Francisco RIVAS LINARES
“Mexicanidad
y esquizofrenia” es el último libro publicado por el doctor en ciencias
políticas Agustín Basave. Título que nos parecería un tanto violento al
reconocernos como poseedores de una identidad esquizoide, lo que en el
diagnóstico de un psiquiatra sería el
equivalente a un trastorno mental crónico.
Pero
es el mismo autor quien especifica que utiliza tal término en un sentido
figurado, para identificar ese desdoblamiento de la personalidad que asumimos
en nuestro comportamiento diario. Es, digámoslo así, un ejercicio reflexivo y
autocrítico de nuestra dualidad, pues oscilamos entre la afirmación y la negación
de nuestras aspiraciones.
Basave
retoma el estudio de nuestra mexicanidad basándose en la observación crítica,
algo que ya había hecho Octavio Paz y que lo dejó inscrito en su Laberinto de la Soledad en el capítulo Los hijos de la Malinche.
Lo
anterior viene a cuento por el suceso que registraron las agencias de noticias
nacionales e internacionales, sobre el acto discriminatorio que sufrieron siete
indígenas de Oaxaca por parte de Aeroméxico, quienes habiendo adquirido su
boleto de viaje les fue impedido abordar el avión sólo por su “origen y forma
de vestir.”
La
respuesta social, obviamente, fue de censura enérgica y tonitronante, exigiendo
a la compañía no sólo el reintegro del costo del boleto, sino ofrecer una
disculpa pública por su condición racista.
Y
aquí es donde viene el desdoblamiento, lo esquizofrénico, de nuestra
personalidad. México se identifica como un país altamente racista y
discriminatorio para indígenas. Rechazamos nuestras raíces negándoles sus
derechos a nuestros ancestros. Javier López Sánchez, director general del
Instituto Nacional de Lenguas Indígenas asegura que “las etnias o grupos indígenas del país son discriminados por su
condición y en muchas de las ocasiones son víctimas de las injusticias por el
solo hecho de hablar su propia lengua”.
Muchos
indígenas se encuentran recluidos en las cárceles de México por no haber
contado con un debido proceso, al negárseles un traductor que les permitiera
entender de lo que se les acusa. Y se les hace firmar documentos con declaraciones
falsas para finalmente recibir sentencias condenatorias de muchos años.
Casos
como el del maestro Alberto Patisthán, indígena de los Altos de Chiapas; la
violación y asesinato de la indígena náhuatl Ernestina Ascensio Rosario; y el
encarcelamiento injusto de las mujeres otomíes Teresa González Cornelio y
Alberta Alcántara Juan, resultan emblemáticos.
Sí,
somos practicantes de lo que repudiamos. Nos rasgamos las vestiduras ante la
discriminación, siendo discriminadores potenciales. Censuramos la discriminación
y nos beneficiamos, en no pocas ocasiones, de la misma. Un ejemplo que resulta
evidente lo tenemos en la institución bancaria Bancomer. Desde el momento en
que usted ingresa a realizar un trámite, ya entra etiquetado como “usuario
común”, como “cliente” o como “preferente”. Este último tiene el beneficio de
la inmediata atención; en tanto que por cada tres “clientes” que son atendidos,
pasará a la ventanilla un “usuario común”. El tiempo que invertirá éste último
para realizar su trámite, resultará desesperante en grado sumo. ¿Y la Comisión
de los Derechos Humanos, qué hace?
Siguiendo
con nuestro desdoblamiento, invocamos las leyes violando las leyes; nos
escandalizamos con la corrupción, corrompiendo a servidores y funcionario
públicos; repudiamos la mentira, valiéndonos de la mentira, suelen hablar los
políticos de la aplicación de la ley, del rigor del derecho, de combatir la
impunidad, de asumir “los costos políticos” de sus aberrantes decisiones,
cuando sabemos de antemano que todo quedará en un verborrea denigrante.
“Mexicanidad
y esquizofrenia” es un ensayo desgarrador por atrevido. Descubre nuestras
máscaras, la falsedad de nuestros rostros. En una entrevista se le preguntó al
autor ¿cuántas caras descubrió en el mexicano al realizar este libro? Y respondió: Dos, manifestadas en muchos
comportamientos. Nos falta el puente que comunique los polos opuestos.
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