Francisco RIVAS LINARES
En el agobio de los
acontecimientos que sacuden al país, parecería que abordar asuntos ajenos a las
tragedias que viven los miles de damnificados de los fenómenos naturales Ingrid
y Manuel pudieran denotar insensibilidad.
Tal parece que el destino nos hubiera alcanzado, aquél que Ángel María Garibay
tradujera del canto que hace referencia al sitio y caída de Tenochtitlán, “Visión de los vencidos”, en uno de
cuyos versos se lee: …y era nuestra
herencia una red de agujeros.
México vive una patética
situación. Oscilamos entre los extremos de la violencia de los hombres y la
violencia de la naturaleza. No hay tino para acertar una paz constructiva, una
paz que sin evadir la confrontación de los plurales, podamos encontrar los
cauces adecuados para alcanzar felices metas.
La delincuencia organizada sigue
sembrando vientos lúgubres con ejecuciones pavorosas. Numerosas madres que aún deambulan
por las calles solitarias reclamando justicia por sus hijos muertos. Obreros
desplazados que demandan sus fuentes de trabajo. Braceros que exigen sus
ahorros esquilmados por un gobierno ladrón. Las protestas sociales que se diseminan
por todos los rumbos de la nación, alterando los ritmos cotidianos. Eso y más
tejen nuestra herencia: Una red de agujeros.
Visiones diversas. Hay quienes
ven a las protestas sociales como un problema económico. Otros como actos de
provocación a la verticalidad del poder. Aquéllos, tal vez los muchos, las
perciben como atentatorias a su garantía del libre tránsito. Y sus actores,
participantes de las protestas, consideran ejercer su legítimo derecho a
manifestarse.
Pero las luchas sociales no
constituyen una causa en sí. Las luchas sociales son una consecuencia y como
tal, estamos obligados a indagar qué es lo que las provocan. Si durante el
sexenio de Felipe Calderón la pobreza se incrementó en más de seis millones de
personas, es obvio que se tendrá idéntica cifra como un foco latente de
protesta.
Si el decidir provoca una
resistencia y ésta a su vez una tensión, entonces podemos inferir que los seres
humanos somos tensos por naturaleza. Lo que ha faltado es la previsión para que
no se desborde dicha tensión.
Y aquí encontramos el problema.
Las reformas laboral, pensionaria, fiscal, energética, educativa, electoral,
religiosa, en fin, siempre generarán tensión social. Cuando quien o quienes
deciden implantarlas no calculan la intensidad de la tensión, las protestas se
desbordan y entonces el Estado hace uso de su fuerza legítima: la represión. A
pesar de las invocaciones al diálogo, el consenso y la participación, reprime.
Fedor Dostoievski en su novela Los hermanos Karamazov, pone en boca de
uno de sus protagonistas, Iván, el siguiente texto que les comparto: “¿Es
compatible emplear como medio lo que la finalidad desprecia? La eterna
aspiración política que observa un horizonte libre de violencia y colmado de
igualdad y libertad, ¿puede valerse de herramientas antagónicas, esto es, de la
propia violencia que pretende erradicar?”
Yo
agrego: ¿El odio encendido que vomitan los pregoneros del sistema en contra de
las protestas sociales, coincide con la cordura que reclaman a sus actores? ¿Las
fuerzas castrenses que someten a golpe de tolete y proyectiles de goma,
sofocarán las multitudes enardecidas? ¿La retórica circular que los políticos
nos endilgan, resolverán las crisis complejas que ellos mismos provocan en la
serenidad de sus despachos?
Preguntas
de respuestas controvertidas, ni duda cabe, pero sólo mediante la formulación
de las preguntas llegaremos a construir el conocimiento. Mientras tanto, vamos
a atrevernos a pensar para llegar construir una sociedad crítica y podamos
romper esa fatal herencia, pues México, nuestro país, es una inmensa red de
agujeros.
Hoy
debería tratar el tema de las Escuelas Chárter,
como fijé el compromiso en la columna política anterior. Sin embargo, ante el
arrebato de los acontecimientos, decidí posponerlo para el viernes próximo.
POR
LOS DESAPARECIDOS DE MICHOACÁN: ¡VIVOS SE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS!
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