miércoles, 20 de febrero de 2008

Los mandarines y la educación


Poco a poco ha ido trascendiendo la manera como llegó a ser designada la profesora Aída Sagrero Hernández como Secretaria de Educación en el Estado. Una información que de llegar a confirmarse, dejaría mucho qué desear del gobernador Leonel Godoy, quien reiteradamente declaró su rechazo a toda presión de grupos.

Es el caso que previo a la presentación de las personas que ocuparían las diversas Secretarías de Gobierno, se trabó en una discusión álgida con los profesores Raúl Morón Orozco y Juan Pérez Medina sobre la persona que debería estar al frente de la administración del sector educativo.

En virtud de que la sección 18 impulsaba a Mirabel Mejía como resultado de la consulta aplicada a las bases del sindicato, tanto Pérez Medina como Morón Orozco se encapricharon y se fueron por la línea de la corriente Alianza por la Unidad Democrática para imponer a una persona que les resultara fácil de manipular, a fin de que ambos personajes de marras ejercieran en la realidad el control de la educación, en obvios beneficios clientelares para la tribu perredista que encabezan.

Raúl Morón envalentonado como coordinador de la fracción de diputados perredistas y constitutiva de la primera mayoría en el Congreso del Estado, puso en el tenor la exigencia de que aceptara el gobernador Godoy la propuesta de Aída Sagrero. Y es aquí donde se da la primera claudicación al mando de gobierno.

Todo lo anterior se ha venido filtrando en los corrillos y los hechos parecen confirmarlo. Hemos visto tanto a Juan Pérez como a Raúl Morón acompañar por doquier a la Secretaria de Educación, como si fueran muletas para una discapacitada en el oficio de la administración pública.

Si efectivamente así ocurrió, repito, denotaría el desprecio con que el gobierno sigue tratando un área tan importante para la sociedad: el de su educación.

Por cuanto a Juan Pérez y Raúl Morón, me resisto a creer que pudieran estar siendo utilizados como arietes para golpear y dividir a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, en provecho de un charrismo jineteado por Elba Esther Gordillo Morales.

Raúl Morón y Juan Pérez no deben olvidar que su origen estuvo en el movimiento de los humillados, de los que siempre anhelaron justicia. Me resisto a mirarlos actuar como mandarines subvencionados que conspiran en contra de su historia.

No es posible que ambos estén engendrando un linaje que se traduce en el ejercicio de un poder impositivo. No es posible que hayan perdido el horizonte por la bagatela de las diputaciones con las que fueron “maiceados”. No es posible que ambos, luchadores sociales de ayer, se conviertan en pobres despojos de méritos.

Y si Artemio Ortiz ha sido enfático en declarar el desconocimiento de esta farsa, le concedo la razón apegándome al paradigma que dice: Mientras no haya un fundamento ético para la obediencia, sí habrá un fundamento ético absoluto para la desobediencia.

Yo, a mi vez, me atengo a lo que dice George Orwell: “Si la libertad significa algo, es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oir”.

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