domingo, 26 de septiembre de 2010
Delito de silencio
Ola a ola.
El mar lo sabe todo.
Pero olvida.
Mario Benedetti
En Salobreña, al atardecer, escribí en agosto de 1994 frente al mar:
Delito de silencio.
Tenemos que convertirnos
en la voz
de la gente
silenciada.
En la voz
que denuncia,
que proclama
que el hombre
no está en venta,
que no forma parte
del mercado.
En la voz
que llegue fuerte y alto
a todos los rincones
de la tierra.
Que nadie
que sepa hablar
siga callado.
Que todos los que puedan
se unan
a este grito.
Silencio de los silenciados, de los amordazados. Silencio de la ignorancia.
Terrible silencio. Pero más terrible, hasta ser delito, el silencio culpable de
los silenciosos. De los que pudiendo hablar, callan. De los que sabiendo y
debiendo hablar, no lo hacen.
Debemos la voz. A nuestra propia conciencia, en primer término. Pero,
inmediatamente, tenemos el deber de ser la voz de los sin voz. Les
debemos la voz: “La voz a ti debida”, como en la égloga de Garcilaso,
como en el libro de Salinas. La voz debida, sobre todo, a los que llegan a
un paso de nosotros, a las generaciones venideras.
Sin cesar. Sin cejar. Sin distraernos ni cansarnos. Sin dejarnos conducir
por la (s) pantalla (s), espectadores pasivos. Es un deber hablar. No
hacerlo es, puede ser, grave insolidaridad, trasgresión moral, delito.
“Cuando el hombre cansado / ... para, / traiciona al mundo, porque ceja / en
el deber supremo, que es seguir” /.
Volver a intentarlo. Volver sin detenerse, sin pausa, porque - sigue
escribiendo Salinas - “Nos llenará la vida / ese puro volar sin hora
quieta“...
Voz vigía. Voz que alerte y corrija. Voz que oriente. “La voz debe
anteceder al hecho, / prevenirlo. / Después, no sirve para nada. / Es sólo
aire estremecido” (verso sobre Camboya, 8 de abril de 1979).
La anticipación, la gran victoria. El siglo XXI ha de ser el siglo del pueblo,
de la palabra, de la gente. No más la fuerza, la imposición de los pocos
sobre los muchos. No más la espada ni la mano alzada. Manos tendidas,
manos unidas. Y la voz. A contraviento. Valientemente. Como Quevedo:
“No he de callar por más que con el dedo ... / silencio avise o amenace
miedo”.
La voz debida, comprometida. Voz que libera a medida que se pronuncia.
Voz que puede ser asidero, cura. En 1995, escribí en París: ... “La voz / a
veces /no fue voz / por miedo. / La voz / que pudo ser remedio / y no fue
nada”.
José Ángel Valente, en su poema “Sobre el tiempo presente”, nos advierte:
“Escribo desde un naufragio.
Escribo sobre el tiempo presente.
Escribo... sobre lo que hemos destruido
sobre todo en nosotros.
Escribo desde la noche,
desde la infinita progresión de la sombra,
... desde el clamor del hombre y del trasmundo,
desde el genocidio,
desde los niños infinitamente muertos...
pero escribo también desde la vida ...
desde su grito poderoso.
Como Garcilaso “que tanto callar ya no podía”, alcemos nuestra voz. Voz
debida, voz de vida. Delito de silencio. “... Y que se oiga la voz de todos, /
solemnemente y clara”. Es el mensaje de Miquel Martí i Pol. ¡De todos!.
Clamor popular, para que un día no vuelvan hacia atrás su mirada nuestros
descendientes y piensen: “Podían y no se atrevieron. Esperábamos su voz,
y no llegó”.
El mar puede guardar silencio.
Nosotros, no.
Federico Mayor
Julio, 2004
miércoles, 22 de septiembre de 2010
...Y el espanto enmudeció sus sueños
Francisco Rivas Linares
“Lo que más miedo me da no son los fantasmas
ni las criaturas malvadas. Me asusta la clase
política, la corrupción… los grandes
corporativos… las leyes no escritas”.
Guillermo Del Toro. Director de cine.
El rostro con un rictus de espanto, los ojos fuera de sus órbitas en expresión de miedo, un susto a flor de piel y la suspensión del habla, tal fue la imagen que proyectó Felipe Calderón el trece de septiembre, en el momento de pasar lista de presentes a los Cadetes Héroes de Chapultepec y las salvas de la artillería, simultáneamente, iniciaron sus estruendos.
La sorpresa fue mayúscula y su nerviosismo evidente. ¿Qué pensaría? ¿Su frecuencia cardiaca a cuánto se habrá disparado? ¿Cómo sentiría el relajamiento de sus piernas al elevarse su adrenalina? ¿Supondría que la muerte habría burlado el séquito de su seguridad personal, filtrándose hasta las entrañas mismas del poder ahí reunido?
Dicen que el mejor aliado de los violentos es el miedo porque éste se sustenta en la ignorancia; y la ignorancia, como lo afirmara Simón Bolívar, es el instrumento ciego de la destrucción.
Los síntomas descritos en el rostro de Felipe Calderón, denotaron su perplejidad ante el atentado posible que lo convirtiera en una estadística más de los “daños colaterales”.
El sentirse vulnerable derrumbó su temple. Ese temple que suele exhibir cuando está en sus mensajes mediáticos, como lector de karaoke, justificando el asesinato de los inocentes de su personal guerra.
De manera que el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, quien llegó a identificarse con las balandronadas copleras de “El Hijo Desobediente”… flaqueo.
Y así llegó a Los Pinos la expresión contra-analógica “El miedo no anda en burro”. Ese miedo gestado en la ineptitud para el manejo del conflicto que representa en sí la inseguridad, y que se ha traducido ya en más de veintiocho mil muertos.
Toda proporción guardada, en 1914 Ricardo Flores Magón pronunció un discurso censurando la intervención norteamericana. Principió su arenga citando los ingredientes de la burguesía, los cuales son HIPOCRECÍA, AMBICIÓN IRREFRENABLE Y MIEDO.
Tales cualidades aún conservan los burgueses del capital económico y del capital político: Son hipócritas, tienen una ambición desmedida y mantienen un miedo cerval, ese miedo atroz, tormentoso, que les hace mantenerse en alerta ante un peligro real o imaginario.
¿Acaso se detendrá el señor Calderón a reflexionar sobre el sufrimiento que padecen los huérfanos, los deshijados, las viudas y demás familiares que han perdido al ser querido y que de paso se les califica de sicarios y/o involucrados con la delincuencia?
Lo dudo. Ya hemos comprobado que nuestros políticos padecen de una terquedad de entendimiento.
“Lo que más miedo me da no son los fantasmas
ni las criaturas malvadas. Me asusta la clase
política, la corrupción… los grandes
corporativos… las leyes no escritas”.
Guillermo Del Toro. Director de cine.
El rostro con un rictus de espanto, los ojos fuera de sus órbitas en expresión de miedo, un susto a flor de piel y la suspensión del habla, tal fue la imagen que proyectó Felipe Calderón el trece de septiembre, en el momento de pasar lista de presentes a los Cadetes Héroes de Chapultepec y las salvas de la artillería, simultáneamente, iniciaron sus estruendos.
La sorpresa fue mayúscula y su nerviosismo evidente. ¿Qué pensaría? ¿Su frecuencia cardiaca a cuánto se habrá disparado? ¿Cómo sentiría el relajamiento de sus piernas al elevarse su adrenalina? ¿Supondría que la muerte habría burlado el séquito de su seguridad personal, filtrándose hasta las entrañas mismas del poder ahí reunido?
Dicen que el mejor aliado de los violentos es el miedo porque éste se sustenta en la ignorancia; y la ignorancia, como lo afirmara Simón Bolívar, es el instrumento ciego de la destrucción.
Los síntomas descritos en el rostro de Felipe Calderón, denotaron su perplejidad ante el atentado posible que lo convirtiera en una estadística más de los “daños colaterales”.
El sentirse vulnerable derrumbó su temple. Ese temple que suele exhibir cuando está en sus mensajes mediáticos, como lector de karaoke, justificando el asesinato de los inocentes de su personal guerra.
De manera que el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, quien llegó a identificarse con las balandronadas copleras de “El Hijo Desobediente”… flaqueo.
Y así llegó a Los Pinos la expresión contra-analógica “El miedo no anda en burro”. Ese miedo gestado en la ineptitud para el manejo del conflicto que representa en sí la inseguridad, y que se ha traducido ya en más de veintiocho mil muertos.
Toda proporción guardada, en 1914 Ricardo Flores Magón pronunció un discurso censurando la intervención norteamericana. Principió su arenga citando los ingredientes de la burguesía, los cuales son HIPOCRECÍA, AMBICIÓN IRREFRENABLE Y MIEDO.
Tales cualidades aún conservan los burgueses del capital económico y del capital político: Son hipócritas, tienen una ambición desmedida y mantienen un miedo cerval, ese miedo atroz, tormentoso, que les hace mantenerse en alerta ante un peligro real o imaginario.
¿Acaso se detendrá el señor Calderón a reflexionar
Lo dudo. Ya hemos comprobado que nuestros políticos padecen de una terquedad de entendimiento.
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