miércoles, 30 de junio de 2010

Ciudadanos silenciosos y gobiernos atolondrados


Cuando se le preguntaba a Solón cuál era el
mejor régimen de gobierno, éste respondía
sin titubeos: “Dime primero para qué pueblo”.


Los dictados de la razón no parecen marcar las preferencias del gobierno en ejercicio. Cuando la arrogancia se entroniza en los espacios del poder, la inteligencia sale sobrando y el capricho por la imposición desemboca en un despotismo arrebatado.

Hoy más que nunca cobra vigencia don Daniel Cossío y Villegas con su libro “El estilo personal de gobernar”. Singular crítico de los asuntos políticos en la contemporaneidad mexicana, adquieren actualidad los señalamientos hechos durante la década de los setentas, referidos a la soberbia y altanería que se encontraban inherentes en la naturaleza de los servidores públicos, incluyendo, obviamente, al gobernante en turno.

El fracaso de la Revolución Mexicana empezó a gestarse durante el sexenio de Miguel Alemán Valdez, identificado como “el presidente empresario” por sus acciones de gobierno que llegaron a favorecer ampliamente a quienes detentaban el poder económico.

A cien años de la gesta maderista, la democracia pretendida se quedó en una democracia cacareada. El estado social, sustentado en la locución maya del mandar obedeciendo, se ha frustrado en la autocracia del poder. Apliquemos la memoria: Adolfo López Mateos y la represión de los movimientos ferrocarrilero, magisterial y médico; el asesinato del líder agrarista Rubén Jaramillo y la cárcel para Demetrio Vallejo y Othón Salazar.

Gustavo Días Ordaz y los crímenes de la Plaza de Las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968; Luis Echeverría y la guerra sucia emprendida para disolver protestas sociales; José López Portillo y su gobierno de dispendios, lujos y caprichos, así como la devaluación del peso y su fallida defensa “como perro”. Miguel de la Madrid y el establecimiento de las bases de la economía neoliberal. Al efecto, procedió a privatizar las empresas paraestatales, reduciéndolas de 1,155 a 413. Además, fue el promotor del escándalo electoral de 1988 a fin de imponer a Carlos Salinas de Gortari, quien aplicó una serie de reformas a la Constitución para los efectos del Tratado de Libre Comercio.

Durante el gobierno salinista se elevó la corrupción en las instituciones y los cuerpos policiacos. Tuvieron lugar los ajusticiamientos masivos de Aguas Blancas y Acteal, así como los magnicidios de Juan Jesús Posadas Ocampo, Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruíz Massieu y Abraham Polo Uscanga.

Con Ernesto Zedillo se consolidan los dogmas del neoliberalismo. Establece el rescate de los bancos a través del FOBAPROA y somete a los trabajadores a una modificación integral del sistema pensionario, reduciendo con ella la responsabilidad de los empresarios.

Con Vicente Fox se establece el gobierno de la chabacanería y la corrupción. La ignorancia se entroniza y la mentira se hace oficial como herramienta de defensa. Vicente Fox constituye la más grande decepción del pueblo de México.

Felipe Calderón llega al poder para inaugurar el periodo del “haiga sido como haiga sido”. Un gobernante que, impuesto por la clase empresarial, está distante de sus gobernados careciendo, por tanto, de un liderazgo legítimo. El PRI fue la catapulta para imponer su espuriato. ¿De qué se queja ahora?

Para legitimarse, optó por la antítesis napoleónica sentándose en las bayonetas; y en la locuacidad de su guerra declarada, ya van más de 22 mil muertos. El único canal de comunicación que tiene con sus gobernados, son los medios masivos. Por eso alguien le llamó “el presidente de la inserción pagada”.

Sus llamados reiterativos a la unidad y el diálogo, hacen recordar la mano tendida en el aire que Gustavo Díaz Ordaz lanzó desde el Congreso de la Unión el 1º. de septiembre de 1969. Calderón escupió injurias durante su campaña y ahora pretende ocultar sus indicios.

Pobre México que gobernado por la sinrazón, sucumbe en una sombra. Una sombra extraña que se traduce en miseria extrema, crímenes y desesperanza.

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