante un modelo de política que se consideraba como la única posible, misma que gravitaba en un patrón económico.
Al exportar la expresión adquirió una dimensión polisémica. Más aún, si consideramos que la caída del Muro de Berlín resultó un acontecimiento histórico al término de la década de los ochentas (1989) y que vino a contribuir a la consolidación globalizadora, incluyendo las del pensamiento único cuya imposición se convirtió en una tentación recurrente entre quienes ejercen un poder, bien sea político o de dirección institucional, cuyos afanes de dominio y sometimiento llega a exacerbar a los subordinados. Y del hartazgo surge la protesta. A veces pacífica. Generalmente violenta.
Es entonces cuando el magnífico, el creso, el preciso, el tlatoani, pues, asume el papel protagónico de la intolerancia, antítesis de la tolerancia; y reprime, aplica la pedagogía del escarmiento, socava las libertades y deja un rescoldo de rencor.
La tolerancia no deberá entenderse como resignación. La tolerancia obliga al respeto hacia sí mismo y hacia los demás. La resignación implica castración de la rebeldía. Ser tolerante no es ni aceptación ciega ni reptación denigrante. Ser tolerante no consiste en la disposición a compartir la opinión del otro. Ser tolerante exige solamente reconocerle al otro su derecho a pensar de otro modo.
Pensar distinto es un derecho inherente a la naturaleza humana. No hay razón alguna para que se pretenda determinar al individuo. El determinarlo se opone al ejercicio cabal de su autonomía. Luego entonces, la tolerancia obliga a conducirse con moralidad imprescindible a fin de no controlar al otro y así alcanzar la madurez personal y social.
Asumir la responsabilidad de la tolerancia obliga a ser un individuo sin capacidad para los rencores mezquinos ni las envidias disimuladas; y si las posibilidades del ser humano son pensar y actuar, crear y aportar, resolver y transformar, sólo será posible si nos desenvolvemos en la virtud de la tolerancia.
Diariamente nos cruzamos por la vida con los fanáticos de la intransigencia. Todos los días tenemos que enfrentarnos con quienes se sienten dueños absolutos de nuestro destino, ésos que viven cautivos de las líneas del pensamiento único y sistémico diseñado desde las cúpulas reales o imaginarias.
Los intolerantes suelen adjetivar de conflictivos a quienes osan opinar y actuar con la dignidad de su independencia. Para ellos les resulta insultante quien se toma el atrevimiento de contradecirlos, aún cuando tal contradicción se fundamente en el buen juicio.
En cambio les resultan gratísimos quienes se someten a la férula de sus necedades. Con ellos son obsequiosos y pródigos en adjetivos bonancibles. Esa es la moral del tirano.
¿Con cuántos intolerantes están lidiando actualmente? Recuerden que sólo la dignidad puede conservar la libertad. La maldad de los intolerantes consiste en sembrar el desaliento. Ellos enseñan únicamente la adulación y siembran los bajos temores. Bajo la tiranía de los intolerantes, somos paja en el viento del capricho. En cambio con nuestra autonomía, nuestro paso se hará más firme. No olvidemos que a los intolerantes los vemos como gigantes porque nos tienen de rodillas. Es necesario ponernos de pie para mirarlos a la cara.
Y concluyo: La intolerancia no llega a ningún lado. Por tal razón, mantengamos y eduquemos en la virtud de la tolerancia y corramos juntos al encuentro de lo diverso.
Entendidas las dimensiones significativas de los términos que dan sentido al título del presente trabajo, principiaré con una aseveración: La tolerancia debe ser escudo para evitar herirse en los momentos de mayor porfía, de embates más duros, de diálogos más acalorados. Ese escudo hace que la convivencia sea posible de tal suerte que pase del terreno personal al social.
Transitamos por senderos diversos. En ocasiones coincidimos. En otras tantas disentimos. Ser diverso es lo que nos permite avanzar, pues en la oposición se da el movimiento. Coincidir cabalmente paraliza. Disentir cabalmente nos promueve.
Cuando en Francia se acuñó el concepto de pensamiento único, fue con el propósito de fijar una posición de resistencia ante un modelo de política que se consideraba como la única posible, misma que gravitaba en un patrón económico.
Al exportar la expresión adquirió una dimensión polisémica. Más aún, si consideramos que la caída del Muro de Berlín resultó un acontecimiento histórico al término de la década de los ochentas (1989) y que vino a contribuir a la consolidación globalizadora, incluyendo las del pensamiento único cuya imposición se convirtió en una tentación recurrente entre quienes ejercen un poder, bien sea político o de dirección institucional, cuyos afanes de dominio y sometimiento llega a exacerbar a los subordinados. Y del hartazgo surge la protesta. A veces pacífica. Generalmente violenta.
Es entonces cuando el magnífico, el creso, el preciso, el tlatoani, pues, asume el papel protagónico de la intolerancia, antítesis de la tolerancia; y reprime, aplica la pedagogía del escarmiento, socava las libertades y deja un rescoldo de rencor.
La tolerancia no deberá entenderse como resignación. La tolerancia obliga al respeto hacia sí mismo y hacia los demás. La resignación implica castración de la rebeldía. Ser tolerante no es ni aceptación ciega ni reptación denigrante. Ser tolerante no consiste en la disposición a compartir la opinión del otro. Ser tolerante exige solamente reconocerle al otro su derecho a pensar de otro modo.
Pensar distinto es un derecho inherente a la naturaleza humana. No hay razón alguna para que se pretenda determinar al individuo. El determinarlo se opone al ejercicio cabal de su autonomía. Luego entonces, la tolerancia obliga a conducirse con moralidad imprescindible a fin de no controlar al otro y así alcanzar la madurez personal y social.
Asumir la responsabilidad de la tolerancia obliga a ser un individuo sin capacidad para los rencores mezquinos ni las envidias disimuladas; y si las posibilidades del ser humano son pensar y actuar, crear y aportar, resolver y transformar, sólo será posible si nos desenvolvemos en la virtud de la tolerancia.
Diariamente nos cruzamos por la vida con los fanáticos de la intransigencia. Todos los días tenemos que enfrentarnos con quienes se sienten dueños absolutos de nuestro destino, ésos que viven cautivos de las líneas del pensamiento único y sistémico diseñado desde las cúpulas reales o imaginarias.
Los intolerantes suelen adjetivar de conflictivos a quienes osan opinar y actuar con la dignidad de su independencia. Para ellos les resulta insultante quien se toma el atrevimiento de contradecirlos, aún cuando tal contradicción se fundamente en el buen juicio.
En cambio les resultan gratísimos quienes se someten a la férula de sus necedades. Con ellos son obsequiosos y pródigos en adjetivos bonancibles. Esa es la moral del tirano.
¿Con cuántos intolerantes están lidiando actualmente? Recuerden que sólo la dignidad puede conservar la libertad. La maldad de los intolerantes consiste en sembrar el desaliento. Ellos enseñan únicamente la adulación y siembran los bajos temores. Bajo la tiranía de los intolerantes, somos paja en el viento del capricho. En cambio con nuestra autonomía, nuestro paso se hará más firme. No olvidemos que a los intolerantes los vemos como gigantes porque nos tienen de rodillas. Es necesario ponernos de pie para mirarlos a la cara.
Y concluyo: La intolerancia no llega a ningún lado. Por tal razón, mantengamos y eduquemos en la virtud de la tolerancia y corramos juntos al encuentro de lo diverso.