Francisco RIVAS LINARES
El
hombre es el ser único con capacidad para hacer y escribir historia. Y la
historia tiene un sentido. El sentido más profundo de la historia, nos dice el
filósofo José Pablo Feinmann, es el de la rebelión del hombre contra el poder.
Brasil
se está cimbrando con la organización espontánea del pueblo. Reclaman del poder
el gasto excesivo que invierte en la organización del campeonato mundial de futbol
2014 y su evento preparatorio, la Copa de Confederaciones.
Decenas
de miles de personas han ganado las calles para protestar contra el incremento en
las tarifas del transporte público, las estructuras financieras y políticas, la
corrupción y el despilfarro. Y lejos de censurar las protestas legítimas del
pueblo, su presidenta, Dilma Rousseff, exclamó: “Las voces de las calles deben
ser escuchadas”.
Luiz
Inacio Lula da Silva, su antecesor, aseveró: “Que nadie en su sano juicio se
oponga a las movilizaciones.” Y otro expresidente, Fernando Enrique Cardozo,
señaló: “Los gobernantes deben entender el porqué de los acontecimientos.”
México
es la antítesis de lo que ocurre actualmente en Brasil. Aquí las “voces de la
calle” no son escuchadas. Aquí se censuran las movilizaciones invocando la “buena
imagen” de la ciudad. Aquí se desgarran las vestiduras por los contenidos de
las demandas. Aquí se cuantifican las pérdidas monetarias que ocasionan los
rebeldes al poder. Aquí las protestas se ven como un problema económico, no
como un problema social. Aquí, nuestros gobernantes no entienden el porqué de
los acontecimientos.
Ya en colaboraciones pasadas me
he referido a las dos opciones que tenemos para juzgar los sucesos y
acontecimientos. Recordemos… Si un suceso lo juzgo a partir de lo que perciben
mis sentidos, estaré expresando una opinión. Pero si lo que percibo lo juzgo después
de hacer uso de mi capacidad de raciocinio, identificando las causas que
provocan las expresiones de inconformidad, los factores y agentes que influyen
en su manifestación, entonces ya no expresaré una opinión, sino un juicio.
La sociedad se rebela contra
los hombres del poder (económico o político), cuando éstos se deshumanizan y
ocasionan dolor y sufrimiento. Es entonces cuando la sociedad se estimula y
rompe los diques de control emprendiendo acciones que le permitan transformar
su entorno.
Freire, autor de la Pedagogía
del Oprimido, nos dice que para poder explicar y mejorar nuestra realidad,
tenemos que adentrarnos primero en ella. Tomar conciencia, es decir, darnos
cuenta de esa realidad. Y a partir de ella, trascender.
Los hombres del poder temen que
la sociedad se organice. Los hombres del poder suelen demandar al pueblo que
utilice los cauces institucionales para plantear sus demandas, a sabiendas de
que los ritmos de la burocracia son impuestos por ellos, haciéndola dilatada,
lerda y tortuosa.
Cualquier planteamiento de
justicia que el pobrerío les demande, lo sofocan con sus ritmos y enredos; y
cuando el pobrerío reacciona, lo etiquetan para desprestigiarlo, les aplican la
ley de Herodes, les engendran el miedo con torturas y desapariciones, abortando
–a la mala- su rebeldía. Para ello tienen a su servicio a los medios de
difusión masiva. Y tienen a su servicio voces mercenarias que repiten y repiten
adjetivos para inhabilitar liderazgos y cancelarles su derecho a soñar. Por eso
la expresión popular que surgió en el movimiento de los Indignados y que suena
amenazante: Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.
Las dolencias sociales cimbran
las estructuras del poder montado en el trípode autoritarismo, impunidad y
fraude. Más, a pesar de todo, es el pueblo y sólo el pueblo el que cambiará el rumbo de la historia.
POR LOS DESAPARECIDOS DE
MICHOACÁN: ¡VIVOS DE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS!
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