miércoles, 29 de enero de 2014

Michoacán: Un gobierno sin ética, sin credibilidad.




Francisco RIVAS LINARES


Hay un paradigma que dice: “un país sin credibilidad es un país al borde del abismo y de la anarquía”. Tal sentencia parece que se nos viene cumpliendo desde hace lustros, y en ella identificamos los orígenes de nuestras adversidades sociales.

 

Para que nuestros gobernantes sean los depositarios de la confianza de sus gobernados, requieren de dos cualidades sustantivas: Tener ética y poseer una moralidad comprobada. Y aunque si bien sus raíces etimológicas sugieren idéntico significado, en la actualidad difieren, pues en tanto que la moral se refieren a los principios y valores que definen el  comportamiento, la ética es la reflexión que aplicamos sobre esos principios y valores.

 

Para hacer demostrables la posesión de ambas cualidades, las personas debemos aplicar un factor elemental: la transparencia. Si para un ciudadano común resulta necesario demostrar  congruencia entre lo que dice y hace, en una persona que se desempeña en el ámbito del servicio público, resulta mucho más que una obligación.

 

La confianza se genera a partir de la veracidad. Y estas han sido las carencias de las que adolecen los políticos. Las mentiras han dominado a tal grado su discurso, que ya no se les cree a ellos ni a las instituciones que representan y manejan.

 

Contrario al mito griego del rey de Frigia, Midas, quien tenía el poder de convertir en oro todo lo que tocara, nuestros políticos, nuestros gobernantes, parecieran que han obtenido -de no sé qué deidad o numen- el poder de convertir todas sus acciones en un cenagal inmundo y hediondo. Buscar alguno que se precie de ser lo contrario, sería tanto como traer todos nosotros una lámpara como la del sabio griego Diógenes, quien caminando por la plaza de Atenas portaba una lámpara diciendo, en voz alta, “busco a un hombre”. No faltó quien le dijera “la ciudad está llena de hombres”, a lo que replicó el sabio “busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo, no un indiferenciado miembro del rebaño.” También así, pudiéramos demandar a la luz de nuestra lámpara, el encuentro con un servidor público en quien pudiéramos confiar por su rectitud y honestidad.

 

 Sus instituciones están colapsadas. Y como el paradigma inicial: estamos al borde del abismo y de la anarquía.

 

El escenario político está sembrado de dudas, de vanas esperanzas. Y ello provoca que el pueblo, nosotros, hayamos caído en un total escepticismo, una franca apatía. Para qué los lemas identificativos “Michoacán, suma de voluntades” Un gobierno eficiente al servicio de la comunidad, Estrategia de seguridad contigo, Compromiso de todos, etc? Expresiones publicitarias, como si la política fuera una cuestión mercado.

 

Hoy Michoacán está hundido en el desprestigio. Un desprestigio que a todos nos afecta. Un desprestigio que por acción u omisión hemos construido a cabalidad gobierno y gobernados. Los unos por abusivos. Los otros por dejados. El pacto social está roto. Un gobierno que va dejando constancia de su debilidad e inconsistencia y unos gobernados que nos hemos pasado de tolerantes para caer en la permisividad estúpida.

 

¿Qué pasó con la guerra de cifras fraudulentas en que se trenzaron el gobernante anterior con el actual? Éste amenazaba frecuentemente proceder con rigor. Aquél, con soberbia atrevida, se victimizaba. Y al final, nada pasó.

 

Y aquéllas denuncias públicas que hiciera Luisa María Calderón sobre las ligas del gobierno actual con la delincuencia organizada, a las que Fausto Vallejo aseguraba que demandaría a la denunciante por la falsedad de sus declaraciones, ¿qué pasó?

 

La respuesta es obvia. Todo queda como verborrea efectista.

 

Si ayer fuimos calificados como un estado torpe por su  nulo o escaso desarrollo, en el presente se le identifica como un territorio en el que se desplazan a contentillo los delincuentes bajo el amparo de la impunidad.

 

Todo anda mal. Esa es la sensación que se nos ha incubado. Todo anda mal.

 

Concluyo citando a nuestro notable ensayista y poeta Octavio Paz: “Ningún pueblo cree en su gobierno. A lo sumo, los pueblos están resignados”

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