Francisco RIVAS LINARES
“Todos somos cómplices jubilosos de un
poder
que si no se cae de viejo es por la
vitalidad
de la corrupción.”
Carlos Monsivais
“Sociedad del espectáculo”. Tomo el título del
libro escrito por Guy Debord, filósofo y escritor francés, para proponer el
tema a reflexionar en esta columna política.
La recaptura del traficante de drogas Joaquín
Guzmán, mejor conocido como “El Chapo”, se ha constituido en un verdadero
espectáculo distractor para la sociedad en general. Diversas aristas sobre el
acontecimiento han sido motivo de análisis y comentarios de inusitada
pluralidad, que lo mismo ha devenido en chanceos caricaturescos, comedia
carpera o análisis sesudos sobre tal acontecer.
En ese torbellino de opiniones, nos queda claro el
espectáculo que se ha montado en el tinglado de la política para desviar
nuestra atención sobre los problemas económicos que nos aquejan: Una inflación
galopante, pérdida del poder adquisitivo de nuestra moneda, carencia de fuentes
de empleo redituables dignamente, incrementos considerables en el pago de
servicios, seguridad social colapsada, etc.
El entusiasmo que ha generado en los ámbitos del
poder político la recaptura de “El Chapo” se explica en el truculento uso que
el gobierno hace para incrementar un prestigio blandengue pero válido entre las
élites empresariales nacionales y extranjeras. Le baja, a la vez, decibeles a
la estridencia provocada por los índices de corrupción como fuente alimentadora
de la delincuencia organizada.
Esas son las razones sistémicas que le permiten
evadir la referencia socialmente obligada
en torno a los vínculos construidos por el delincuente, vínculos en los
que se encuentran involucrados personajes destacados de la política y la clase
empresarial; una deducción lógica muy propia de la costumbre a que nos ha
llevado el propio sistema.
Y es precisamente esta recomendación, ya
envejecida, la que ha salido a flote nuevamente: En tanto no se combata la
corrupción en serio, seguirán proliferando las “pirañas” delincuenciales, como
bien las ha calificado el analista jurídico Edgardo Buscaglia.
En la floración de las ideas que nos provoca el
“espectáculo” de este acontecimiento, Buscaglia clasifica en dos categorías a
la corrupción: La organizada y la desorganizada. La primera de ellas tiene el
permiso y la tolerancia del poder en tanto el corrupto guarde lealtad a la “nomenklatura”
partidista. Su permisividad concede también ocasión para satisfacer venganzas
políticas en aquellos que, rompiendo pactos reverenciales, asumieron posturas desafiantes. Elba Esther
Gordillo es un caso paradigmático.
La corrupción desorganizada tiene una dinámica
oculta y se escapa del control de los “precisos”. Por eso Buscaglia la considera
como la más dañina, pues alimenta los veneros de la delincuencia organizada.
Entre la una y la otra el ciudadano queda atrapado,
cautivo de los abusos de un poder corrupto. Aquí encontramos la explicación de
por qué se negocia una infracción o multa o la agilidad de cualquier trámite
oficioso con su consecuente abuso o moderación en el toma y daca.
Lo expuesto no debe entenderse como una apología
de la corrupción, pues ambas contribuyen a la autodestrucción del Estado, algo
que al parecer no les genera ninguna inquietud, lo que se refleja en una falta
de voluntad para aplicar un programa integral de prevención a la corrupción.
Lo que sí es materia de atención prioritaria para
los personajes de las altas esferas del poder, es la construcción de la
“imagen” que permita crear ilusión entre sus gobernados; generar, para su
consumo, un México inexistente; y para lograrlo, se vale de la espectacularidad
que impone a ciertas acciones. Poco o nada les importa el riesgo de que se
derrumbe, cuando los pies de barro de los ídolos se hayan fracturado. La
inmediatez de los efectos, control y obediencia, es lo que cuenta.
Si bien el sistema banaliza la cultura dejando la
predominancia de lo espectacular, también es cierto que el pueblo cada amanecer
es más agudo en la percepción de la realidad e identifica a sus gobernantes
como mediocres, falsos, hipócritas, aventureros y enteleridos mentales. Ya la
sociedad del espectáculo está cavando su tumba sobre la cual el pueblo cantará
un réquiem por la estupidez. Al tiempo.
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