sábado, 1 de marzo de 2014

Espectáculo y gobierno





Francisco RIVAS LINARES

 

“Todos somos cómplices jubilosos de un poder

que si no se cae de viejo es por la vitalidad

de la corrupción.”

Carlos Monsivais

 

“Sociedad del espectáculo”. Tomo el título del libro escrito por Guy Debord, filósofo y escritor francés, para proponer el tema a reflexionar en esta columna política.

 

La recaptura del traficante de drogas Joaquín Guzmán, mejor conocido como “El Chapo”, se ha constituido en un verdadero espectáculo distractor para la sociedad en general. Diversas aristas sobre el acontecimiento han sido motivo de análisis y comentarios de inusitada pluralidad, que lo mismo ha devenido en chanceos caricaturescos, comedia carpera o análisis sesudos sobre tal acontecer.

 

En ese torbellino de opiniones, nos queda claro el espectáculo que se ha montado en el tinglado de la política para desviar nuestra atención sobre los problemas económicos que nos aquejan: Una inflación galopante, pérdida del poder adquisitivo de nuestra moneda, carencia de fuentes de empleo redituables dignamente, incrementos considerables en el pago de servicios, seguridad social colapsada, etc.

 

El entusiasmo que ha generado en los ámbitos del poder político la recaptura de “El Chapo” se explica en el truculento uso que el gobierno hace para incrementar un prestigio blandengue pero válido entre las élites empresariales nacionales y extranjeras. Le baja, a la vez, decibeles a la estridencia provocada por los índices de corrupción como fuente alimentadora de la delincuencia organizada.

 

Esas son las razones sistémicas que le permiten evadir la referencia socialmente obligada  en torno a los vínculos construidos por el delincuente, vínculos en los que se encuentran involucrados personajes destacados de la política y la clase empresarial; una deducción lógica muy propia de la costumbre a que nos ha llevado el propio sistema.

 

Y es precisamente esta recomendación, ya envejecida, la que ha salido a flote nuevamente: En tanto no se combata la corrupción en serio, seguirán proliferando las “pirañas” delincuenciales, como bien las ha calificado el analista jurídico Edgardo Buscaglia.

 

En la floración de las ideas que nos provoca el “espectáculo” de este acontecimiento, Buscaglia clasifica en dos categorías a la corrupción: La organizada y la desorganizada. La primera de ellas tiene el permiso y la tolerancia del poder en tanto el corrupto guarde lealtad a la “nomenklatura” partidista. Su permisividad concede también ocasión para satisfacer venganzas políticas en aquellos que, rompiendo pactos reverenciales,  asumieron posturas desafiantes. Elba Esther Gordillo es un caso paradigmático.

La corrupción desorganizada tiene una dinámica oculta y se escapa del control de los “precisos”. Por eso Buscaglia la considera como la más dañina, pues alimenta los veneros de la delincuencia organizada.

 

Entre la una y la otra el ciudadano queda atrapado, cautivo de los abusos de un poder corrupto. Aquí encontramos la explicación de por qué se negocia una infracción o multa o la agilidad de cualquier trámite oficioso con su consecuente abuso o moderación en el toma y daca.

 

Lo expuesto no debe entenderse como una apología de la corrupción, pues ambas contribuyen a la autodestrucción del Estado, algo que al parecer no les genera ninguna inquietud, lo que se refleja en una falta de voluntad para aplicar un programa integral de prevención a la corrupción.

 

Lo que sí es materia de atención prioritaria para los personajes de las altas esferas del poder, es la construcción de la “imagen” que permita crear ilusión entre sus gobernados; generar, para su consumo, un México inexistente; y para lograrlo, se vale de la espectacularidad que impone a ciertas acciones. Poco o nada les importa el riesgo de que se derrumbe, cuando los pies de barro de los ídolos se hayan fracturado. La inmediatez de los efectos, control y obediencia, es lo que cuenta.

 

Si bien el sistema banaliza la cultura dejando la predominancia de lo espectacular, también es cierto que el pueblo cada amanecer es más agudo en la percepción de la realidad e identifica a sus gobernantes como mediocres, falsos, hipócritas, aventureros y enteleridos mentales. Ya la sociedad del espectáculo está cavando su tumba sobre la cual el pueblo cantará un réquiem por la estupidez. Al tiempo.

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