sábado, 17 de abril de 2010

Nuestra orfandad traumática


“Un pueblo acostumbrado a la dominación,
a la obediencia, a la represión y a la
manipulación es presa fácil del caudillismo
y del caciquismo.”
Octavio Paz. “Psicología del mexicano”

Encadenados al símbolo ancestral de un “preciso”, representado por un ídolo, un tótem, un padre, un jefe, un patrón, un gobernante, un dirigente, etcétera, caminamos como rebaño domesticado sin importarnos ni agravios ni humillaciones que cada amanecer –y a toda hora- estamos recibiendo con la cerviz gacha.
El aguante de los mexicanos ha dado pie para producir abundante literatura social y sicológica, sin menoscabo de la ironía que la palabra encierra. Somos un pueblo que aguanta y nos regodeamos en el mismo sufrimiento por la falta de carácter. Hacen de nosotros lo que quieren y sólo respondemos con desahogos personales. Y levantamos risas, entre la élite política y económica; entre los dirigentes abusivos y los liderazgos corrompidos.
José Vasconcelos llegó a demandar que si no somos capaces de levantar masas, al menos, por vergüenza, no levantemos hilaridades. Pero el paradigma no se ha entendido o no se ha querido entender; y por eso seguimos caminando en círculo como orugas procesionarias, invocando del gobierno nos dispense su lástima social.
El estado de sobresalto se nos va instalando. El sistema impuesto por el capitalismo salvaje ha sembrado la simiente del escepticismo, la indiferencia, el individualismo y el flagelo del miedo permanente. Las noticias nos mantienen en vilo: asaltos, secuestros, vandalismo, abusos de niños y violaciones, droga, aparatos represivos desbordados, incertidumbre económica, pobreza perturbadora, y una desconfianza hacia los otros que nos conduce a la lucha fratricida.
La indolencia cunde. Hemos visto caer jóvenes inocentes acribillados por la delincuencia organizada y etiquetados irresponsablemente por el gobierno como “pandilleros o sicarios”. Sabemos de familias masacradas por las fuerzas castrenses y policiales, calificándolas como “víctimas colaterales” –eufemismo fallido- en el combate al tráfico de drogas. Escuchamos el “cantinflismo” de los procuradores para justificar la ineficacia en la investigación de crímenes de infantes. Un alarmismo, en fin, permanente,
El contrato social está roto desde hace lustros. Somos un país donde se da preferencia a la inversión en armas sobre la educación; donde el conocimiento que promueve el pensamiento y la reflexión es eliminado de los programas de estudio; en el que los científicos se ven expulsados con desgarro; en el que se eliminan los espacios para desarrollar ideas.
Y en tanto, nosotros como sociedad, ¿cuál debería ser nuestra respuesta? ¿Tenemos que seguir en la espera del “preciso”? ¿Del liderzuelo que nos dirija como “plasta” y nos utilice como fuerza para alcanzar sus pretensiones diputadiles? ¿Acaso tenemos que esperar terremotos o inundaciones para unirnos?
Tenemos que educarnos en las estrategias de la resistencia civil. Tenemos que defendernos de manera colectiva y olvidarnos de conductas individualistas. Tenemos que apoyarnos los unos con los otros de manera espontánea. El enemigo común es el poderío del gobierno y tenemos que hacerlo colapsar con acciones no violentas. Juntemos nuestro coraje para desafiar las leyes injustas y coercitivas, a fin de que sean derogadas.
En fin, hagamos nuestro el exhorto del poeta Rainer María Rilke, que a la letra dice: Convirtamos nuestro muro en un peldaño.

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