Francisco RIVAS LINARES
La
estadística resulta demasiado cruel. En un lapso de siete años, periodo en que
ha perdurado una guerra por el control del mercado de las drogas, su saldo
trágico se sienta en las siguientes cifras: Más de 120 mil personas asesinadas,
23 mil personas desaparecidas, 257 mil familias desplazadas y más de 25 mil
huérfanos.
La
crisis humanitaria es evidente. Principiando por quienes desde el ejercicio del
poder su indolencia manifiesta ante el sufrimiento de sus gobernados denota sus
equívocos funcionales, pues lejos de otorgarnos la seguridad que por ley y
ética política están obligados, se han convertido en contribuyentes de las
estadísticas citadas.
La
legitimidad que debería ser base y sustento de todo gobierno, ha venido
acentuando fisuras que obviamente le debilitan su aceptación social, tales como
la credibilidad en sus dichos, los conflictos de interés que se hacen
evidentes, la corrupción que corre al galope de la impunidad con que blindan a
miembros de sus “camarillas”, los tropiezos declarativos en asuntos hipersensibles
como Tlatlaya y Ayotzinapa; todo ello, cual caldo de cultivo, hace que se dude
del estado de derecho que tanto invocan.
Repartir
culpas y apostarle al olvido, parecen ser los últimos recursos de que se valen.
Y la reacción tardía ante los acontecimientos que reclaman transparencia y
claridad, es solventada con discursos anodinos y propios para ingenuos. Ello
constituye un insulto a la inteligencia de los mexicanos, lo que aviva la
indignación y el resentimiento social.
Votar…
¿para qué? ¿Para encumbrar a “chapulines” ñoños que se han convertido en
auténticos agresores de sus representados? ¿Para que nos nieguen la
participación en la toma de decisiones que repercuten drásticamente en nuestra
seguridad física, en la administración de la economía, en nuestro bienestar
social? ¿Para que se sigan hinchando de dinero mal habido? Los errores se
contabilizan y se cobran y ha llegado el momento de cobrarles su traición a la
sociedad.
Ya
estamos hartos de su comportamiento mezquino de total desprecio a nuestra
dignidad. La consolidación de la democracia no se puede lograr sin una
ciudadanía fuerte, informada y con capacidad de exigir cuentas, debatir y
deliberar; y ustedes, los políticos, adolecen de facultades propias para
consolidarla, pues tiene una concepción larvaria de la democracia. Además, la inteligencia es el menor de sus atributos.
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