Por: Luis Bruschtein
La creación de una nueva
secretaría en el ámbito del Ministerio de Cultura
generó una metralla de ironías,
comentarios socarrones y algunas críticas.
El nombre
es un poco pomposo, pero los desprecios apuntaron al fondo de la cuestión y la
mayoría, con mucha ignorancia.
Hubo quienes le auguraron al nuevo secretario, el
filósofo Ricardo Forster, un descenso fulminante del mundo
académico al de la plebe.
En algunos
ámbitos la palabra “nacional” eriza los pelos, se la relaciona con los “flor
de ceibo”, como se les decía despectivamente a los
intelectuales peronistas “porque crecen en cualquier parte” y no son “cultivados”.
Son expresiones de otros tiempos en que se
despreciaban las formas de pensamiento que trataban de vincularse con los
movimientos populares. La cultura argentina tiene un rasgo dominante a
izquierda y derecha, desde liberales a conservadores.
“No hay
batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la
naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia
superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende
prescindiendo de él... Las repúblicas han purgado en las tiranías su
incapacidad para conocer los elementos verdaderos de su país, derivar de ellos
la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante en un pueblo nuevo quiere
decir creador.” No era Sarmiento el
que escribía así.
Era José Martí, que publicó Nuestra América en parte como respuesta a la Civilización
y barbarie de Sarmiento.
“Las razas americanas viven en la ociosidad, y se
muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo
duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan
fatales resultados ha producido”,
decía Sarmiento para quien la civilización estaba
expresada en Europa y en Norteamérica y la barbarie
en América latina y el resto del mundo. Son
dos visiones de la misma realidad, la de Martí y la de Sarmiento.
Sarmiento
era “nacional” porque
había nacido en Argentina. José Martí no, porque era cubano de
origen español.
El pensamiento no tiene nacionalidad. La
génesis cultural argentina se desarrolló bajo la poderosa impronta del
pensamiento sarmientino: una cultura “nacional” que renegaba
de lo “nacional”.
Casi todos sus análisis eran etnicistas y supremacistas,
planteaba la supremacía de europeos y
norteamericanos sobre indios, criollos, mestizos y españoles, etnias, culturas
y nacionalidades que formaban la Nación Argentina.
Sarmiento
era “nacional” porque había nacido en Argentina, pero cuando se
expresaba despectivamente de indios y criollos, de sus costumbres y hasta de su aspecto
físico, nadie puede decir que su pensamiento reivindicara esos
caracteres que también eran “nacionales”.
Se puede decir que Sarmiento
era “nacional” por su origen, pero que el contenido de su pensamiento
no era “nacional”.
En Nuestra América, José
Martí dice que “ni el libro europeo ni el libro yankee daban la
clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio y los países venían cada
año a menos (...) De nuestra América se sabe menos de lo que urge saber, aun
por aquellos que fungen de opinadores en las cosas públicas y celebran a los
Estados Unidos con tanta pasión como la que ponen en denigrar a los demás
pueblos de América”.
Martí
no era “nacional” porque no había nacido en Argentina, pero
reivindicaba los componentes culturales nacionales, en este caso, de los pueblos que componían la Nación
Latinoamericana.
Era un
extranjero que tenía un pensamiento “nacional”. De alguna forma hay que llamarlo y no es por el
origen, sino por sus contenidos.
Con el pensamiento marxista o de izquierda
hubo un proceso parecido. José Carlos Mariátegui
era peruano, no era
“nacional”, pero decía que el socialismo se construía a partir de las
experiencias de las culturas originarias latinoamericanas, de las
comunidades ayllu incaicas. Victorio Codovilla y Juan
B. Justo fueron los fundadores en Argentina
del Partido Comunista y el Socialista, respectivamente.
Codovilla
era uno de los dirigentes más importantes de la Komintern, que era controlada por
la URSS. Primero era de la Komintern y después del PCA, y de hecho, sus restos quedaron en el
Kremlin de Moscú.
Su pensamiento se enfocaba desde Moscú para mirar a la
Argentina, e incluso
para mirar Latinoamérica, donde la Komintern se opuso
a la lucha de Augusto Sandino en Nicaragua y
al gobierno nacionalista de Lázaro
Cárdenas en México, entre algunas de las causas
populares que molestaban a la URSS.
Juan B. Justo era un admirador de los
Estados Unidos y pensaba que cuando ese país invadía a otro latinoamericano,
estaba llevando el progreso.
Mariátegui
era peruano, no era “nacional” por
origen, pero pensaba con ese contenido. Codovilla y Juan
B. Justo, en cambio, eran argentinos, pero cada uno enfocaba su pensamiento
desde otro centro de interés o punto de vista.
Sin embargo, entre los comunistas hubo pensadores
como Rodolfo Puiggrós, que tenía una visión “nacional”
opuesta a la de Codovilla.
Y lo mismo en el socialismo, donde Manuel
Ugarte tenía una mirada antiimperialista y latinoamericanista
opuesta a la de Juan B. Justo.
Puiggrós
y Ugarte fueron
expulsados de sus partidos, donde primaron las otras miradas. Los
dos se mantuvieron fieles a su pensamiento, lo que no fue
obstáculo para que Perón designara a Puiggrós al frente de la UBA y a Ugarte
como embajador. En esa idea nacional confluyen marxistas,
cristianos, humanistas, radicales y otras corrientes de pensamiento.
El
pensamiento “nacional” no es el pensamiento “argentino”. Sería como decir que los existencialistas vienen de
un país que se llama “Existencia”.
El pensamiento
argentino es mucho más amplio y diverso.
Dentro del
pensamiento “argentino”, el pensamiento “nacional” siempre fue una minoría, quizá por esa poderosa impronta que
le dejó Sarmiento y que termina de cuajar en el proyecto de
Roca y la generación del ’80 y después en los
decantamientos que se van produciendo en las izquierdas locales que asumen en
forma íntegra y acrítica la carga sarmientina despreciativa de ese acervo
cultural identitario.
Las imágenes del “cabecita negra”, del “grasa”,
o del “aluvión zoológico” que describen
al obrero peronista se emparientan con algunas descripciones que hace Sarmiento
del gaucho y los indios en el Facundo, civilización y
barbarie.
En todos los países de América latina hay corrientes
de pensamiento que expresan supremacías y que ocultan o justifican esquemas de
dominación de clase o de preponderancia de culturas extranjeras.
En países donde la inmensa mayoría es mestiza o de
pueblos originarios, los funcionarios son blancos y la educación, las
publicidades y los medios de comunicación promueven pautas y valores que
relegan y desprecian a esas mayorías para que se asuman como inferiores.
El primer gobierno originario de América latina es el
de Evo Morales en Bolivia y tuvieron que
pasar 200 años desde la Independencia.
En Nuestra América, José Martí no habla de
supremacía de una identidad cultural sobre otra –como hace Sarmiento–,
sino de la necesidad de que cada
quien asuma la suya como comienzo liberador.
Es el ABC. Las
ideologías de dominación buscan que las mayorías se sientan inferiores para
poder dominarlas. “Nacional” es una forma de definir la búsqueda de
esos hitos de identidad para construir formas de relacionamiento igualitarias
con otras identidades y formas culturales distintas.
Hay otro párrafo del
escrito de Martí que dice:
“La universidad europea ha de ceder a la universidad
americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al
dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es
preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos
nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras
Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas”.
Lo nacional en América latina no tiene nada que ver con el franquismo,
aunque usen el mismo adjetivo, ni con el ser nacional del militarismo.
En América latina, lo nacional está relacionado siempre con sectores
populares de obreros, campesinos, criollos, inmigrantes y pueblos originarios y
con una idea de comunión latinoamericana.
Cuando se
habla de nacional y popular en América latina se piensa en esos términos. Pero en Argentina la academia
está más acostumbrada a comparar todo
con Europa y Estados Unidos.
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