La política siempre ha dado tema para discutir. Actualmente se debaten asuntos que repercuten en el desarrollo de nuestra sociedad como nación. Así, las reformas estructurales han dado campo para exhibir nuestra pluralidad en temas tan escabrosos como la seguridad social, el desarrollo económico, las relaciones con el exterior, relevos y designaciones en la estructura de gobierno, etcétera.
Estos acontecimientos me hacen evocar a un destacado personaje quien, además de historiador, fue un profundo analista político: Don Daniel Cosío Villegas.
Pienso que sería oportuno retomar algunas lecturas de la obra bibliográfica de este personaje. Y para reciclar nuestro imaginario ante las crisis políticas que se han estado repitiendo, bien pudiéramos releer su ensayo titulado “La Crisis de México” en el que proféticamente nos hablaba del triunfo del Partido Acción Nacional como una consecuencia del abandono de los ideales de la Revolución Mexicana. El vacío ideológico en que han caído nuestros gobernantes desde los tiempos de Miguel de la Madrid, se ha acentuado con los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón.
Hundidos en la desigualdad más oprobiosa, nos alertamos ante la posibilidad de drásticos estallidos sociales. La pobreza alimentaria en que se encuentra mayoritariamente la población, constituye un caldo de cultivo para la insurrección violenta.
El neoporfirismo instaurado es un asunto recurrente en Cosío Villegas. “La Crisis de México” lo explica de manera descriptiva como un lastimoso fracaso de nuestra Revolución de 1910. Esto es atribuible a dos factores que corroen a la Patria: La corrupción y la impunidad.
La irresponsabilidad de quienes se encuentran al frente del gobierno, constituye un motivo ley para abordar su patología. México se oferta al mejor postor, los navajeros de la economía, enemigos de la concordia y del sentido común.
La resistencia a gobernar con alto espíritu cívico, traducido en la defensa de los bienes nacionales, es propio de las élites que alimentan la decadencia de nuestra patria. Por eso sus acciones no se orientan al esclarecimiento de los problemas, sino hacia el poder. No actúan. Sólo dicen sus parlamentos. Sólo gesticulan y se mueven sin ninguna convicción. Y su bondad raya en la caricatura.
Pero se les olvida que las palabras y la dignidad de los gobernados, son más fuertes que la desvergüenza y el cinismo de los gobernantes. Y no quedará piedra sobre piedra.
Estos acontecimientos me hacen evocar a un destacado personaje quien, además de historiador, fue un profundo analista político: Don Daniel Cosío Villegas.
Pienso que sería oportuno retomar algunas lecturas de la obra bibliográfica de este personaje. Y para reciclar nuestro imaginario ante las crisis políticas que se han estado repitiendo, bien pudiéramos releer su ensayo titulado “La Crisis de México” en el que proféticamente nos hablaba del triunfo del Partido Acción Nacional como una consecuencia del abandono de los ideales de la Revolución Mexicana. El vacío ideológico en que han caído nuestros gobernantes desde los tiempos de Miguel de la Madrid, se ha acentuado con los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón.
Hundidos en la desigualdad más oprobiosa, nos alertamos ante la posibilidad de drásticos estallidos sociales. La pobreza alimentaria en que se encuentra mayoritariamente la población, constituye un caldo de cultivo para la insurrección violenta.
El neoporfirismo instaurado es un asunto recurrente en Cosío Villegas. “La Crisis de México” lo explica de manera descriptiva como un lastimoso fracaso de nuestra Revolución de 1910. Esto es atribuible a dos factores que corroen a la Patria: La corrupción y la impunidad.
La irresponsabilidad de quienes se encuentran al frente del gobierno, constituye un motivo ley para abordar su patología. México se oferta al mejor postor, los navajeros de la economía, enemigos de la concordia y del sentido común.
La resistencia a gobernar con alto espíritu cívico, traducido en la defensa de los bienes nacionales, es propio de las élites que alimentan la decadencia de nuestra patria. Por eso sus acciones no se orientan al esclarecimiento de los problemas, sino hacia el poder. No actúan. Sólo dicen sus parlamentos. Sólo gesticulan y se mueven sin ninguna convicción. Y su bondad raya en la caricatura.
Pero se les olvida que las palabras y la dignidad de los gobernados, son más fuertes que la desvergüenza y el cinismo de los gobernantes. Y no quedará piedra sobre piedra.
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