miércoles, 1 de octubre de 2008

La impunidad de un genocidio. 1968


PRIMERA IMAGEN: “Un hombre y una mujer pedían ayuda, mientras una tercera persona yacía muerta a su izquierda. Momentos después, la mujer fue muerta; el hombre también murió”.

SEGUNDA IMAGEN: “Un hombre y una mujer se abrazan en un balcón de la ciudad de México, donde quedaron atrapados en una balacera. Otro hombre, a su izquierda, está muerto. Al centro, la mujer, que ha sido herida, baja la cabeza, mientras su compañero la levanta. Él ha muerto. Ella sobrevivió”.

Los dos textos anteriores describían sendas fotografías que se publicaron el día tres de octubre de 1968. La primera, en el diario The Washington Post. La segunda, en la edición de Los Ángeles Times.

Sí… dos ediciones periodísticas extranjeras daban cuenta de lo que había ocurrido en la Plaza de las tres Culturas el dos de octubre de 1968, pues en nuestro país la censura había impuesto el bozal a todos los medios de comunicación.

Y ahora, a cuarenta años de cometerse el genocidio en cientos de manifestantes, aún se nos restringe el derecho a conocer la verdad cabal. Los gobiernos sucesivos del PRIATO optaron por mantener la información en secrecía a fin de eludir –lo que les resultó ya inevitable- el repudio social. Ahora los panistas nos la escamotean porque su ineptitud para gobernar les obliga a mantenerse en contubernio con la escoria del pasado.

Las incógnitas persisten: ¿Cuántas víctimas cayeron abatidas por las balas asesinas del Batallón Olimpia? ¿Cuáles fueron sus nombres? ¿Por qué la saña del sofoco? ¿Por qué se prestó el ejército a servir de instrumento para asesinar a nuestra juventud? ¿Por qué el temor a la discrepancia?

El movimiento del 68 en México no sólo logró revolucionar la conciencia, sino conseguir el aglutinamiento de todas las fuerzas sociales, causando escozor en el espíritu fascista del diazordacismo. En este movimiento surgieron los ideales de la democracia y el ejercicio de la libertad con el trastoque de los valores que ya se encontraban en entredicho.

Elena Poniatowska en su crónica “La Noche de Tlatelolco” rescata la esencia de este acontecimiento histórico y la dimensión de su importancia, por cuanto a la apertura de los cauces de la esperanza; ese aliento que rompería los diques que impedían la libre manifestación de las ideas, de los reclamos, de las demandas y las protestas.

Los gritos… ¡Únete pueblo!... ¡Presos políticos, libertad! brotaban de las gargantas juveniles. Fardos cargados de utopías, de aspiraciones por una patria nueva sin que mediara argumento alguno que les intimidara, marchaban cual movimiento de fragatas estudiantes y maestros: Javier Barrios Sierra, el Rector que defendió la dignidad universitaria, Gilberto Guevara Niebla, Soledad Marín, Luis González del Alba, Teresa Estrada, Heberto Castillo, Guadalupe Campos, José Revueltas y su crónica El salvajismo calculado, Elí de Gortari, Raúl Álvarez Garín, Sócrates Campos Lemus, Víctor Rico Galán, Salvador Martínez de la Roca… y tantos más que han dejado indeleble una página de la historia.


Su antítesis: La represión, el resguardo y la coptación. Esas fueron las herramientas del Estado déspota y fascista. Actos que aún nos siguen llenando de indignación y vergüenza. De las cloacas brotaron personajes siniestros: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, Marcelino García Barragán, Alfonso Corona del Rosal, José Hernández Toledo, Fernando Gutiérrez Barrios y Luis Gutiérrez Oropeza entre muchos.

Las heridas del agravio no han sanado pues se le niega la justicia al pueblo de México.

No hay futuro sin memoria, tal es el paradigma. Por eso el grito: ¡DOS DE OCTUBRE NO SE OLVIDA! será, como el poeta lo dice, la permanencia de un grito.

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