Francisco RIVAS LINARES
Una sonajera se dejó escuchar
por todo el territorio nacional y aún allende sus fronteras, con motivo de la
captura y encarcelamiento de la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo; una
criatura amamantada por el sistema y cuya monstruosa creación hoy les asusta.
La magnificencia del acto judicial, hizo que pasaran desapercibidas dos notas
de relevada importancia para el presente y porvenir de nuestra nación, tales
como el surgimiento de nuevos grupos de autodefensa que ponen en entredicho la
efectividad de los gobiernos para proporcionar seguridad a sus gobernados, y la
publicación de la lista de desaparecidos durante el gobierno del tristemente
célebre Felipe Calderón.
Ahítos de la corrupción de la
maestra, no abundaré al respecto. La purulencia que brota por los cuatro
costados del sindicalismo oficial y oficioso, ya ha dado suficiente materia
para que tengamos un juicio bien formulado. De manera que prefiero abordar el relativo
a la desaparición forzada de personas, práctica que pensábamos olvidada y que
alcanzó una singular relevancia en el sexenio anterior.
El 9 de junio de 1994, en la
ciudad de Belem do Pará en Brasil, los países que integran la Organización de
Estados Americanos (OEA) resolvieron adoptar la Convención Interamericana sobre
Desaparición Forzada de Personas en cuyo documento en su artículo dos asienta
lo siguiente: “Para los efectos de la
presente Convención, se considera desaparición forzada la privación de la
libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes
del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con autorización,
el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de
información o de la negativa a reconocer dicha privación de la libertad
o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el
ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes.”
(Los subrayados son míos)
Desaparecer a las personas
constituye la más perversas violación de los derechos humanos, pues de facto se
les niega su derecho a existir. Es un método de intimidación que inventaron los
nazis en 1941, cuando el Alto Comentado Alemán promulgó el decreto denominado
“Noche y Niebla” inaugurando tan aberrante práctica como método de eliminación
eficaz de sus opositores, dejando –además- a las familias en una ignorancia
total sobre la suerte de las víctimas. En nuestro país se instaló esta práctica
nefasta en la década de los sesenta, para intimidar a los activistas de la
protesta social.
El martes anterior -26 de
febrero- el gobierno federal informó tener en su poder una lista que Felipe
Calderón había optado por mantenerla como documento confidencial. 26 mil 121
“personas no localizadas” de los cuales 642 son michoacanos. Llama la atención
el uso de eufemismos que nuestros políticos suelen aplicar a ciertos hechos que
les resultan incómodos. Así Felipe Calderón llamó a las víctimas de su guerra
“daños colaterales”. Ahora Peña Nieto les llama a los desaparecidos “personas
no localizadas”.
Nuestro municipio, Morelia,
tiene un registro de 137 desapariciones en los últimos tres años, de
conformidad con lo publicado por la Agencia de Información y Análisis Quadratín
que dirige el periodista Francisco García Davish.
Human Rights Watch
(Observatorio de Derechos Humanos) ha calificado al sexenio de Felipe Calderón
como la época en que llegó a su punto máximo esta práctica, ocasionando una
profunda crisis ya que se ha documentado que en el 60% de los casos estuvieron implicadas
todas las fuerzas de seguridad convirtiéndose así en colaboradores de los
grupos delincuenciales.
Esto constituye una auténtica
tragedia para nuestro país que no debemos pasar por desapercibida. Es un acto
de crueldad por el que deberían responder personajes del sexenio anterior
perfectamente identificados.
Radio UNAM ha producido un
programa bajo el título “Desaparecidos.
Las historias paralelas de Argentina y México en relación con las
desapariciones.” En su introducción se deja escuchar la voz del poeta y
escritor uruguayo Mario Benedetti, diciendo con evidente tristeza: “Están en
algún sitio, nube o tumba. Están en algún sitio, estoy seguro, allá en el sur
del alma. Es posible que hayan extraviado la brújula y hoy vaguen preguntando,
preguntando dónde carajo queda el buen amor porque vienen del odio.”
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