miércoles, 24 de marzo de 2010

El desierto no puede crecer más... ANTE LA EVIDENCIA DE LA CATÁSTROFE


“Ya no hay que esperar una iluminación, la revolución,
el apocalipsis nuclear o un movimiento social. Seguir
esperando es una locura. La catástrofe no es lo que
viene, sino lo que hay”
La Insurrección que llega. Comité Invisible. París, Francia.


La cultura de la dependencia parece estar manifestándose con mayor énfasis en estos momentos aciagos. Con la esperanza de que surja el caudillo o líder que nos dé dirección y rumbo, optamos por reducir nuestra capacidad de acción al reniego y al grito permanente de la queja.

Naturalmente que lo expresado pudiera ser objeto no sólo de consideración, sino incluso de discusión; aunque al final de la misma, la única certidumbre que ganaríamos es que los liderazgos terminan al servicio del poder, quedándonos más quejumbrosos y enarbolando los reniegos.

Ese es nuestro falso consenso. La reflexión colectiva la hemos dejado en el foso de los deshechos, franqueándoles el camino a los privilegiados que tienen como única visión la de atender a sus propios intereses.

Les invito a plantearnos tres preguntas y a darnos una respuesta honesta: Primera: ¿Cómo nos queremos pensar, como personas pisoteadas y humilladas por el desprecio o como personas emprendedoras y dominantes?

Segunda: ¿Cómo nos deseamos visualizar, como personas comprometidas con nuestra dignidad o como sujetos ninguneados?

Tercera: ¿Cuál sería nuestra preferencia, esperar pasivamente la llegada de un mesías que exija del poder su lástima social, o asumir nuestro compromiso de ser más pueblo, comprometidos con nuestros anhelos de mejor calidad de vida y deseos de transformación, anteponiendo nuestra naturaleza rebelde para rescatar nuestros derechos usurpados por la oligarquía del poder?

Respuestas obvias, dirán los muchos. Sin embargo, nunca faltan los conformistas, aquéllos que se constituyen en defensores del sistema por temor a lo diferente. Son los agachados, los rendidos, los que reptan para alcanzar una jerarquía menor, los que sienten las necesidad de sentirse reconocidos.

Un agachado es aquél que, diciéndose respetuoso del orden y de las leyes, siempre se está quejando de todo. Es altamente moralista. Un agachado es quien se desgarra las vestiduras cuando ven una protesta social y les gritan reclamándoles al orden. Un agachado fue educado, pues, para la obediencia.

Pero venimos de una estirpe de valientes. Tenemos una historia que se ejemplifica en la gallardía de su pueblo, en lo valeroso de sus hombres y de sus mujeres. Una historia en cuyo compendio se encuentran personajes que supieron afrontar los riesgos de enfrentarse a las adversidades aún a costa de su vida.

La infamia que se nos ha instalado, la injusticia establecida por un espuriato denigrante, nos va arrastrando al colmo de los absurdos. Ya estamos tocando fondo. Una mezcla explosiva se encuentra a punto de estallar. Tenemos que evitar su eclosión. Estamos de frente a la disyuntiva: o nos hundimos con el desgobierno o resurgimos con la celebridad del respeto.

Sólo el pueblo se puede salvar a sí mismo. No esperemos líderes. Construyamos redes de apoyo. En 1985, con el sismo traumático que padeció la ciudad de México, se demostró cómo el pueblo es capaz de organizarse sin esperar respuesta del gobierno.

La soberanía es nuestra. La soberanía es del pueblo. Los gobernantes son los mandatarios. El pueblo es el mandante. Aquéllos están para obedecernos. Nosotros para ordenarles. Dejemos de confundir la estupidez con la inocencia.

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