lunes, 28 de abril de 2014

La historia negra de Juan Pablo II, encubridor de pedófilos, canonizado junto a Juan XXIII



Se ha promovido a santo a un hombre con las manos sucias, que encubrió a violadores de niños y legitimó a dictadores que dejaron millares de muertos en el camino. Foto Ap


Eduardo Febbro

Desde Roma

¿Víctimas? ¿Qué víctimas?, preguntó el cardenal Velasio de Paolis. Luego agregó: No sólo están esas víctimas. Después hubo un silencio de cuerpo y alma seguido por la mirada un tanto extraviada del superior general de los Legionarios de Cristo, nombrado en 2010 a ese cargo por el entonces papa Jozef Ratzinger. A la pregunta de De Paolis le siguió una respuesta: las víctimas no eran sólo los miles de menores que sufrieron los apetitos sexuales de las sotanas hipócritas, sino también el mismo Vaticano. Las víctimas no eran únicamente los menores o adultos abusados y violados por el padre Marcial Maciel, el fundador de esa industria de los atentados sexuales que fue, durante su mandato, los Legionarios de Cristo. La víctima era la Santa Sede, que fue engañada.

Juan Pablo II, el Papa que, entre otros tantos horrores, promovió y encubrió a los pedófilos y violadores de la Iglesia, recibió, al mismo tiempo que Juan XXIII, la canonización. Más allá del espectáculo obsceno montado para esta ocasión, del millón de fieles en la plaza San Pedro, de los tres satélites suplementarios para difundir el acto, más allá de la fe de mucha gente, la canonización del Papa polaco es una aberración y un ultraje para cualquier cristiano del planeta. Declarar santo a Karol Wojtyla es olvidarse del abrumador catálogo de pecados terrestres que pesan sobre este pontífice: amparo de los pedófilos, pactos y regateos con dictaduras asesinas, corrupción, suicidios jamás aclarados, asociaciones con la mafia, montaje de un sistema bancario paralelo para financiar las obsesiones políticas de Juan Pablo II –la lucha contra el comunismo–, persecución implacable contra las corrientes progresistas de la Iglesia, en especial la de América Latina, o sea, la frondosa y renovadora Teología de la Liberación.

La frase ¿Víctimas? ¿Qué víctimas? pronunciada en Roma por el cardenal Velasio de Paolis encubre toda la impunidad y la continuidad aún arraigada en el seno de la Iglesia. Jurista y experto en derecho canónico, De Paolis formaba parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe en la época en que –años 80– se acumulaban las denuncias contra Marcial Maciel. Sin embargo, fue él quien firmó la segunda absolución del sacerdote mexicano. El ex padre mexicano Alberto Athié contó a Página/12 cómo Maciel solía repartir sobres con dinero y favores para comprar el silencio de las jerarquías. Athié renunció en el año 2000 al sacerdocio y se dedicó a la investigación y denuncia de los abusos sexuales cometidos por clérigos y organizaciones. El destino de Maciel lo selló Benedicto XVI a partir de 2005. En 2004, antes de la muerte de Karol Wojtyla, Maciel fue honrado en el Vaticano. Ese mismo año Ratzinger reabrió las investigaciones contra los legionarios.

El dossier Maciel había sido bloqueado en 1999 por Juan Pablo II y mantenido en estado de invisible por otra de las figuras más turbias de la curia romana, Angelo Sodano, el ex secretario de Estado de Giovanni Paolo. Sodano es una perla digna de figurar en un curso de maniobras sucias. Angelo Sodano, que es decano del Colegio de Cardenales, tenía negocios con los Legionarios de Cristo. Un sobrino suyo fue uno de los asesores nombrados por Maciel para construir la universidad que los Legionarios de Cristo tienen en Roma, la Universidad pontificial Regina Apostolorum.

Sodano, quien fue el número dos de Juan Pablo II durante casi 15 años, tenía un enemigo interno, Jozef Ratzinger, un club de simpatías exteriores cuyos dos miembros más eminentes eran el dictador Augusto Pinochet y el violador Marcial Maciel. Sodano y Ratzinger libraron una batalla sin tregua: el primero para proteger a los pedófilos, el segundo para condenarlos.

En 2004, Jozef Ratzinger obligó a Marcial Maciel a dimitir y retirarse de la vida pública. Dos años después, ya como Benedicto XVI, el Papa lo suspendió a divinis. Las investigaciones reabiertas por Ratzinger demostraron que Maciel era un pederasta, tenía dos mujeres, tres hijos, se movía con varias identidades y manejaba fondos millonarios. Las denuncias previas nunca habían pasado el paredón levantado por Sodano y el hoy santo Juan Pablo.

La carrera de Sodano es toda una síntesis del papado de Karol Wojtyla, en donde se mezclan los intereses políticos, las visiones ideológicas ultraconservadoras, la corrupción y las manipulaciones. Angelo Sodano fue nuncio en Chile durante la dictadura de Pinochet. El diplomático mantuvo una relación amistosa con el dictador y ello le permitió fraguar la visita a Chile que Juan Pablo II hizo en 1987. Su hermano Alessandro fue condenado por corrupción tras la operación Manos Limpias. Su sobrino Andrea corrió la misma suerte en Estados Unidos. La FBI descubrió que Andrea y un socio se dedicaban a comprar –mediante información privilegiada– por un puñado de dólares, las propiedades inmobiliarias de las diócesis de Estados Unidos que estaban en bancarrota debido a los escándalos de pedofilia.

Pero el mundo sucumbió al grito de santo súbito que reclamaba la canonización de un hombre que presidió los destinos de la Iglesia en su momento más infame y corrupto. El Papa viajero, el Papa amable, el Papa de los jóvenes, el Papa catódico era un impostor ortodoxo que desprotegió a las víctimas de los abusos sexuales y a los propios pastores de la Iglesia cuando éstos estuvieron en peligro de muerte. Su visión y sus necesidades estratégicas siempre se opusieron a las humanas.

Ocurre que en la trama de esta historia hay también mucha sangre y no sólo la de los banqueros mafiosos como Roberto Calvi o Michele Sindona con quienes Juan Pablo II se asoció para alimentar con fondos, secretos las arcas del IOR (banco del Vaticano), fondos que luego servirían para financiar la lucha contra el comunismo en Europa del Este o la Teología de la Liberación en América Latina. Juan Pablo II dejó sin protección a los sacerdotes que encarnaban en Latinoamérica la opción por los pobres frente a las dictaduras criminales y sus aliados de las burguesías nacionales.

En 2011, 50 destacados teólogos de Alemania firmaron una carta en contra de la beatificación de Juan Pablo II, por no haber respaldado al arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por un comando paramilitar de la extrema derecha salvadoreña mientras celebraba una misa. Romero sí que es y será un santo. El arzobispo enfrentó a los militares para rogarles que no asesinaran a su pueblo, recorrió barriales, zonas castigadas por la represión y la violencia, defendió los derechos humanos y a los pobres. En suma, no esperó a que Bergoglio llegara a Roma para hablar de una Iglesia pobre para los pobres. No. La encarnó en su figura y lo pagó con su vida, como tantos otros sacerdotes a quienes el Vaticano tildaba de marxistas o comunistas sólo porque se implicaban en causas sociales.

Juan Pablo II es un santo impostor que traicionó a América Latina y a quienes, desde una modesta Iglesia, osaron decirle no a los asesinos de sus pueblos. Si Juan Pablo II contribuyó en Europa del Este a la caída del bloque comunista, en América Latina favoreció la caída de la democracia y la permanencia nefasta de las dictaduras y su ideología apocalíptica. Un detalle atroz se suma a la ya incontable deuda que el Vaticano tiene con la justicia y la verdad: el expediente de beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero sigue bloqueado en los meandros políticos de la Santa Sede. Juan Pablo II beatificó a Josemaría Escrivá, el polémico fundador del Opus Dei y uno de sus protegidos. Pero dejó afuera a Romero, incluso cuando estaba con vida y las amenazas contra él se precisaban cada semana. Cada vez más soy el pastor de un país de cadáveres, solía decir Romero.

Juan Pablo II fue electo en 1978. Al año siguiente, monseñor Romero le entregó un informe sobre la espantosa violación de los derechos humanos en El Salvador. El Papa lo ignoró y le recomendó a Romero que trabajara más estrechamente con el gobierno. Como lo recuerda a Página/12 Giacomo Galeazzi, vaticanista de La Stampa y autor de una magistral investigación, Wojtyla secreto, en sus 25 años de pontificado ningún obispo latinoamericano ligado a la acción social o a la Teología de la Liberación fue nombrado cardenal por Juan Pablo II. La respuesta está en una frase de otro de los más dignos representantes de la Iglesia de los pobres, el fallecido arzobispo brasileño Hélder Câmara: Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista.

El show universal de la canonización ya fue lanzado. La prensa blanca de Europa tiene la memoria muy corta y su cultura del otro es estrecha como un pasillo de hospital. Todos celebran al gran Papa. Se ha promovido a la categoría de santo a un hombre que tiene las manos sucias, que ha cometido la infamia de encubrir a violadores de niños, de besar a dictadores y legitimar con ello el tendal de muertos que dejaban en el camino, de negociar beneficios con la mafia, que ha sacrificado en nombre de los intereses de una parte de un continente, el este de Europa, la misericordia y la justicia de otros, entre ellos los de América Latina. Se canoniza a un embaucador. El colmo de la ligereza, del error inmemorial. ¿Ante quién se arrodillarán en adelante las víctimas de los abusadores sexuales y de las dictaduras? Podemos levantar todos juntos un lugar apacible y justo en la memoria con las imágenes del padre Mugica o de monseñor Romero para rencontrarnos con la beatitud y el sentido de quienes, por un ideal de justicia e igualdad, enfrentaron la muerte sin pensar nunca en sí mismos o en bajos beneficios humanos.

 

martes, 22 de abril de 2014

La culocracia: Un referente para la mediatización






Francisco RIVAS LINARES

 

 

“La imagen miente sobre todo si se saca de contexto y se le agrega una voz con lo que el informante quiere difundir, esto puede hacer que el televidente tenga sólo percepciones deformadas y vaya perdiendo la capacidad de abstracción y con ella la posibilidad  de distinguir lo verdadero y lo falso.” Giovanni Sartori. La sociedad teledirigida.

 

Todo parece indicar que pertenecemos a una sociedad teledirigida. El binomio televisa-tvazteca nos ha implantado nuevos estilos de vida cuya sustantividad no sólo se manifiesta en tendencias compulsivas hacia la adquisición de  bienes superfluos, sino que también abonan a la sustitución de aquellos valores sociales que fortalecen la armonía relacional entre los integrantes del conglomerado social, tales como la solidaridad, el respeto, la responsabilidad, la honradez, la cooperación, la intercomunicación, etc.


Ahora priva la desconfianza, el deseo insano, la indiferencia, el distanciamiento; todo nos resulta ajeno y nada nos ocupa que no sea lo circunscrito a nuestro entorno familiar. Vivimos en competencia sostenida por lo acumulativo. El SER queda supeditado al TENER. El “tanto tienes, tanto vales” es el paradigma dominante en la cotidianidad social.


El proyecto de estupidización de las masas se va imponiendo a conveniencia de quienes ostentan el poder. Han preferido consolidar los referentes visuales que se ofrecen a través de la televisión, antes que estimular la capacidad cognitiva de las personas. Así tendrán garantizada una sociedad disciplinada y obediente, sin capacidad para entender conceptos o comprender abstracciones; una sociedad constituida por hombres que dejan de interesarse por lo inteligible para prestar mayor interés por lo visible; es decir, hombres video-formados.

 
La omnipresencia de los medios audiovisuales ha configurado un perfil novedoso del mexicano. Los estímulos que proyectan subliminalmente manipulan nuestras respuestas a tal grado que el subconsciente domina la respuesta final. El mejor ejemplo de lo que asevero lo podemos encontrar en el último proceso electoral, cuyo resultado, a partir del lenguaje de la percepción, salta a la vista: la consolidación de la kakistocracia o el gobierno de los peores.

 
Por eso escuchamos con frecuencia la invocación a la imagen del gobierno, de la ciudad, del país. Ante las expresiones tonitronantes y tumultuarias que efectúan estudiantes, trabajadores, obreros, campesinos, etc., los agoreros oficialistas se desgarran las vestiduras y sentencian el deterioro de la imagen  que repercutirá en el factor económico, pues para ellos las protestas no constituyen un problema social, sino estrictamente monetario.

 
Y aparece el recurso del engaño: la imagen estimulando realidades ficticias. Más aún si ésta se acompaña por una descripción oral de locutores, cómicos y actores sistémicos. El bullying, la humillación, el grito, el doble sentido, el acomodo, la edición, en fin, constituyen sus recursos para divertir (¿?), inducir o provocar a las audiencias.

 
Pero la regresión ha ido cobrando tal agudeza a partir de la década de los noventas con la consolidación de la mujer-objeto, la mujer-cosa, la mujer como símbolo sexual, dando origen a la culocracia.

 
La mujer pasa de su composición total a un trasero que se personifica y se convierte en protagonista, “… un efecto especial que antes había que esconderlo pero que hoy sólo esconde nuestra raquítica realidad”, así lo define el sociólogo francés Jean Baudrillard. Y asegura que “… se ha construido un mundo en el que todos vivimos obsesionados con la perfección (del culo) y en el que la autenticidad fue reemplazada por una copia transmitida por televisión.”

 
Este factor adicional ha provocado tal sustracción de la realidad que impide la reflexión en los asuntos que repercuten severamente en el entorno social y familiar. Y la televisión lo ofrece, nos lo pone al alcance para colonizar nuestras conciencias, para entorpecer el entendimiento.

 
Al filósofo argentino José Pablo Freinmann se le atribuye el neologismo que nos ocupa y  en el marco de la presentación de su último libro titulado “Filosofía política del poder mediático”, dictó la conferencia “Reflexiones sobre el poder, los medios y la culocracia”, en la que expuso… “el trasero de la mujer, bajo el pretexto de una hipermodernidad, es utilizado como la imagen hegemónica en la modalidad informática y como parte del proceso de estupidización paulatina y progresiva que sufre nuestra sociedad contemporánea.”

 
Los espectáculos televisivos son presentados con “… formas femeninas totalmente cosificadas y presentadas como un ideal a conseguir… shows degradantes y vacíos en el que se observan ideales tiránicos, inorgánicos y falsos…” Y se pregunta el filósofo “… ¿en dónde radica el problema? Contestándose para sí: “en la parcialización del ser humano, en pretender captar la esencia de una persona y definirla por una parte de su cuerpo. Estamos acudiendo a la más grave frivolidad y superficialidad cultural. No importan los sueños, proyectos y deseos de tal o cual individuo, sino sólo sus pectorales, senos, traseros y su capacidad de baile o comicidad.”

 
Hay una canción que se refiere al tema. Comparto con ustedes dos de sus párrafos:

“La culocracia que nos dirige / la que corrompe / y se ríe de tu credo. / La culocracia que nos empuja / que nos obliga / que sólo importa / a quien vas a votar.

“La culocracia / la que te tranza / la que te mata / y que soborna sueños. / La culocracia / que nos seduce / te muestra un culo / y te quita todo / todo lo que pensas.”

viernes, 11 de abril de 2014

Hacia una sociedad absurda






Francisco RIVAS LINARES

 

Todo lo que se opone a la razón, es absurdo. La conducta de los dictadores eliminando a sus opositores, es absurdo. Hitler asumió una conducta absurda ordenando el exterminio de los judíos. La Operación Cóndor que los dictadores del cono sur aplicaron durante las décadas de 1970-1980, fue un absurdo. Las tácticas dilatorias y tramposas que aplican los gobernantes para provocar a sus críticos y disidentes, es absurda. El bloqueo de calles y avenidas, tanto como el secuestro y destrucción de autobuses y vehículos, es absurdo. Quien osa enfrentarse a una masa intoxicada de adrenalina y embestirlos con su vehículo en un arranque de ira, es absurdo.

 

Cuando a una sociedad se le extravía el horizonte, se desquicia y grita ¡sálvese quien pueda!, es una sociedad que ha caído en el absurdo. Lo absurdo es, pues, lo disonante, lo ilógico, el sinsentido.

 

Hemos llegado a la sociedad absurda. Una sociedad dominada por quienes tienen menos escrúpulos, una sociedad en la que impera la ley del más fuerte. Una sociedad amenazada por delincuentes de diversa calaña. Una sociedad donde la justicia se ha prostituido. Una sociedad en la que los pobres –que son los más- son más pobres y los ricos –que son los menos- más ricos, es una sociedad absurda.

 

La sociedad que aplaude el impulso criminal de un iracundo, es absurda. La sociedad que destila un odio enfermizo azuzando, incluso, al crimen, es una sociedad absurda. El sistema de justicia que obtiene confesiones bajo tortura, que encarcela inocentes bajo el simplismo de entregar resultados, es un sistema absurdo. Si como afirma el sociólogo  Walter Frederick Buckley “… un sistema educativo cuyo eje rector se sustenta en metas competitivas en lugar de metas cooperativas y comunitarias, movidas por propósitos enaltecidos, será una sociedad desgarrada y asfixiada por la falta de legitimidad”, agregaría yo que se trata de un sistema absurdo propio de una sociedad absurda.

 

Hemos arribado a la conformación de una sociedad dominada por dos valores: el valor economicista y el valor utilitario. En ambos valores domina el individualismo cuya conducta se circunscribe a un mero afán de acumulación de bienes materiales, al consumo compulsivo; y peor aún, a la cosificación de las personas a quienes se les da fines de uso.

 

De seguir por la trayectoria del absurdo, caeremos irremediablemente en el escepticismo. Nada nos importará. El YO dominará al NOSOTROS y estaremos a punto de hacer realidad lo que el filósofo francés Albert Camus se planteara: “La existencia humana no tiene sentido por lo que buscarlo es algo inútil. El que la existencia sea absurda significa que da igual lo que hagamos o elijamos, pues de todas formas seguimos siendo indiferentes para un mundo y una realidad que de suyo no posee ningún sentido.”

 

En la Columna Política del 19 de diciembre del año anterior, el tema expuesto fue la estupidez. Cité al historiador italiano Carlos María Cipolla quien define al estúpido como aquél que al causar daños a otros, se perjudica a la vez a sí mismo.

 

Y en este tinglado de absurdos que tantos estúpidos han montado, sólo nos van dejando un rastro de basura con calor de incendio.