Por Francisco Rivas Linares
Cuando surge un problema entre
las personas o las instituciones, procuran dialogar para dirimir sus
diferencias. Unos y otros exponen sus percepciones, ideas y criterios en torno
al asunto que los distancia, tratando de llegar a un punto de acuerdo que los
concilie. Al efecto, deberán estar dispuestos no sólo a escuchar con respeto a
su disidente, tratando de comprender los puntos de razón que le asisten, sino
incluso ceder en proporciones de igualdad para alcanzar el entendimiento mutuo.
Pero cuando los interlocutores se
asumen con posturas dogmáticas, irreversibles, en las que cada cual se
considera como dueño de la verdad absoluta, se profundiza el problema y se
torna en conflicto. Ya no es la razón la que prevalece sino sentimientos de
rivalidad, provocando la ruptura de la comunicación o en su defecto disminuyendo
su calidad.
Es el momento en que surgen los
procedimientos de presión. Aquéllos, secuestrando vehículos, cerrando
carreteras, organizando marchas, todo con el ánimo de provocar el
involucramiento de la sociedad. Mientras que el otro interlocutor, amenaza con
el uso de la fuerza pública pues se sabe poseedora del monopolio de la
violencia legal, reservándose el momento de emplearla.
La expresión “el diálogo está
agotado” es el broquel para ambos. Ahora apuestan a la confrontación de sus
músculos: el empuje de las masas frente la fuerza represiva. La inteligencia se
margina. Y en medio de las tripas, queda la sociedad que limitada en el
conocimiento del problema, es susceptible del rumor y el chisme manipuladores.
Tanto el rumor como el chisme
son factores de control social y llegan a engendrar violencia. Son instrumentos
para contraponer o tergiversar los argumentos. Unos hablan del estado de
derecho y aplicación de la ley; en tanto
que los otros se erigen como defensores de la educación pública. Y surgen las
etiquetas, los adjetivos que desprestigian. Siembran el chisme de que los
estudiantes son vándalos, delincuentes, flojos; y al gobierno se le califica de
represor, incapaz e inútil. Todo apuntando a objetivos emocionales. De este modo,
o se retraen o se violentan más.
Cuando se llega a este punto de
alta beligerancia, se hace necesaria la presencia de un tercero que ayude a
restablecer la comunicación entre las partes confrontadas, a fin lograr la solución
o el control del conflicto.
Si es censurable el actuar de
los estudiantes, también lo será la del gobierno del estado. Ambas partes,
ayunos de inteligencia, dejan a la sociedad cautiva de sus arrebatos
emocionales. El enfrentamiento entre dos poderes, siempre deja secuelas y
heridas abiertas. Todos perdemos -y en
qué forma- en estas luchas intestinas de
nuestro estado.
No faltan los “cara de guerra”
que atizan al gobernador para que mantenga sus fuerzas represivas en acción. Lo
empujan a no ceder. Tampoco faltan quienes impulsan el ímpetu de rebeldía en
los estudiantes normalistas. Nosotros, como sociedad, debemos reclamar de las
partes la sensatez y la aplicación de la racionalidad. Unos y otros necesitan de
expresiones críticas, no reverenciales.
Está claro que en una lucha
entre elefantes, lo único que queda es el tiradero. ¿Quién lo levantará?
No hay comentarios:
Publicar un comentario