Francisco RIVAS LINARES
Se invoca frecuentemente la
calidad del servicio educativo. Se le demanda. Se le exige. Incluso se atreven
a identificar a los responsables del fracaso de tal meta. Sin embargo, no se
hace mención a la calidad alimenticia del mexicano, cuya deficiencia alcanza
niveles superlativos, incidiendo en los escolares con un déficit de atención
que se refleja en la pobreza de los conocimientos adquiridos.
Se elude el debate en torno a
este tema y otros, que también deberían estar en la palestra de las
discusiones, tales como la calidad de los empleos, los servicios de salud,
impartición de la justicia, etc. No, sólo se reclama la calidad educativa bajo
el supuesto de que la educación garantiza la movilidad social.
Lo anterior viene a colación
porque en la presente semana se publicó un informe de la Organización Mundial
de la Salud, aseverando que nuestro país ocupa actualmente el segundo lugar en
obesidad en hombres a nivel mundial y el primer lugar en mujeres. La OCDE, a su
vez, asegura que México se ubica entre los primeros lugares en obesidad y sobre
peso infantil, pues uno de cada cuatro niños se encuentra en esa condición. Sus
causas: el consumo de los alimentos y bebidas “chatarra”, caracterizadas por
una sobresaturación de grasas y azúcares.
Siete de cada diez personas
están afectadas por efectos de una mala alimentación. La diabetes y las
enfermedades cardiovasculares, hipertensión, alto colesterol, algunos tipos de
cáncer y afecciones respiratorias se han constituido en causas de mortalidad de
primer nivel y cuya atención recae fundamentalmente en el sector público.
En un estudio denominado “Comer
hasta la muerte”, se registra que México ocupa el primer lugar en el consumo de
refrescos con un promedio de 163 litros anuales por persona. Y esto se debe, en
gran parte, a la renuncia tácita que ha hecho el estado de proporcionar agua
potable suficiente a la población. Ejemplifica: Las escuelas ya carecen de
bebederos.
Las escuelas son ínsulas de
poder de las empresas fabricantes de alimentos y bebidas “chatarra”, tanto
nacionales como trasnacionales. Empresas que llegan a comprar la exclusividad
en cooperativas escolares, entregando a cambio cantidades de dinero para
subsanar necesidades materiales de la propia institución, si es pública, o para
efectos de lucro, si es privada.
No obstante que el 18 de agosto
de 2008 entró en vigor –en nuestro estado- la ley que prohíbe la venta de
comida “chatarra” en las escuelas de educación básica, previendo, incluso
sanciones para los directores de las escuelas que permitan la venta de ese tipo
de productos, ésta no se ha aplicado por presiones y cabildeos de dichas
empresas fabricantes de ese tipo de comidas y bebidas.
Más aún. El 14 de mayo de 2010
se publicó en el Diario Oficial del Estado el “Reglamento para la promoción de
cambio de cultura hacia estilos de vida saludables en las comunidades escolares
y su entorno”, prohibiendo la venta de comida “chatarra” en las escuelas y
lugares cercanos. Su aplicación ha sido nula.
La mano dura del gobierno se
deja sentir sólo en las expresiones de resistencia y protesta social; no así
con las empresas expendedoras de estos productos que lejos de proporcionar
nutrición al consumidor, sólo le provoca sobrepeso y obesidad.
De manera que ya es tiempo de
cuestionar la calidad en todos los aspectos de la vida ciudadana. Calidad en la
democracia, calidad en los empleos, calidad salarial, calidad de los servicios
públicos, calidad en la impartición de justicia… calidad, ese infierno al que
temen los poderes político-económicos.
Por los desaparecidos de
Michoacán: Vivos se los llevaron, vivos los queremos.